Economía

Cuando el "aire" vale 17.000 dólares

"YO SOY". La obra inmaterial desató el debate en las redes: arte o estafa?
Crédito: FOTO IG S.GARAU

Por Guillermo Briggiler

En los últimos días volvió a encenderse el debate sobre qué es realmente “valioso” en la economía, a partir de una noticia tan sorprendente como provocadora: una estatua invisible creada por el escultor italiano Salvatore Garau -artista de 71 años reconocido en el mundo del arte contemporáneo- fue vendida durante una subasta por 17.000 dólares. El comprador de esta escultura inmaterial titulada "Yo soy", podemos decir obviamente, no se llevó nada tangible —solo un certificado de autenticidad—, pero probablemente algo más poderoso: la convicción de poseer una idea única.

La "original" pieza de arte "debe colocarse en una casa particular dentro de un espacio libre de cualquier obstrucción", según recomendó el autor. "El buen resultado de la subasta atestigua un hecho irrefutable: el vacío no es más que un espacio lleno de energía, la cual se condensa y se convierte en partículas, en fin ¡en nosotros!", sostuvo Garau a modo de argumento.

Esta venta, que parece un capítulo más en el extraño matrimonio entre el arte conceptual y el mercado, remite a un fenómeno que analizamos por aquí hace un tiempo, cuando un artista italiano vendió una banana pegada a una pared con cinta adhesiva por más de 120.000 dólares. En aquel entonces, muchos lo tomaron como una burla al mercado del arte; otros, como una muestra pura de la teoría subjetiva del valor en acción.

Dicha teoría formulada por Carl Menger, fundador de la Escuela Austríaca de Economía, sostiene que el valor de un bien no está en sus propiedades físicas ni en la cantidad de trabajo invertido en producirlo, sino en la utilidad subjetiva que le asigna cada individuo. En otras palabras: algo vale lo que alguien está dispuesto a pagar por ello.

En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino ya había planteado que el “precio justo” debía reflejar no solo el costo o el trabajo, sino también la utilidad que el bien tiene para quien lo recibe y las circunstancias del intercambio. En otras palabras, el valor no era algo fijo ni objetivo, sino que dependía en parte de la percepción individual.

Dos siglos después, la Escuela de Salamanca —un grupo de teólogos y juristas españoles como Martín de Azpilcueta, Luis de Molina y Juan de Mariana— profundizó esa idea. Para ellos, el precio justo no lo determinaba la autoridad ni el costo de producción, sino la “estimación común de los hombres”, es decir, cuánto están dispuestos a pagar las personas en el mercado.

Esa intuición, nacida en los claustros de teología del Siglo de Oro español, anticipó lo que siglos más tarde Menger y la Escuela Austríaca convertirían en una de las bases de la economía moderna: el valor de las cosas no está en los objetos, sino en la mente de quienes las desean.

La banana en la pared y la estatua invisible desafían a quienes buscan fundamentos “objetivos” del precio. ¿Cómo puede valer miles de dólares algo que no existe o que se pudre en pocos días? La respuesta, desde la economía austríaca, es sencilla: el valor no reside en el objeto, sino en la mente del comprador. Ese valor puede surgir del prestigio, de la rareza, de la ironía o del deseo de pertenecer a una élite que “entiende” el mensaje detrás de la obra.

Más allá del arte, esta lógica impregna todo el funcionamiento del mercado contemporáneo. Desde un NFT, una criptomoneda, hasta una zapatilla de edición limitada o una acción tecnológica, los precios se sostienen mientras haya alguien dispuesto a pagar por la promesa —visible o invisible— que representan.

La estatua invisible, entonces, no es un disparate aislado. Es un recordatorio de que, en la economía moderna, el valor no se ve: se percibe. Y que los precios, por más irracionales que parezcan, son siempre el reflejo de creencias, emociones y expectativas humanas.

#BuenaSaludFinanciera

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@GuilleBriggiler

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