Según Peter Sloterdijk, filósofo alemán, “nadie en esta tierra sabe cómo pagar la deuda colectiva. El porvenir de nuestra civilización choca contra un muro de deudas”, dice. No es el único en advertir sobre una situación que ha puesto al mundo en un crítico escenario con final abierto. O no tanto, porque de lo que se trata en definitiva es de si los deudores pueden pagar como sea y los acreedores cobrar en términos amistosos. Punto crucial que lleva la cuestión a un aborrecido término: ajuste, causa de dramas sociales y crisis políticas a la orden del día en diferentes geografías.
Implica esto la aplicación de recetas conocidas cuyos efectos recaen, inexorablemente, sobre los más expuestos en la escala social. Como ya se sabe, los indefensos. Historia reiterada si las hay, en la actualidad cobra dimensiones pavorosas por el número de conflictos y la diversidad de causas concurrentes que sacuden al mundo. Incluido nuestro país, claro es.
En ese marco, el sistema directamente involucrado no muestra intenciones de modificar las reglas de juego que impuso, en nada marginales, en tantos casos, a desempeños inmorales y francamente delictivos de actores protegidos. La monumental estafa planetaria del 2008, para nada agotada en sus efectos, es una muestra terminante, sólo posible por deducibles complicidades en niveles de decisión del orden vigente. El fraude puso al desnudo el trasfondo francamente doloso de lo consumado. En verdad, una trama siniestra que tiene en estructuras financieras el factor clave del éxito de las maniobras criminales de la evasión y el blanqueo de dineros provenientes de la corrupción, el narcotráfico, el contrabando de armas, la trata de personas, etc.
Sucede que el sistema que prevalece no evidencia preocupación por las consecuencias de sus actos. En todo caso, lo excluyente para el entramado de intereses coaligados es el resguardo de la posición dominante alcanzada. Como se sabe, el salvataje de las entidades financieras a costa de las espaldas más débiles es el recurso empleado para mantener en caja un modelo, el neoliberal, que en realidad continúa funcionando en piloto automático no obstante los resultados de su instrumentación. Lo sucedido en los ’90 en nuestro país es concluyente, y es claro que lo emanado del Consenso de Washington sigue pesando en la actualidad con caracteres más que preocupantes.
Por unos dólares más…
El poder financiero, queda dicho, se nutre de fondos provenientes de orígenes diversos, entre ellos los espurios. Los dineros extraídos irregularmente de las economías nacionales y canalizado hacia los centros lavadores (paraísos fiscales) e incorporados, blanqueados, al mercado global de las finanzas, están en la base del profundo y extendido quiebre moral que conmueve a Occidente y explican la realidad de los angostados caminos que recorren sociedades dependientes y progresivamente acorraladas.
Oxfam Internacional, una respetada ONG europea, denunció recientemente que unos U$S 32 billones (24 billones de euros) del PIB mundial se encuentran en paraísos fiscales, lo que implica que 33% de la riqueza producida globalmente escapa a la recaudación de los estados. En el informe que hizo público, titulado “El coste de la desigualdad: la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos”, la entidad reclama un “new deal”, o nuevo trato, a escala mundial. Afirma que el 1% de la población más rica del planeta ha incrementado sus ingresos en un 60% en las últimas dos décadas, pese a la crisis, que “no ha hecho más que acelerar esta tendencia”, remarca. Para Oxfam, la acumulación extrema de recursos en muy pocas manos, además de injusta es “económicamente ineficiente, políticamente corrosiva, divide la sociedad y es medioambientalmente destructiva”.
La ONG dice que terminar con los paraísos fiscales podría generar 189.000 millones de dólares en recaudación impositiva, que ayudarían a paliar la pobreza estructural, uno de los objetivos pendientes del programa del Milenio de la ONU. En tal sentido refiere la organización humanitaria que los u$s 240.000 millones ingresados durante 2012 a las arcas de las 100 personas más ricas del mundo equivalen a cuatro veces la cantidad necesaria para poner fin a la pobreza en el planeta.
El neoliberalismo sigue vivo…
De esto podemos dar fe los argentinos. El ajuste está en marcha entre nos, quiérase que no, y sus efectos económicos, más allá de lo imputable a la gestión del gobierno nacional, no son sino la proyección, con negros caracteres, de lo sentado en los ‘90 por el menemismo con el mismo rigor verticalista que caracteriza la actualidad.
Por supuesto, no somos los únicos en padecer la abierta experiencia que trajo endeudamiento, despilfarro y corrupción, además de pobreza y miseria. Se ignora, por ejemplo, en nuestro caso, cuánto del dinero adeudado corresponde a empréstitos legítimamente contraídos y cuánto es resultado de maniobras contables avaladas políticamente, incluida la nacionalización de la deuda privada. En suma, qué se debe realmente.
La cuestión del endeudamiento ha sido parte destacada de la estrategia neoliberal hacia la hegemonía total. Gabriel Palma, catedrático de economía comparada de la Universidad de Cambridge, sostiene que “en la visión neoliberal que desplazó al keynesianismo de la posguerra se encontraba un programa de privatizaciones, liberalización comercial y desregulación consagrada a principios de los ‘90 en el famoso Consenso de Washington”. Los hechos, y sus consecuencias, lo demuestran, y en el contexto conformado, con participación de lo inmoral como herramienta, resalta la presencia dominante del sector financiero, en cuyas bóvedas se mezclan fondos de heterogénea procedencia. Incontables de ellos viciados por la criminalidad. Según Palma, “la hegemonía del sector financiero sigue siendo la misma que antes de la caída del Lehman Brothers. Mientras no se modifique esa hegemonía no se puede hablar de nuevo modelo”, precisa.
Especulación por producción
“Mientras el sector financiero persiga sus fines de ganancia a corto plazo y no financie al sector productivo no podremos salir de la crisis”, declara un profesor de sistemas bancarios de la Universidad de Manchester. Esto es claro y terminante y constituye el nudo de un proceso que prioriza la especulación en desmedro de la producción. Menos riesgos y mayores beneficios es el punto, menos inversión en bienes productivos y menos oportunidades laborales genuinas el efecto en la economía real. Más evasión hace al interés financiero al par de incidir negativamente en la recaudación fiscal. En el lucrativo negocio financiero incursionan, además, corporaciones industriales a través de sus propias estructuras creadas al efecto, como es el caso de General Motors que llegó a invertir en el mercado hipotecario. Según un analista del fenómeno, por esta vía las empresas llegaron a obtener ganancias superiores a las alcanzadas con la venta de su producción.
El precio de esa hegemonía es una gigantesca acumulación de deuda que comprende a individuos, naciones y corporaciones, apunta la fuente mencionada. Afirma que la crisis se repetirá porque el modelo que la produjo “no ha cambiado. Se necesita un cambio de reglas de juego”. Cosa que considera difícil de lograr.