Los inquietos son así. Ocupan el lugar de los sonidistas en los actos cuando cursan la escuela secundaria, se reúnen con un par de amigos para visitar a un profesor de música del barrio que los orienta para armar un grupo donde cada uno asume el protagonismo con un instrumento diferente. Y quizás a fines de los años de primaria tuvieron su bandita de rock que ensayaba en un ambiente pequeño de una casa familiar por eso se autodenominaron La Pieza. Conjunto de compinches que fueron respaldados y aplaudidos por sus pares generacionales que reconocieron sus talentos incipientes hasta vivar y corear temas de propia autoría que ya tenían compromiso social desde sus miradas adolescentes.
La música los amparó, les permitió crecer como personas, los mantuvo como afectos cercanos, les auguró buenos caminos. Si bien no todos son profesionales del género, sí se consideran integrantes de esa reunión que transita casi dos décadas aunque no se junten en un escenario más que la última semana de diciembre de cada año en estos últimos tiempos.
Cada uno emprendió caminos distintos pero similares en lo cultural desde los sonidos. Unos a la par de estudios y otras actividades de carácter social, otro entregado a lo artístico profesional con altos resultados en el país y el exterior, uno más desde el ámbito de lo sonidos en sus diversas formas, y quien vive en la capital del país por cuestiones laborales. Pero todos convergen en Rafaela para darle un momento sublime a La Pieza y su pogo con cada almanaque.
Esos inquietos, que nunca descansan ni física ni mentalmente, viven pergeñando, analizando, pensando, generando, gestionando. Y de a poco van dándole forma a un emprendimiento cada vez mayor relacionado con la intención del conjunto de rock con amigos. Allí surge la idea y se inicia el propósito de crecer como empresa logrando sus propios recursos a la hora de presentar sus recitales. Una camioneta que descansaba en el garage de un abuelo cercano, se recuperó y volvió a marchar regularmente para volverse icono del nuevo movimiento. La construcción de módulos que permiten el armado de escenarios toman forma, como las columnas para iluminación y sonido, la pantalla gigante necesaria a la hora de la estética. Pero antes estuvieron los equipos de amplificación de voces e instrumentos y las luces multicolores que hoy surcan rincones y cielos con rumbos inciertos y erráticos acompañando sonidos variados.
Había necesidad de todo ello. Por cuestiones de realizaciones personales, por desafíos de audaces, por amigos, por terquedades, por todo.
Y una vez fue la decisión de inaugurar la marca Barrio Viejo con centralidad en el Club Atlético Peñarol de Rafaela (Sta. Fe), el de la V azulada en su histórica camiseta, el que albergó a los primeros jugadores de fútbol y básquet, también femeninas, y ahora ofrece esa geografía local para que estos jóvenes, aquellos adolescentes de la primaria, puedan organizar el primer festival de rock en el gran salón bajo el nombre de Navidad de Barrio. Un sueño que se fue haciendo realidad con sudores, insomnios, sacrificios, discusiones, dudas, deudas, ayudas, acompañamientos, difusiones, presencias, éxitos, todos resultados y necesidades imperiosas que debieron transcurrir para felicidad de ver el buen lado de aquella primera vez hace tres años.
Y cambió el calendario, pasaron días, semanas y meses, hasta que llegó el momento de insistir de nuevo en ponerse a pensar y a trabajar en la segunda edición del festival. Con los mismos principios, más programación tal vez, mejores promociones y más público, llegaron a promover imágenes que se transferían a remeras emblemáticas que muchos vestían esa noche de rock en el Villa Rosas.
Este año la tercera edición se trabajó casi todo el año. Llevaba la impronta de la productora que está en plena actividad y se hace cargo de asistir a terceros que requieren de sus servicios como a darle toda la carga necesaria al encuentro anual en el club que los cobija desde el comienzo de esta patriada para beneficio de la música rafaelina de extracción rockera.
Las compaciones son inevitables pero quienes asistieron a las tres convocatorias pudieron confirmar que el crecimiento en la producción, la profesionalidad de la gestión, el compromiso artístico en cada una de las bandas invitadas, los detalles de la decoración y la estética del lugar, la calidad del sonido y la ambientación de los efectos lumínicos fueron superados notablemente.
A partir de allí, surgieron opiniones genuinas de algunos asistentes: “Las risas, los amigos, la alegría, el pogo y el rock nos unió en una noche increíble. (…) Qué lindo fue ver a los pibes de La Pieza tan grandes y unidos desde hace años. (…) Gracias por cerrar el año de esta manera, y brindo por muchas Navidades de Barrio más”. “El orden, la organización, la gente contenta y feliz, las imágenes espectaculares, cada año aprendieron a mejorar y a sostener un evento de tal magnitud y dimensiones”. “Hermoso ambiente”.
La noche brindó su magia que aportaron todos y cada uno de los asistentes desde su lugar sea cual fuere. Y el éxito fue coronado por permitirle a cada uno de ellos llevarse lo mejor de esas horas. La satisfacción del emprendedor, el reconocimiento en cada músico, la felicidad del público, seguramente la aprobación del club, el respeto por las formas desde todos los lugares involucrados.
Y la escenografía destacada cuando como telón protagónico La Pieza desgrana su repertorio de éxitos ajenos y temas propios tan conocidos, con invitados tan contundentes como cada uno de sus integrantes, hasta la tan joven pianista que comparte esa canción rodeada de sus afectos cercanos.
Con Navidades así, solo queda superar las hojas del almanaque para volver a vivir una nueva noche de adrenalina pura. La Pieza lo hizo. La juventud lo vivió. Testigos de una jornada de música en armonía donde lo simbólico de una remera y un vaso que atesoran íconos de esa noche le aseguran continuidad y permanencia.
Raúl Vigini
28-12-25 (lejos de la inocencia)