Notas de Opinión

El valor de las palabras y la memoria selectiva

“Todos los argentinos debemos comprometernos con la verdad, tanto desde las bases como desde las cúpulas, porque la contaminación se ha generalizado, pero

sobre todo, en los sectores a quienes incumbe el liderazgo espiritual, político, económico, cultural y social”.

Mons. Vicente Zazpe.


De acuerdo con el relato oficial en circulación, la comprometida situación en que se encuentra nuestro país, cosa de la que sobran evidencias incontrastables, respondería a causales con epicentro en la crisis del 2001 y las turbulencias que siguieron. Por suerte, según el libreto, llegó el kirchnerismo y, trabajosamente y a su manera, puso las cosas en su lugar. Precisamente al que se ha llegado recorriendo un camino descendente en el que si algo abunda son palabras cuyo valor se mide en los resultados obtenidos: decadencia en los planos que se busque.

Desde luego, la historia contemporánea no arrancó en el 2003 con el modelo nacional y popular, reemplazo de la abandonada proclama fundacional de la nación “socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana” de los ’40. Cercanamente, y por obra de los votos que aportó el movimiento, se produjo un drástico cambio de vía ideológica que derivó en las brutales transformaciones de los años ’90, génesis de los pantanos en que se debate hoy la Nación. Claro es que mediaron palabras en el proceso abierto en el ’89, y hace a la cuestión volver sobre ellas para delimitar los campos de responsabilidades por lo ocurrido. En realidad una monumental defraudación a propios y extraños de la que nadie se responsabiliza y, a la vez, ignorada en este tiempo por quienes en su momento festejaron los “logros” del neoconservadurismo que avalaron a placer. Con provecho personal, no caben dudas.

Carlos Menem, presidente electo, el 8 de julio de 1989 anunciaba en su mensaje a la Asamblea Legislativa el camino a seguir por su gobierno. Decía:

“Desde el Estado nacional vamos a dar el ejemplo a través de una cirugía mayor, que va a extirpar de raíz males que son ancestrales e intolerables”; “Porque creemos en la justicia social, vamos a poner al Estado nacional al servicio de todo el pueblo argentino”; “Vamos a sentar las bases de un Estado para la defensa nacional y no para la defensa del delito y de la coima”; “La eficacia social, la participación de toda la ciudadanía, la sana administración, el protagonismo del usuario y la anulación de toda clase de feudos serán instrumentos vitales para transformar a nuestro Estado, un Estado que agoniza como esclavo de unos pocos en lugar de paliar las necesidades de quienes más sufren”; “… sepan que estas reformas son, antes que nada, a favor de los más humildes, de sus mejores oportunidades de trabajo, de su dignidad personal y realización”.

La verdadera cara era otra. “Tenemos que mejorar el Estado para que lo que les `tiremos´ a los pobres alcance para que voten por el capitalismo”, anunciaba en 1994 un economista de primera línea, entusiasmado con las reformas neoliberales que acompañaba. “Lo que ahora está en discusión -aseguraba- no es el modelo sino la forma de compensación de las inequidades que inevitablemente genera una economía capitalista de mercado”. Claro y terminante, la esencia de un plan que, con retoques, continúa vigente.

En efecto, no demanda mayor esfuerzo contrastar lo sucedido, para nada agotado, con las proclamas del converso peronismo-menemista, de cuyo espíritu cuasi sagrado recalan hoy tantos dramas. Devaluadas las palabras, subsiste la hipocresía de la memoria acomodada al juego perverso de la mentira con otros ropajes. ¿Qué diferencia la experiencia reformista del riojano de la que se vive que no sea la que aúna retroceso e impudicia? ¿Qué males ancestrales fueron extirpados? ¿Acaso el delito y la coima? ¿La injusticia social de la pobreza y la exclusión? ¿El Estado esclavo de unos pocos? Por el contrario, el déficit que produjo la “extirpación” de males de arrastre, a los que el peronismo aportó lo suyo, continúa creciendo gracias al modelo instalado una década atrás, adornado con consignas “progre” en un mar de corrupción que no repara en víctimas ni métodos. Nada más que un insondable pozo repleto de palabras arrebatadas, prepotencia, desvergüenzas e impunidad de hecho.

Es verdad que en la jungla a la que se llegó, regida por la avaricia y la discrecionalidad, no todo el palabrerío viciado por la hipocresía es atribuible a la misma fuente. En el oscuro laberinto instrumentado transitaron oportunistas de laya diversa, de diferentes niveles y ocupaciones, que hoy, advertido el panorama conformado, comienzan a renegar de interesadas adhesiones, a salvo los botines en protectores paraísos. Para peor, en el estragado país que compartimos, la Argentina de las palabras y la memoria, falaces aquellas, frágil y enfermiza ésta, es posible que las víctimas no encuentren debida justicia que las compense de algún modo. En todo caso, no será fácil desmontar el andamiaje erigido sobre la base de complicidades y favores clandestinos, sumada una manifiesta disposición al empleo del método tortuoso.

Supuesta una decidida voluntad de asumir con grandeza de mirar la realidad, en el déficit a enfrentar pesarán asuntos como el pasivo de las cuentas públicas, la deuda interna acumulada por décadas, que la pobreza y la exclusión patentizan, la cuestión federal, los jubilados, la concentración del poder en la Nación, los servicios públicos (salud y educación), la equidad tributaria, los conflictos externos políticos y financieros, las reglas del marco económico, el papel regulador del Estado, entre otras demandas pendientes. Y lo que es más, la imperiosa necesidad de recuperar la credibilidad de la ciudadanía en las instituciones políticas de la República, de modo de asegurar la división de los poderes, la independencia de la justicia y la transparencia de los actos administrativos.

La dirigencia política opositora no ignora, seguramente, la magnitud del desafío, así como, es de suponer, no desconoce que aceptarlo implica, desde ya, necesariamente, del diálogo abierto y el consenso como sustentos para alcanzar coincidencias básicas imprescindibles. Acercar las voluntades requiere de desprendimientos y entregas en línea con presupuestos éticos sostenibles en el tiempo. Por sobre las declaraciones críticas de esta hora, muy poco hay para rescatar de positivo en tal sentido. Está en juego el futuro de la Nación y de sus hijos. Debería repararse en eso antes que sea tarde.

Autor: Vicente Ceballos

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