Luego de la esperada admisión pública que hizo la presidenta Cristina Fernández de la existencia de la inflación, que desde comienzos de 2007 en que se dispuso la intervención del INDEC no sólo había sido negada y rechazada, sino reemplazada por estrafalarios dibujos, debe constituir uno de los exclusivos temas sobre los que existe coincidencia generalizada de todos los sectores. Es que si no hubiese inflación, ¿qué necesidad habría de controlar el dólar, de subsidiar los servicios y el consumo, o de ponerle techo a los aumentos de salario? Es decir, en pocas palabras, se terminarían casi todos los problemas.
Pero, ¿cómo combatir la inflación? Aquí en la Argentina tenemos aquilatada experiencia en la materia, pues hubo tiempos realmente bravos, desde el Rodrigazo de mediados de los ´70 hasta la indomable hiper de los finales de Alfonsín, que incluso anticiparon su retiro. Fueron los dos grandes picos, pero en realidad nadie estuvo a salvo de estos tembladerales, como en varios momentos de Menem, sobre De la Rúa ni hablar, y ahora en estos cuatro años de Cristina, donde todo fue muchísimo más llevadero por los abundantes recursos generados por las exportaciones, especialmente la soja, que tomó un vuelo que nunca antes había tenido. Era, poco más poco menos, un yuyo que pasaba desapercibido no sólo aquí sino en un mundo ávido de alimentos, y de pronto pasó a cotizar como oro en polvo.
Durante todas estas décadas, e incluso en períodos negros como las dictaduras militares, hubo toda clase de intentos por eliminar o controlar la inflación. Los fracasos fueron amontonándose como una montaña. Controles de precios -emulatorios del agio y especulación en tiempos de Perón-, simulacros de acuerdos en los cuales cada parte trataba de obtener ventaja a costa de las otras, pactos sociales, compromisos empresariales y sindicales, cambio de moneda, convertibilidad. Como en botica, de todo un poco. Nada funciona cuando se parte de bases falsas, tal vez un tiempito, y vuelta a las andadas.
El período más estable fue durante la presidencia de Kirchner, facilitada por la oleada favorable de nuestra economía y de la región con el empuje de los precios de las materias primas, especialmente aquellas relacionadas con los alimentos. De todos modos, según se decía, personalmente monitoreaba las cuentas públicas, para que siempre los ingresos estuvieran encima de los gastos. Esa es en definitiva la simple y accesible manera de no entrar en derrapes. Gastar menos de lo que se gana, tal como en una casa de familia.
Ahora se viene una situación muy delicada y comprometida. Los recursos se redujeron y por todo el exceso cometido llega el tiempo del ajuste. Más que profundizar el modelo, como se sostuvo, hay que corregirlo. Se vienen subas en agua, luz, gas, transporte, tasa municipal, peaje, patente automotor, en algunos casos de montos accesibles y otros que no habrá bolsillos que aguanten. Si se cree que esto no tendrá efecto inflacionario, otra vez estaremos construyendo sobre cimientos de barro, pues en unos pocos meses la inflación deglutirá lo que ahora se trata de recuperar. Una historia de nunca acabar, muy conocida.
Cuando llega la instancia del sinceramiento, los debe alinear a todos participando y aportando al esfuerzo. El Estado al frente en esa trinchera, reduciendo gastos que vinieron creciendo con mayor celeridad que los ingresos y además, emitiendo menos. Mucho menos. Tengamos en cuenta que el impacto más fuerte de la inflación es siempre contra los más pobres, justamente a los que el gobierno puja por su inclusión, y además, desaparecerían todos los restantes factores que preocupan. Una vez lo titulamos, y ahora reiteramos, la inflación es la madre de todos los problemas.
La economía está sólida, más si la comparamos con el mundo, y las posibilidades de afianzamiento dependen de la voluntad de trasladarlas a la realidad. Ese debería ser el objetivo mayor de la presidenta en el nuevo período que comenzará en unos días.
Si en cambio continuamos con la artificialidad de algunas situaciones, que la misma realidad se encarga luego de hacer pedazos, posiblemente no estaremos transitando el camino más llano, sino el de más obstáculos. Luego de las fallidas experiencias del "para todos" que se antepuso a las milanesas, al pescado, a la carne -limitándose esa pretensión ampliada a unos cientos que llegan primero al Mercado Central o a un par de camiones que recorrieron el Gran Buenos Aires-, ahora parece que llegan las "cenas y canastas" para todos, por nueva ocurrencia de Moreno tratando de tender un manto de felicidad para las fiestas. La canasta "masiva" tiene un costo de 11 pesos. Se anticipa que tendrá entre diez y doce productos, y posiblemente sea de esa manera y se vendan algunos miles, originándose una situación ficticia que no condice con la realidad. Vaya al súper y vea qué puede comprar con 11 pesos para armarse una canastita. Ese es el día a día y no las ilusiones de Moreno.