El de la inflación, junto a la inseguridad, son los dos temas más difíciles y complejos que tiene el Gobierno por delante para encontrarles alguna clase de solución. No digamos completa, pero al menos reducir los efectos negativos que provocan en la población. Lo hemos dicho tantas veces, que resulta archi trillado, pero es lo que la gente habla todos los días y lo que les preocupa, ya que los impactos se sienten en los dos lugares más conmocionantes: en la salud corporal, como significa vivir en permanente intranquilidad, y en el bolsillo, donde los recursos se escurren como agua en la mano.
La inflación acaba de terminar el año y con la simple difusión de números disímiles está describiendo la realidad que vivimos y la ficción que se trata de imponer desde el Gobierno, -con esa pretensión extendida a todos los ámbitos y rincones de mostrar un país de maravillas-, lo cual alcanza y sobra para imaginar el escenario, que ni falta hace, por demás conocido. Es que mientras para el INDEC la inflación de todo el año 2012 fue de 10,8%, para el "índice Congreso" donde se promedia el de las consultoras privadas y se difunde desde esa vía parlamentaria para evitar persecuciones y sanciones, esa misma inflación anual fue de 25,6%, con una diferencia notable entre uno y otro extremo, en medio del cual anidan los problemas más serios por encontrarles solución, ya que impactan directamente en la gente, y más fuerte en los que menos recursos tienen para defenderse del flagelo inflacionario.
Según el Gobierno, emitir no genera inflación -así lo sostuvo el viceministro Kicilloff, quien es al parecer quien define-, tampoco las subas de tarifas de servicios públicos que poco a poco van poniéndose a tono con la realidad, ya que el destino de más de 80.000 millones anuales para subsidios pudo sostenerse durante los años de abundancia, pero no es lo mismo ahora que escasean. La responsabilidad se traslada a los precios, apuntando a los empresarios, que tampoco están exentos de responsabilidad, usando el "por las dudas" nunca se quedan cortos. O bien a los trabajadores, a quienes se trata de limitar las aspiraciones de ajuste salarial, y se les prolonga la ampliación del impuesto a las ganancias.
El efecto inflacionario, cuando se enquista como ocurre ahora, es mucho más complicado de solucionarlo, incluso de suavizarlo. Es que resulta fundamental, más que eso decisivo, que todos los sectores confluyan en el objetivo. Cuando desde un lado se culpa al otro para tratar de preservarse, se comienza mal, a los tumbos. El esfuerzo debe ser compartido, y desde el gobierno tomar la iniciativa, emitiendo menos, achicando gastos -luego de reducirse en septiembre y octubre, en noviembre volvieron a subir vertiginosamente-, moderar la suba de impuestos y tarifas todo lo gradual que se pueda, luego exigir al resto de los componentes de la economía.
Un camino que no será sencillo de transitar, viéndose el Gobierno ante un dilema. Con la inseguridad no puede hacerse casi nada en unos pocos meses para mostrar avances, pero sí en cambio con la inflación, siendo este último un factor decisivo para las elecciones de octubre, consideradas clave para la continuidad del modelo, ya que allí estará en juego la posibilidad reeleccionista de la presidenta Cristina Fernández. Aunque tal vez, no sea la última.
Sosteniendo justamente la búsqueda del objetivo central que son las elecciones para los dos tercios en las Cámaras legislativas que permitirían abordar una reforma de la Constitución, una de las maneras será mantener y más que eso mejorar la situación socioeconómica, la cual ha venido experimentando claros deterioros por causa del impacto inflacionario. Lo que se descarta es cualquier intento de ajuste, palabra que no cuadra en el vocabulario kirchnerista, aunque eso plantea por ejemplo el interrogante ¿cómo parar la inflación siguiendo con la emisión de mil billetes de cien pesos por minuto?
Todo indica que no se apelará a ortodoxias económicas, que por otro lado fueron rotundos fracasos en el pasado, y que se continuará como hasta ahora, negando la inflación y tratando de sostener lo mejor posible a los sectores más desprotegidos, aunque se pongan rojas las impresoras de la Casa de la Moneda y la ex Ciccone, que no dan abasto.
Aunque una dama muy conocida, y por demás dañina, hoy Doña Inflación es la invitada. Sin dudas, una gran protagonista de esta época, quien tal vez ande por allí tratando de comprobar cómo es que se puede comer con 6 pesos por día. Una verdadera desmesura, que más que dato oficial, resulta una tomadura de pelo.