Economía

Economía argentina: entre la estabilidad que nace y la esperanza que insiste

ARBOLITO DE ARGENTINA. En tiempos de Navidad, la esperanza resurge; ojalá esta vez el país pueda encontrar el modelo que garantice crecimiento y prosperidad.
Crédito: FOTO ARCHIVO

Por Guillermo Briggiler

La economía argentina transita, quizás sin estridencias pero con señales cada vez más claras, una etapa de transición profunda. Los desequilibrios que durante años marcaron el pulso cotidiano, como la inflación crónica, el desorden fiscal y la desconfianza monetaria, comienzan a ceder, no por magia ni por atajos, sino por una combinación poco habitual en nuestra historia reciente: disciplina, coherencia y paciencia.

La inflación, aun elevada en términos internacionales, muestra una tendencia descendente sostenida. No es un dato menor, pues la baja de la inflación no solo ordena precios, también devuelve previsibilidad, restituye el valor del salario y permite que las decisiones de consumo, ahorro e inversión vuelvan a tener horizonte de mediano y largo plazo. En paralelo, el equilibrio fiscal deja de ser una consigna teórica para convertirse en una práctica concreta, con un Estado que empieza a gastar en función de lo que recauda, y no de lo que el político promete.

El frente monetario acompaña ese proceso. Con un Banco Central más enfocado en la estabilidad que en la emisión, y con reservas que comienzan a recomponerse gradualmente, el tipo de cambio deja de ser una amenaza permanente. Menos sobresaltos cambiarios implican menos remarcaciones defensivas y más espacio para que la economía real respire. La actividad, aunque aún heterogénea, empieza a mostrar sectores que se reactivan, exportaciones que empujan y un crédito que lentamente asoma.

Nada de esto significa que el camino esté completo ni que las dificultades hayan desaparecido. La pobreza sigue siendo una herida abierta -más allá de la baja circunstancial- y el impacto social del ordenamiento económico exige sensibilidad y tiempo. Pero también es cierto que ningún proceso de crecimiento sostenible puede edificarse sobre el desorden permanente. Primero, como en toda construcción sólida, hace falta cimiento.

En materia de empleo, el desafío es tan central como ineludible. La estabilización macroeconómica es condición necesaria, pero no suficiente, para crear trabajo genuino. Sin embargo, empiezan a aparecer señales alentadoras: una economía con menos inflación y mayor previsibilidad reduce el riesgo para quien invierte, produce o contrata. La recuperación del crédito, la normalización de costos y un mercado cambiario más ordenado generan el clima adecuado para que las pymes —históricamente grandes generadoras de empleo— vuelvan a pensar en crecer. El empleo no se crea por decreto; nace cuando el contexto deja de castigar al que apuesta por producir. La discusión de la reforma laboral será clave en este punto, la calidad del texto de la nueva ley lo que determinará que se logre generar empleos para la población económicamente activa. Lo saludable es que la reforma reúna el mayor consenso posible.

La pobreza, por su parte, sigue siendo la deuda moral más pesada de la Argentina. No se resuelve con estadísticas aisladas ni con discursos bienintencionados, sino con crecimiento sostenido, trabajo y estabilidad. La desaceleración de la inflación es clave para empezar a revertir este flagelo, porque es el impuesto más cruel sobre los ingresos de los sectores más vulnerables. En la medida en que los precios se ordenan y la economía recupera su capacidad de generar oportunidades, la asistencia puede dejar de ser un fin en sí mismo para convertirse en un puente. Como enseña la doctrina social cristiana, la dignidad se construye con trabajo y comunidad, no con dependencia; y toda política económica que aspire a ser verdaderamente humana debe tener esa premisa en el centro.

Y es aquí donde, con la Navidad fresquita, resulta inevitable una analogía. La esperanza cristiana no se basa en milagros ruidosos ni en soluciones instantáneas, sino en la confianza silenciosa de que lo pequeño, bien cuidado, puede dar fruto. Un pesebre humilde, una promesa que se gesta sin aplausos, una luz que no encandila pero orienta. Algo de eso parece empezar a insinuarse en la economía argentina: menos fuegos artificiales y más trabajo de base.

Ordenar no es ajustar por ajustar; es dar sentido. Estabilizar no es enfriar la economía, sino devolverle reglas. Y crecer, finalmente, no es solo una cuestión de números, sino de confianza compartida. Si esa confianza logra sostenerse —en las políticas, en las instituciones y en el esfuerzo cotidiano de cada uno de nosotros más allá de la responsabilidad superior de los gobernantes— el futuro deja de ser una amenaza para convertirse, otra vez, en una posibilidad.

En tiempos de Navidad, cuando la fe invita a creer que la luz puede abrirse paso incluso en la noche, la economía argentina parece estar dando sus primeros pasos en esa dirección. Lentamente, con tropiezos, pero con una convicción nueva: que el orden también puede ser un acto de esperanza.

#BuenaSaludFinanciera

@ElcontadorB

@GuilleBriggiler

Autor: 480805|

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