¿Usted trató alguna vez armar un rompecabezas al que le faltan piezas? Pruebe y verá las dificultades que encuentra. Eso es, más o menos y para describirlo de una manera muy gráfica, sencilla y entendible, lo que le está pasando al Gobierno. Está en una afanosa búsqueda de soluciones, que anuncia desordenadamente, algunas sobreponiéndose sobre otras, con consecuencias que están a la vista de todos. Al menos hasta ahora, ha ido bastante mal.
Que se haya llegado a formular un llamado al patriotismo, es que van quedando muy pocas ideas. La economía no se maneja con el corazón o los sentimientos, sino con las medidas adecuadas, y fundamentalmente haciéndolo de una sola vez, dejando la impresión que se sabe lo que se está haciendo, ya que la confianza es un elemento indispensable para el éxito de cualquier tipo de plan, al menos en su comienzo. Después queda tiempo para ir corrigiendo, acomodando sobre la marcha, pero no borrar con el codo hoy lo que ayer se escribió con la mano.
Pero además, y por sobre todas las cosas, quien reclama, exige, o simplemente lo pide como se intenta hacerlo en esta última instancia, es quien debe ponerse al frente ajustando sus propias cuentas. Como el capitán del barco, siendo el último en abandonarlo cuando naufraga. Hoy se hace casi todo lo contrario, se aumentan combustibles, los impuestos, los peajes, se devalúa, se emite moneda a rajatabla y se sigue gastando como en los mejores años de los recursos de la soja. El sector privado lo que hace es seguir la corriente, en algunos casos con justificación y en otros en forma preventiva, es verdad. Pero como han sido tantos los golpes sufridos en las últimas décadas, incluso con apropiación de depósitos, corralitos, devaluaciones y otra clase de artilugios parecidos, existe una gimnasia y práctica bastante fluida en tratar de defenderse de los efectos de la inflación. Es cierto, puede hacerlo el que tiene posibilidades, para el resto, trabajadores de salarios bajos, el 74% de los jubilados que cobra el haber mínimo, y por supuesto los asistidos por planes y subsidios oficiales, esa chance no existe y queda expuesto a sufrir las consecuencias sin modo de defenderse. Nada nuevo bajo el sol, simplemente una historia que se repite.
Es el Gobierno el que debe sincerarse y ponerse al frente, reducir la emisión al mínimo posible y achicar violentamente todos los gastos improductivos. El primer paso al frente del patriotismo debe venir desde allí y después reclamarlo al resto.
En la provincia de Neuquén hubo estos días un sinceramiento. La plata no alcanza más, por lo que se redujo a la mitad la planta de funcionarios y a los que quedan se les redujo el sueldo 15%. Medidas drásticas, que tal vez podría ser mejor analizadas y buscar otra salida, pero algo para tener en cuenta es que el Estado en sus tres niveles -nacional, provincial y municipal- en estos años fue el mayor creador de empleo, y otro tanto en empresas dependientes de los recursos públicos, donde los ingresos fueron por miles, y nada de auxiliares ni pinches, pues la mayoría como por un tubo recaló en puestos gerenciales. Aerolíneas tiene una plantilla de 11.000 empleados, de los cuales 1.500 ingresaron en esta gestión de Recalde; en el AFSCA Sabatella hizo entrar cerca de 80 personas en puestos ejecutivos, de su partido político Nuevo Encuentro, al que además aportan un porcentaje de sus sueldos; días atrás al asumir en la SEDRONAR el cura Molina fueron cesanteados 19 gerentes que no se sabía para qué estaban pero que cobraban elevados salarios. Y la lista queda abierta para seguir con una amplísima diversidad de áreas públicas o semipúblicas.
Lo que existe en el Gobierno es desorientación, con la cual genera falta de credibilidad, lo que no es fácil de conseguir viniendo de tantos años de mentiras, la de la inflación del INDEC por ejemplo. La que debería salir a exponer el sinceramiento es la propia presidenta Cristina Fernández, que sigue ignorando los problemas y culpando a otros de su existencia. Por la suba del dólar ya fueron señalados el narcotráfico, los especuladores, a los bancos, los desestabilizadores y golpistas. ¿No miraron hacia adentro? Es momento que lo hagan.
Es difícil que la gente le crea a Capitanich o Kicillof, han ido y venido sin siquiera sonrojarse. Las circunstancias exigirían ese gesto de la presidenta Fernández, que de una buena vez deje la postura del país de las maravillas, admita los problemas que existen y proponga soluciones, poniéndose al frente, adoptando la actitud del capitán del barco. Y tener en cuenta que los problemas no se solucionan sólo con deseos. Pero claro, para eso hay que admitir el fracaso de muchas de las políticas instrumentadas durante la década. Lo que no creemos que suceda.