Sociales

Sobre Navidades, niños y juguetes

Réplica elaborada en madera , con reminiscencias de la que recibió el autor en aquella Navidad.
Crédito: Mercado Libre

Por Orlando Pérez Manassero

A veinticinco almanaques de aquel mítico año 2000 y llegando a otra Navidad nos decimos ¡qué distintos son los niños de estos tiempos! Son pequeños genios (para nosotros, los abuelos) que con 6 o 7 años dominan teléfonos celulares, televisores Smart TV, manipulan USB, controles remotos, joystick, pendrives y quizás consultan sus dudas con la IA (inteligencia artificial).

Y por supuesto que los juguetes que les habrá dejado el Niño Dios o Papá Noel serán robots educativos, pelotas de fútbol flotantes con luces, drones, memorias electrónicas, pistolas eléctricas lanza burbujas, platos voladores con luces led USB recargables, autitos de carrera inerciales y pistas de carreras con fórmulas uno controlados remotamente. Y para las niñas muñecas que caminan solas, hablan, responden preguntas y cantan, valijas con set de belleza, diarios íntimos con candados dieléctricos, auriculares y parlantes Bluetooth. Seguramente ellos, los pequeños interesados, pudieron ver todos esos chiches modernos (y muchos más) en las jugueterías de la ciudad, en bazares o por Internet para, una vez elegidos, enviar un Mail al cielo y por fin tenerlos en sus manos en Nochebuena. ¿Es o no es así abuelos y bisabuelos que me están leyendo?

Pero ¿que nos sucedía a nosotros con esa misma edad? Me voy a tomar como ejemplo; cuando tenía 6 años y era un niño del barrio Recreo (el de la Placita Honda, el de las quintas con repollos y las calles de tierra) recuerdo que el centro adoquinado de Rafaela me parecía un lugar remoto y casi desconocido al que mis padres me llevaban muy pocas veces. No sé si había en él un local que podía llamarse de manera específica juguetería. Quizás Ripamonti, Paviolo o la Cooperativa de Consumos eran quienes ofrecían ese servicio, pero nosotros, los chicos, solo conocíamos el almacén del barrio, sus masitas y sus caramelos. ¿Qué podíamos pedir entonces al Niño Dios? Quien esto escribe, allá por 1947, vio por primera vez una carrera de autos justamente en las calles adoquinadas de esta ciudad de Rafaela.

En ese mismo año un familiar falleció corriendo las 500 Millas y esos dos sucesos encendieron, en mi caso, esa pasión que aún perdura por los autos de carrera. Al año siguiente, cercana la Navidad, le dije a mi padre que me gustaría tener un autito de carrera tracción “a piola”, igual a los de las 500 Millas. Menudo problema para el viejo. Quizás caminó por las calles adoquinadas buscándolo pero lo que seguramente habrá visto en los negocios serían pequeños cochecitos de lata y a cuerda, otros más grandes de fundición de plomo y algunos de madera laqueada, pero todos ellos caros para el obrero que era él por entonces. Quizás consultó con el Niño Dios y este le dijo que había a la vuelta de nuestra casa un ángel que se llamaba Pascuale y era uno de sus proveedores de juguetes.

Pascuale, habilidoso carpintero aficionado en sus horas libres, ponía voluntad, mucha manualidad y pocas herramientas para crear sencillos juguetes de madera y chapa para los niños del barrio. Fue así que mi padre, esa nochebuena, me dijo que pusiese mis zapatillitas más sanas frente a la puerta y en la luminosa mañana de Navidad encontré sobre ellas un enorme auto de dudosa forma aerodinámica y casi copiando la clásica rusticidad de aquellos, los de las primeras 500 Millas.

No tenía pilas, antenas, motor eléctrico y no tenía luces ni sonido. pero sí una larga “piola” atada a su frente que sustituía el joystick de hoy. A ese autito pintado blanco y negro, feo, tosco y pesado, con muchos clavitos y tornillos, con grandes y tambaleantes ruedas de madera, aún hoy lo recuerdo con mucho cariño porque fue mí primer maravilloso juguete y el mejor coche de carreras de la cuadra. Corriendo delante de él, tirando de la “piola”, disputé innumerables competencias levantando polvaredas por las calles de tierra del barrio Recreo.

No recuerdo si gané alguna vez pero ¿saben abuelos y bisabuelos? ahora, a 77 años de aquella Navidad y al escribir este relato, caigo en la cuenta que también nosotros, los niños de aquellos tiempos, éramos distintos.

Autor: 480720|

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