Por Hugo Borgna
“Compañeros poetas – teniendo en cuenta los últimos sucesos – en la poesía quisiera preguntar – Me urge – qué tipo de adjetivos se deben usar – para hacer el poema de un barco – sin que se haga sentimental”.
Este es un comienzo de escrito relativo al decir; inicia con promesa de más y, por lo pronto, es decisivo el apoyo que ha hecho de una de las canciones más emblemáticas de Silvio Rodríguez, como lo es Playa Girón.
Igual que él, y que todos cuantos practican la poesía, hace surgir una idea de compañerismo que pone a la luz el respeto y admiración a poetas que, como él, llegan hasta la matriz del pensamiento. ¿Le surgirán fácil y espontáneamente al cubano, frases como las que componen la -con tanto vuelo conceptual- letra de La Maza?
Desde el lugar donde origina cada autor sus poesías, es común que ellas vayan invadiendo el hogar haciendo realidad la creación; una simple mesa puede ser el punto de lanzamiento.
Silvio Rodríguez dice “si no creyera en la balanza, en la razón del equilibrio (sería) un servidor de pasado en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso…”
Sus metáforas necesitan un análisis de fondo para ser comprendidas. Es el momento de preguntarse, como lo hacen tantos autores, si es realmente necesario que se comprenda, clara y cabalmente la idea que se ha expresado. ¿Facilita Silvio Rodríguez esa comprensión de la idea?; y, por último, ¿necesariamente debe ser cerrado o hermético un texto para producir el valorado impacto emocional? Para entenderlo con el alma ¿es obligada la total transparencia?
Cada poeta tiene una concepción decididamente propia de qué elementos debe valerse para estremecer al imaginado lector. Metáfora y palabra simple miran desde la misma ventana esperando ser convocadas en el texto. Las dos con el mismo derecho.
El autor es dueño de los sonidos y los silencios, el director de orquesta y el músico debutante. Allí lo esperan el omnipotente teclado o la histórica hoja de papel: debe ponerse en marcha, permitirse el derecho de elegir modos y contenidos.
Muchos se preguntan, y esta es una cuestión digna de análisis previo, para quién se escribe. ¿Es para un público culto y exigente? ¿Para una supuesta mayoría más llana? ¿para una persona determinada, cercana, a quien se pretende enamorar?, ¿para alguien que esté dirigiendo un taller que impresione con su capacidad? ¿para nadie en especial o para toda la sociedad?
Hay otra destinataria. Escondida, espera paciente su turno.
Es posible escribir para uno mismo, con todas las exigencias que tiene un bien desarrollado texto escrito por otro autor. En todos los casos el objetivo es que guste. O, mejor, que emocione.
Dicho de otras palabras, se origina para alguien que refleje fielmente el modo de pensar y decir del autor. Una especie de ente diferenciado, pero con su mismo traje intelectual.
Este tipo de público no engaña, no confunde, ni se deja dominar con modos ajenos.
Si quieren llamarlo un espejo, pueden. Ellos, pérfidos, muestran la imagen que cada uno cree propia. Saldrá entonces una deformación sin texto, sin precisión y sin energía propia.
¿Qué habrá querido decir Silvio Rodríguez, cuando dice, defendiendo lo auténtico “un instrumento sin mayores pretensiones que lucecitas montadas para escena?”.
Para ustedes y para la poesía vale decididamente ese enfoque de público interior, así se lea en líneas superpuestas o longitudinal prosa.
Alguien igual a ustedes, como un cuerpo de alma, los estará alentando con estremecedor silencio.