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Construyendo historias

Edgardo Peretti, el periodista y escritor rafaelino autor de al menos 25 libros.
Crédito: ARCHIVO

Por Valeria Elías

Personajes, hechos, anécdotas, en definitiva historias urbanas, que son tomadas con precisión y puntillosidad por Edgardo, para darle vuelo a su imaginación y presentarlas de la manera más atractiva. Un estilo muy definido, que parte de su época de inquieto y avezado periodista, luego transmitido a su legítima y bien justificada aspiración literaria, la cual ha dado una fructífera producción de cuentos y novelas. En lo que sigue, compartimos uno de sus cuentos.

 

Su trabajo

Cuento de Navidad 1 - La Pepona

Sus largas piernas caían sobre un costado y sus brazos se dividían entre el soporte de la tapa negra y el aire de la nada en el otro lado.

Rulos perdidos y años de uso. La muñeca estaba despedida de sus labores y un alma poco generosa la colocó en ese solar extremo para que la recolección de la noche la pierda entre los desperdicios mundanos.

Confieso que saqué la foto sólo por una casualidad que tiene que ver con esas cosas que llaman la atención de aquellos que miramos sin ver. Después, por esas cosas que tienen la vida y sus capítulos, di media vuelta y me perdí en mis propios prejuicios.

Nadie sabe por qué razón no la junté y la llevé a un lugar menos terrenal, más mágico. Mi justificación fue que por algo estaba allí, que por algo su dueño dispuso ese derrotero.

Y si era así, ¿con qué derecho la iba a mover?

Supuse, sin ningún tipo de sustento lógico, que había un tiempo que se había terminado, que otros mundos ya se habitaban con otros sueños, ya no tan niños y bastante adolescentes.

Nunca supe de una nena que deje sus muñecas perdidas aunque las edades le consuman los vivires, aunque los pesares manden y las miserias se ensañen.

Pensé lo peor. Que alguien no quería verla más porque era un sufrimiento, o que su dueña la odiaba, o…tantas cosas que a nada conducían.

Le pregunté a mis hijas cómo se llamaba ese tipo de muñeca, “Es una pepona”, me dijeron, y agregué a mi lista de inconsistencias de respuesta al hecho que el nombre tal vez no le gustase, pero estoy seguro (al menos así lo certifica mi experiencia de padre) que alguna tuvo nombre, que fue sentada a comer una papilla imaginaria y que habría llorado para su propietaria y hasta la había acompañado a dormir en tantas noches.

Si la miramos bien, debe tener huellas de lágrima, alguna mancha de dulce de leche y hasta un nombre escrito de manera primaria. Todo es posible, pero la realidad era incontrastable.

Cuando superé mis miedos volví muchas veces al sitio, pero ya no estaba. Pregunté en el barrio, pero nadie la había, siquiera, visto. ¿Habré sido el único?

Trato de imaginar esa Navidad en que apareció al lado del arbolito e iluminó una sonrisa, y esa primera noche, mimada hasta el fin de las noches que todos los pibes tienen hasta el amanecer mágico de la mañana del 25, aun aquellos que sólo reciben ilusiones.

Volví a ese lugar de la calle Méjico ayer al atardecer. Si la Navidad estaba cerca, seguro que algún milagro guardaba. El contenedor estaba; el olor, el barrio y las sombras, también.

La Pepona, no.

Miré adentro: nada. De pronto, la magia de esa jornada se trajo un regalo un una estrellita dorada, pegada en la parte superior. Apenas visible, sólo a los ojos de los que sueñan con sueños realizables, estaba una inscripción: “La Pepona ya tiene otro hogar. Quédese tranquilo”.

Y me volvió la paz y el alma se puso en sintonía. No iba a sanear mi conciencia con ese simple mensaje, pero estaba seguro que hoy, esta noche, volvería alguna sonrisa en una carita de nena que recibiría su muñeca deseada.

Ya no había sombras, sólo la tenue noche de diciembre. Me fui silbando bajito, aunque ahora que me acuerdo, no me fijé bien en la firma; decía “Papá Noel”, “el niño dios” o – simplemente- “mamá y papá”.

No importaba. Feliz Navidad para la Pepona y su nueva amiga.

( Fuente www.portalnews.ar )

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