Después del uso que el gobierno le ha dado a los fondos buitre, responsabilizándolos poco menos que de casi todos los males que debemos cargar por la serie de fracasos que viene enhebrando, tal vez más de un hincha de Boca debe haber pensado que también el cuestionado técnico Carlos Bianchi podría haber hecho uso de esa alternativa -al hoy de moda estilo Pilatos- durante el encuentro con la dirigencia de Boca en que le anunciaron el despido.
La reflexión, de irrealidad total, es sin embargo una pintura descriptiva de un escenario en el cual todo es posible, ya nada sorprende. Viene como derivación de la insólita justificación que intentó el narrador oficial Jorge Capitanich esta semana, acusando a los fondos buitre de financiar a los sindicatos opositores, a la oposición y a los medios de comunicación críticos del gobierno. Tamaño disparate, uno más que se agrega a la excesivamente amplia y extraña colección del chaqueño Jefe de Gabinete, fue dicho esta semana como intento por descalificar el tercer paro que sufrió el kirchnerismo, encabezado por su anterior aliado Hugo Moyano.
En realidad, apelando a esta clase de argumentaciones descabelladas, los dichos de Capitanich tienen el efecto de un búmeran, siendo más fuerte el rebote adverso que el intento original por dar excusas y justificaciones, quedando bastante claro a esta altura, que el manual K se encuentra agotado. Es que a esta altura, cuando tanta mala praxis está no sólo a la vista sino también en el padecimiento de casi todos, culpar a Magnetto, a los medios hegemónicos, al mundo que se puso de acuerdo contra la Argentina, a los empresarios angurrientos -entre otros-, y ahora a los fondos buitre, es de absoluta inutilidad. Es probable que ni siquiera lo crean quienes deben salir a poner el rostro para decirlo, como Capitanich por ejemplo. Pero además de todo lo expresado, que por cierto alcanza y sobra, el recurrir a argumentaciones tan desarticuladas de la realidad, constituye una verdadera burla para los destinatarios, es decir, nosotros. Una desestimación y menosprecio de los gobernados.
Sin olvidar otra clara muestra de esta permanente confrontación cuando la estimación del alcance del paro del jueves. Mientras el inefable Capitanich planteaba sólo un 25% de adhesión, la dupla Moyano-Barrionuevo daba cuenta de haber arañado el 90% de adhesiones. Distancia que se registra hoy en casi todas las cuestiones.
Mientras todo esto transcurre, la situación todos los días está un poco más complicada. Lo que sucede con el dólar imparable es un claro síntoma de la desconfianza que existe en el gobierno, por más que se busque y se rebusque, esa es la explicación simple y concreta. Podrán dar muchas otras, pero sin el asidero de la realidad. Es una de las pocas maneras de tratar de defenderse del desastre que están haciendo con nuestra moneda. Hoy la Argentina es el tercer país del mundo en emisión monetaria, detrás del Congo y Ucrania, y también entre los primeros en materia inflacionaria, junto a Bielorrusia, Venezuela, Siria, Sudán y Malawi. Datos para los que no existen respuestas, salvo un relato que hoy se está cayendo a pedazos.
De la inflación ya casi nada puede agregarse, el daño más que a la vista está en el bolsillo de todos. Para fin de año se dice que estará oscilando el 50 por ciento y ni que suponer lo que ocurrirá el larguísimo año que viene, con una administración que la única reacción es haber redoblado la apuesta de un rumbo que ya nadie sabe hacia dónde conduce. Se sigue aumentando el gasto público, se continúa emitiendo sin control, dos de las usinas preferidas para motorizar la inflación. Si en algún momento se pensó que de esta manera se podría arribar en calma hasta diciembre de 2015, el cálculo parece equivocado, le erraron por un año.
Consecuencia de la falta de respuestas y de reacción, las condiciones socioeconómicas se encuentran en franco deterioro. Son innecesarias demasiadas puntualizaciones, aunque debe decirse que el ajuste que no llegó a otras áreas del Estado como el descontrolado ingreso de funcionarios, el fútbol para todos, los subsidios, la maquinaria de propaganda y otros dispendiosos gastos con una elevación promedio del 66%, en cambio se han hecho sentir en el denominado gasto social -incluye jubilaciones, pensiones, junto a prestaciones educativas, sociales y de salud-, redondeando un ajuste del 33% contra una inflación real del 40%. Un reflejo elocuente por sus cifras del pronunciado desequilibrio que se viene registrando.
Poco más poco menos, todo viene desembocando en decisiones que invariablemente perjudican más a los que menos tienen, lo cual va justamente en sentido contrario de la proclama de inclusión que desde siempre tuvo el gobierno.
Hoy termina agosto, siempre un mes clave en el desarrollo de los acontecimientos. Confiemos que algo empiece a cambiar.