Si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, debe ser un perro. Sin embargo, tratan de hacernos creer que no. Aquí y ahora nos está pasando algo exactamente igual con toda esta batería de medidas que tienen el poder de impacto de un misil en nuestros bolsillos. Devaluación del peso, suba de las tasas de interés, aumento quincenal del combustible, eliminación de subsidios y por lo tanto tarifazo en los servicios públicos, pérdida de poder adquisitivo de los salarios, tres cuartas partes de jubilados que reciben un haber mínimo de 2.757 pesos con el magro 11% de movilidad y la larguísima espera hasta octubre, pero aunque exista toda la certeza, para el gobierno y sus adláteres, no es un ajuste. Se escandalizan, despotrican y recurren a toda clase de subterfugios para evitar decir la palabra que enoja a la presidenta.
Los malabares del vocero Capitanich casi todas las mañanas son inconmensurables, aunque a esta altura con un desgaste que le ha quitado todo efecto. Hace pocos meses, apenas arribado al escenario central, despertó interés e incluso esperanza, dejando abierta la posibilidad de que algo estaba cambiando, aunque rápidamente debió ser descartado. Así, fue deslizándose hacia la medianía y tras incurrir en una larga serie de imprecisiones y de desdecirse en varias cuestiones notables, en la actualidad es una figura deshilachada, apenas uno más dentro del montón de serviciales obsecuentes.
Cada día que pasa queda más en evidencia, que todos estos parches e improvisaciones, persiguen un solo objetivo: llegar a diciembre de 2015 de la mejor manera posible, tener un final decoroso en comparación con casi todos los fines de ciclo anteriores. ¿Alcanzará con lo que se está haciendo? Esa es la gran duda, la incertidumbre que carcome a todos, pues el ajuste se decidió que caiga sobre los hombros de la gente, por otra parte, como sucedió siempre en nuestra a veces incomprensible historia de sobresaltos. ¿La inclusión?, bien gracias. El Estado no sólo sigue gastando como siempre, sino que más. El Banco Central debió anticipar el cierre de su balance anual para girarle al gobierno 78.000 millones de pesos, porque no hay plata que le alcance, un verdadero barril sin fondo. Se tira manteca al techo como en los mejores años de la soja, cuando los dólares entraban por camionadas. Cómo habrá sido la cosa que algunos se llevaron valijas repletas y ni siquiera se notaba. Recién ahora, cuando se está rascando el fondo de todas las ollas, comienzan a conocerse un poco más todas estas situaciones. En realidad, impresiona la cantidad de nuevos millonarios que surgieron estos años en la Argentina, lo que se dice un buen aprovechamiento de la década, que para algunos fue mucho más que ganada.
Esta batería de medidas que responden con precisión suiza a las que suele imponer el FMI en las economías en estado de desbarajuste, trajeron momentáneo alivio -planchando el dólar por ejemplo-, siendo algo así como haber logrado bajar la fiebre. En tanto la enfermedad sigue su curso. Es que tratar de parar la inflación con los solitarios "precios cuidados", como intento parece insuficiente, además con todos los antecedentes de fracaso que existen en igual sentido.
La inflación comenzó en la Argentina con el peronismo, en 1945. Hasta entonces, y durante casi un siglo y medio, los precios aumentaban a razón del 2% anual, pero cuando se nacionalizaron los depósitos bancarios, se tomó el control del Banco Central y se comenzó a emitir sin control, vino el desbarranque. La historia más reciente es bastante fresca, con altibajos y períodos de tranquilidad, como cuando se inventó la convertibilidad equiparando al peso con el dólar como en un pase mágico. Los intentos siempre fueron parches, soluciones parciales, o extraños engendros. Nunca se buscaron arreglos con sustento y proyección en el tiempo. La política del pan para hoy y hambre de mañana.
Una historia que ahora vuelve a repetirse. Se controlan precios pero se sigue emitiendo en exceso y gastando más de lo que se recauda, así no hay presupuesto que resista. Ni bolsillos que aguanten.
Desde el gobierno insisten en que hay que tener confianza, que la inflación del primer trimestre será puesta bajo control, pero se han dicho tantas cosas que luego fueron incumplidas, que el margen de confianza es escaso, casi inexistente. La perspectiva para estos 20 meses por recorrer es más que incierta.
¿Sobre el paro? Ni más ni menos lo de siempre. El sindicalismo opositor, con una mezcla variopinto de extraño contenido, proclamando el rotundo éxito, desde el gobierno describiéndolo como fracaso y de puro contenido político, como si hubiese alguno que no lo sea. Pésima la modalidad del piquete, que de una vez por todas debe desterrarse como metodología.