Por Guillermo Briggiler
Por estos días, Buenos Aires y en especial La Plata se visten de luces, cámaras y curiosidad. Johnny Depp volvió a la Argentina y, como suele suceder, el país entero volvió a mirarse en ese espejo global que mezcla admiración, melancolía y ganas de volver a brillar. Su visita coincidió con una semana económica intensa, donde los números macro se mueven entre la esperanza y la incertidumbre. Y tal vez, sin quererlo, la presencia del actor ofrece una metáfora perfecta de lo que somos y de lo que necesitamos ser.
En su extensa filmografía, Depp interpretó a Edward Scissorhands, aquel joven sensible y creativo que podía tallar maravillas con sus manos, pero que terminaba hiriendo sin querer. Esa imagen parece un retrato de la economía argentina, un país con un enorme talento para crear, innovar y producir… pero que cada tanto se lastima a sí mismo. Un país con manos de tijera.
Cada medida fiscal que corta de un lado, termina desgarrando del otro. Bajamos impuestos y sube el déficit; contenemos precios y caen las inversiones. La economía nacional, como Edward, tiene un corazón noble, una vocación estética y social enorme, pero vive atrapada en un cuerpo de tijeras que la obliga a manejarse con torpeza en un mundo de precisión digital.
Mientras el mundo ensaya con inteligencia artificial y mercados integrados, Argentina sigue intentando no pinchar su propio globo inflacionario. Los últimos datos del INDEC muestran una inflación acumulada cercana al 25 % en los primeros diez meses del año, y si bien el ritmo mensual se desacelera, la incertidumbre sobre las reformas estructurales todavía pesa más que las buenas intenciones.
Y entonces aparece otro personaje de Depp, el Capitán Jack Sparrow, eterno navegante de mares tempestuosos. Con su brújula que no apunta al norte sino a lo que más desea, Sparrow representa al empresario argentino promedio: ingenioso, resistente, un poco pirata pero profundamente sobreviviente.
La economía nacional se parece a su barco, el Perla Negra: un navío golpeado, reparado mil veces, que sigue avanzando contra el viento. Entre mareas de inflación, impuestos y tasas de interés, los que producen y trabajan en Argentina deben tener el espíritu de piratas modernos: creativos para sobrevivir y valientes para no hundirse.
Esta semana, mientras los mercados debatían la nueva política monetaria y los anuncios de desregulación, la visita de Depp recordó algo esencial: sin imaginación, no hay supervivencia. Así como el actor reinventó su carrera una y otra vez, el país necesita reinventar su modelo productivo.
La economía argentina parece vivir en un rodaje eterno, con guiones que cambian antes de filmar la escena final. La reforma laboral, por ejemplo, lleva años en preproducción. Se la anuncia, se la debate, pero nunca llega al estreno. En un mundo donde el trabajo se redefine a cada clic, seguimos discutiendo sobre normas del siglo pasado.
Johnny Depp dirige hoy una película sobre Modigliani, un artista incomprendido en su tiempo. Y acaso eso también nos describa: un país que tiene talento, pero que necesita un director capaz de ordenar el caos creativo y darle forma a la obra.
Porque la economía no necesita más improvisación sino que requiere dirección, edición y posproducción. La inflación no se baja solo con ajuste, sino con confianza; la inversión no llega solo con discursos, sino con reglas claras.
Quizás, como en “Piratas del Caribe”, la Argentina deba aprender a navegar sin mapa, pero con brújula. Y esa brújula, más que señalar el norte, debería marcar el rumbo de lo que realmente deseamos: una economía estable, moderna y que premie al que trabaja y arriesga.
El joven manos de tijera y el pirata tienen algo en común: ambos viven entre mundos imposibles. Uno intenta encajar en la sociedad con sus diferencias; el otro busca su libertad en mares dominados por imperios. En esa dualidad, la Argentina también se debate entre la necesidad de integrarse al mundo y el miedo a perder su identidad.
Tal vez el mensaje que nos deja la visita de Johnny Depp es que la creatividad y la reinvención son las únicas armas válidas para sobrevivir. Edward no podía cambiar sus tijeras, pero aprendió a crear belleza con ellas. Sparrow no podía calmar las tormentas, pero aprendió a navegar entre ellas.
Argentina no puede cambiar su historia de un día para otro, pero sí puede aprender a usar su ingenio para transformar crisis en oportunidades. Y en eso, como diría el capitán Jack, “el problema no es el problema: el problema es tu actitud frente al problema”.
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