Cuando la Señora Cristina Fernández Vda. de Kirchner dijo que “ella era como San Martín, aunque luchando con otras armas”, subliminalmente quiso decir que si San Martín es el padre de la patria, ella es la madre de la patria (megalomanía). Cuando dijo que “a ella Belgrano no la abandonaría” se refirió a sus encantos personales (narcisismo). Pero con estos y otros dichos ella no miente; dice lo que siente y piensa. Tampoco miente cada vez que niega los problemas económicos del país derivados de la mala praxis y la corrupción de su gobierno. Tampoco finge sentir miedo ante las imaginarias maniobras desestabilizadoras provocadas por el conjunto de grupos financieros, económicos, políticos, mediáticos, etc. También teme por su vida. Ella es sincera; sólo ocurre que está enferma; está evadida de la realidad y de sí misma.
Ese trastorno es coherente con su carencia de dos clases de inteligencia, ambas necesarias para ejercer funciones de gobierno político: inteligencia intrapersonal e inteligencia interpersonal, referidas ellas a la capacidad para conocerse a sí mismo y a la capacidad para interrelacionarse armónicamente con los demás. En Cristina, la falta de esas dos clases de inteligencia explica no solamente su carácter conflictivo, sus frecuentes enfrentamientos, sino también el tono prepotente y la modulación de la voz que la caracterizan. Todo ello dando la impresión de cierto grado de autoritarismo, propio de quienes no admiten más realidad que la inherente a su particular percepción. Y aquí está el origen de todos sus enfrentamientos: “la percepción de la realidad”.
Por eso ella no es culpable; ni tampoco hizo algo para sufrir de una enfermedad cuyo diagnóstico puede estar fuera del alcance de quienes no estén imbuidos de algunos conocimientos sobre psiquiatría. El público en general cree que solamente son locos quienes dicen ser Napoleón o locuras parecidas, mientras por otro lado y sin advertirlo se dejan arrastran por líderes políticos paranoicos, tal como fue el caso de Hitler y de todos aquellos que utilizan a las multitudes.
Por otro lado sucede que no es fácil ser totalmente cuerdo, coherente, porque tal como suele decirse: “de poetas y de locos todos tenemos un poco”. Y esto es verdad; por eso es fácil equivocarse. Por lo demás pocos saben que un esquizofrénico delirante puede poseer un alto grado de inteligencia matemática y de ese modo lucir como un brillante razonador lógico. La inteligencia no es un todo compacto. Según Howard Gadner existen siete clase diferentes de inteligencia. Por eso no puede decirse que tal o cual persona es o no inteligente, porque para cada caso es necesario preguntar en qué es o no inteligente.
Respecto de Cristina hay que decir que el Poder tampoco es culpable. El Poder no fue quien le provocó su enfermedad, porque el Poder no enferma, solamente pone en evidencia a quienes están predispuestos. Esto lo demuestran todos aquellos que, una vez en el Poder, no se enfermaron de autoritarismo y re-eleccionismo; nuestra historia argentina lo muestra. Y más aún, algunos murieron pobres.
Entendiendo así la actual situación de Gobierno es oportuno preguntar 'qué hacer'. Pues bien, por el momento no condenar a Cristina; ella no es culpable. Dentro de un sistema democrático de elección de gobierno político es necesario respetar la decisión de las mayorías que, para el caso, tampoco son culpables por no haber sabido adelantarse a los hechos. Ella, junto con su marido, había demostrado ser buena administradora de sus bienes y, por lo tanto, era de suponer que también podría serlo en beneficios de todos nosotros.
Habrá que esperar hasta las próximas elecciones, pero acordando sobre la necesidad de someter a todo candidato político a previos exámenes psicológico-psiquiátricos; porque si para manejar un taxi o un ómnibus así lo exigen, mayores razones habrá para hacerlo con quienes pretendan conducir a un Gobierno.