Notas de Opinión

Carta abierta a los adolescentes


En el día de hoy quiero dirigirme a ustedes de forma diferente.

Esta vez quiero quitarme la careta.

Dejo de lado el rostro de la abuela “piola” y “comprensiva” que entiende a los jóvenes modernos y los conciente, porque veo que se han metido en un tremendo berenjenal con la complicidad permisiva de nosotros, los adultos.

Sí, nosotros, que venimos observando impasibles el tremendo cambio de actitud que han tomado ustedes frente a su propia adolescencia.

Modelos importados arraigados en el conjunto los conducen a repetir como autómatas “estilos” que no los favorecen.

Alguien dice “es moda” y ustedes la absorben como la tierra seca al agua oportuna y se miran y se copian para no aparecer “diferentes” frente al grupo.

 Todos sabemos que el alcohol ingerido en exceso es una droga maldita que orada el cuerpo y transforma la mente de manera aberrante.

No ignoramos que la droga gira libremente en algunas confiterías, en esquinas de nuestra ciudad y hasta en algunos colegios.

También vemos jovencitas agraciadas con polleras excesivamente cortas y escotes que muestran senos muy preciados, llevando tácitamente o insinuado en un tatuaje un escrito que reza descarado “esto está listo para ser usado”. ¿O acaso ignoramos que hay niñas que se han puesto siliconas en los pechos o muchachos que toman pastillitas que prolongan erecciones inseguras?

Demasiada oferta de “calamidades” que morirían solas si no hubiera quien las compre.

¡Vamos! Yo “sé” que ustedes saben que puede ser “moda” pero que en realidad no es nada bueno.

Y entonces ¿por qué se enganchan engrosando las arcas de los que negocian con la ingenuidad de ustedes?

Se me ocurre que allí entramos en escena los adultos.

En escena impávidos, inútiles, asombrados, porque en realidad no servimos para nada.

No evitamos las muertes de los jóvenes que se levantan a paladas en las calles, y observamos como idiotas la creación de los llamados “barras bravas”, “patobicas” (ni siquiera sé como se escribe), pandilleros. ¿Quiénes son esos?

Y nos organizamos después del salvajismo, porque perdimos hijos, o nos arrebataron niñas hermosas llevándolas a destinos inciertos.

No voy a caer en la nostalgia de mi propia adolescencia diciéndoles que en tiempo pasado fue mejor, porque eso ya no importa. La vida no va para atrás, es el presente y el futuro el que preocupa.

El de ustedes muchachos. El hoy adverso que transitan solos, porque nosotros hemos soltado su mano por incapaces. Y el mañana incierto que los acecha si una bala, el alcohol, la droga, un auto, una “picada” no les cercena el camino hacia el futuro.

Pero no crean que no nos importan. Al contrario, nuestra angustia va creciendo día a día, porque los amamos y quisiéramos haber forjado para ustedes el mejor de los mundos, ése que aún con esfuerzo no hemos podido lograr.

Y sueño…

No habría vendedores de drogas si no hubiera consumidores, no habría mujeres u hombres prostituyéndose si no existieran “clientes” para ello, no habría vagos, si se les transmitiera nuestra cultura del trabajo, no habría ladrones, delincuentes si las escuelas fueran para todos y si el hambre no reinara en nuestras calles.

¿Es utopía? ¿Acaso para soñar debo ser joven como ustedes? ¿Ustedes anhelan un cambio como yo?

Sé que muchos han sorteado esta barbarie. Se me ocurre importante averiguar porqué.

¿Por qué algunos han podido conservar intactos los valores de grandeza y transitan contentos el sendero preciado de la juventud, y ríen hasta el hartazgo sin alcohol, sin drogas y tienen sexo maravilloso sin pastillas, siliconas u otras yerbas?

Interesante…

Quiere decir que aún se puede. Solo resta saber cómo lo lograron y copiarlos. Allí sí la moda estaría buena.

¿Quizás detrás de ellos hubieron adultos atrevidos que marcaron límites, brindaron ejemplo, los amaron, fueron duros como cálidos muchas veces?

¿Quiere decir que aún podemos hacer algo, esta vez entre ustedes y nosotros? ¿O sencillamente nos damos por vencidos?

Se me ocurre que entre todos tenemos la respuesta. La espero y los abrazo.

(*) ediluobs@hotmail.com

Autor: Edith Michelotti (*)

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