Notas de Opinión

El Papa en España y los discapacitados

Me enteré por los periódicos que uno de los grandes escenarios de la visita de Benedicto XVI a España, la tercera, siguiendo la estela de su antecesor, el beato Juan Pablo II, con ocasión del viaje apostólico a Madrid en la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, iba a ser el sábado 20 de agosto de 2011, en el Instituto San José, de 19:40 a 20:00 horas, para tener un encuentro con los jóvenes con discapacidad. Yo había trabajado en él en mis primeros veinte años de actividad laboral, como profesor especializado en Pedagogía Tarapéutica. Fui uno de los cuatro primeros profesores que inauguramos las clases en mayo de 1961, y aunque sólo iba con un nombramiento de unos meses, hasta que nos sustituyeran los profesores definitivos, la Providencia quiso que permaneciera allí más de veinte años, antes de hacerme inspector de educación, y visitarlo como tal.

Hay al entrar en el Instituto un obelisco con una placa en la que se lee: “1899-1974 A cuantos han hecho posible la realidad de este Centro. En el 75 aniversario de su fundación”. Yo me incluyo dentro de esos que han hecho posible esa realidad, y lo visito como cosa propia, aunque ni allí, ni en el libro que se editó veinticinco años después, titulado “Fundación Instituto San José. Cien años de Historia (1899-1999)”, escrito por fray Matías de Mina y Salvador, se citen nuestros nombres, pese a haber dedicado a los discapacitados lo mejor de nuestras vidas, contribuyendo a la civilización del amor.

Miles de peregrinos de más de 150 países invadieron Madrid para participar en la JMJ. Por eso, acercarse al Pontífice sin ser autoridad, voluntario o acreditado, resultaba muy difícil. Pero no quería perderme ser testigo de que por primera vez en su historia, un Papa visitara el Instituto, que fue destino laboral de mi juventud. Y lo intenté, y lo conseguí, gracias a la invitación de D. Pascual Ramos Rivera, director pedagógico del actual Colegio de Educación Especial y Terapia Ocupacional, extendida a mi mujer.

Tras dejar aparcado el coche lejos, vimos cómo a pleno sol, columnas de peregrinos multicolores invadían todos sus alrededores, portando banderas de diversos países, para ir hasta el próximo aeródromo de Cuatro Vientos.

En el Instituto, la espera fue larga, de unas seis horas, en las que cada vez se veían más policías y voluntarios, que fueron tomando posiciones de vigilancia y colaboración. Con retraso, porque hizo una escala no anunciada en los Marianistas, el Papa hizo su aparición hacia las 20 horas, pasando junto a nosotros en su papamóvil, para dirigirse al escenario asignado para el acto, que aunque no muy lejano, unos árboles se interponían.

Por la distancia, oí las palabras del cardenal Antonio María Rouco Varela (patrono de la Fundación), y del Pontífice a través de una radio portátil que llevaba. El Papa, tras saludar a los presentes, dijo: “La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma. Por eso, cuando el dolor aparece en el horizonte de una vida joven, quedamos desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, decía: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…). Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38). Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del ofrecimiento que Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por nuestra redención. Jesús y, siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los santos son los testigos que nos enseñan a vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del mundo”.

Continuó diciendo: “Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana, creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal con Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares, profesionales de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente con estos jóvenes. Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra hermosa labor resuenan también las palabras evangélicas: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40)”.

Para finalizar afirmando que: “nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor vuestras vidas, con sus penas y sus alegrías, colaborando con El y entrando “a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (Spe salvi, 40)”.

Discurso breve, profundo, emotivo, que por su contenido, bendición apostólica y proximidad, valía la pena la espera y haber estado allí, un día caluroso de agosto madrileño. Al Papa le esperaban a continuación, más de un millón de peregrinos, en la gran concentración nocturna en Cuatro Vientos, que les hizo vivir la aventura de una tormenta de aire y agua, que sirvió para dar más valor al acto. Juan Pablo II le dejó el listón muy alto al actual Pontífice, pero Benedicto XVI que accedió al pontificado con bastante más edad, con su paciencia, inteligencia y bondad, se está haciendo querer, tanto como su antecesor.



(*) Foro Independiente de Opinión (España). El autor es Dr. en Ciencias de la Información.

Autor: Ricardo Gutiérrez Ballarín (*)

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