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Colectáneas de epifanías: Alas para sus ruedas

Alas para sus rueda. Una evocación de los años cincuenta en Rafaela.
Crédito: Internet

Por Rafael Soto*

Bajo el cielo de la Pampa Gringa, muchos fuimos testigos alguna vez de una modesta y curiosa epifanía: dos personajes sobre ruedas que enarbolaban, como su pendón de gloria, una alegre despreocupación.

Uno, el italiano Natalio Cataudella, tenaz corredor de automóviles, que invariablemente quedaba a la cola en las competencias, sin embargo, presente año a año en las 500 Millas.

La otra -llamémosla la “Julia”, en los tempranos ’50, en una ciudad de provincia, desafiaba los modelos de entonces, montada sobre su Ducati Cucciolo. Una belleza provocadora enfundada en pantalones pescadores y sandalias trotteur. Parecía una pin up escapada de los almanaques que pendían en los talleres mecánicos, para la época único reducto gráfico destinado a aquellas simpáticas escandalosas.

Don Natalio se desplazaba desde varios kilómetros hasta llegar a destino. Solitario, sin equipo que lo acompañara, venía en el monoposto Ford desde su misma casa. Impecable en un mameluco blanco, camisa abotonada hasta el cuello, llegaba puntualmente a las carreras, a sabiendas que solo podía aspirar a alguno de los últimos puestos.

La Julia, montada en el ciclomotor de escape corto, afirmaba su desfachatez por las calles, atrayendo el enojo de las comadronas y el deslumbramiento de los varones. Cabellera negra al aire, escote desafiante, el vehículo con suspensión trasera basculante conmovía sus formas. Todo parecía importarle poco a esta beldad provocativa de los aledaños que se adentraba, ufana, por la avenida principal de la ciudad.

Cuando la jornada iba terminando, y se acallaban las parrillas, los motores y los hurras a los vencedores, un demorado don Natalio cumplía rigurosamente su gloriosa vuelta final. Humilde, obstinado, levantaba un brazo saludando a su público, que retrucaba, divertido, fiel, a este romántico de los fierros.

Ambos personajes que existieron en mi ciudad, que no fueron leyenda sino carne y hueso palpitando, que avanzaron imperturbables hacia sus destinos, alardearon con su verdad más íntima.

La Julia no quiso encorsetarse en el molde que le asignaba la familia o el entorno del momento. Por eso, daba guiños sensuales desde su motocicleta trepidante, cuando ella decidía a quienes bendecir.

Don Natalio, el Quijote siciliano, ejercía su vocación, liberado de las fanfarrias de la fama. Algunas veces clasificaba honorablemente, pero pareció siempre un cándido del deporte amateur que solo aspiraba a correr, sin especulaciones.

Los dos cumplieron sus sueños separadamente. Aunque que los más chicos no alcanzábamos a entenderlo del todo, con su simplicidad, ellos pusieron una nota amable en medio de tanto doblez y ambiciones. Esa es la razón por la que, muchas décadas después, volaron raudos con o sin ruedas, al mejor cielo de nuestros paraísos personales.

(*) profesor de idiomas, escritor

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