Justo ahora que los déspotas están en extinción, la humanidad empieza a padecer una nueva forma de tiranía: el “Síndrome del Emperador”. Con este llamativo rótulo se cataloga a niños y adolescentes muy agresivos, carentes de sensibilidad y empatía, que no pueden adaptarse a ninguna estructura o autoridad y traban relaciones sólo por conveniencia egoísta.
El fenómeno, que viene siendo estudiado desde hace más de diez años, fue definido inicialmente por el Dr. Vicente Garrido Genovés, psicólogo y criminólogo español. Todavía hoy las causas del mal no son claras. En general, no existe una vinculación directa con la condición socioeconómica del menor, ni es necesariamente el resultado de un hogar conflictivo. Y lo más desconcertante: el número de casos se incrementó de manera exponencial.
En tiempos tan convulsionados como los que vivimos, no sorprende que estos chicos sean el emergente extremo de una violencia social subyacente, más amplia y compleja. En las escuelas es posible ver y testear buena parte de este cuadro. Allí inevitablemente queda expuesta toda la variada gama de pequeños emperadores o aprendices de tales, aunque no estén rigurosamente incluidos dentro del síndrome.
El establecimiento escolar es, en este sentido, el escenario de mayor tensión. Cuando los nenes problemáticos están en sus casas, a menudo se recluyen en la computadora o la videoconsola o bien escapan a la calle. En el aula, en cambio, se sienten aprisionados, sin opción, y el docente -a diferencia de los padres- debe sufrir su presencia de manera ineludible y prolongada.
En Argentina, el panorama se torna particularmente difícil. Recordemos que nuestros estudiantes secundarios, según revela el informe de PISA, son los de peor comportamiento en la extensa lista de 65 países. De los alumnos primarios no tenemos datos, pero no cabría suponer alguna diferencia significativa.
Sonia Alesso, titular de AMSAFE, no exagera cuando afirma que los maestros y profesores de tiempo completo, a la larga, terminan enfermos. Principalmente es debido a la lamentable indisciplina, cada año más trastornada.
Desde el gobierno, se expresa un loable deseo: “la familia tiene que volver a acompañar a la escuela”. Pero justamente los padres en cuestión no saben qué hacer con sus hijos o los apañan.
Insisto nuevamente, tal como lo propuse en una nota anterior por este mismo medio: urge crear anexos especiales, para derivar allí a los alumnos con problemas de conducta y/o adicciones, atendidos por personal altamente capacitado.