Se puede discutir por un feriado, por la cantidad de miembros de la Corte Suprema, si el papa Francisco avanza demasiado sobre la política autóctona, si está bien mejorar la situación de sólo una parte de los jubilados, si Lázaro Báez es el corte para que no vaya presa la ex presidenta Cristina, si está bien que jueces señalados como corruptos sean quienes juzguen la corrupción, si hay que dar una total marcha atrás con los tarifazos y empezar de nuevo con más prudencia, si los presidentes enferman en el cargo, si los dichos de Guillermo Moreno son para tomar en serio, y así podría continuar mencionándose esta clase de temas que son de discusión cotidiana, sin que sus desenlaces tengan un peso determinante en lo que está por venir. Es que ahora, y como siempre, lo decisivo, la llave que abre la puerta para cruzar el umbral hacia la normalidad, es la economía.
No hay que dar demasiadas vueltas, ni tampoco entrar en enfoques rebuscados. Todo importa, todo tiene trascendencia y debe estar presente en la construcción de un futuro mejor, pero sin una economía más o menos exitosa, el resto no puede avanzar ni consolidarse. En eso está el gobierno, a veces con aciertos, otras a los tumbos, pero sin haber conseguido todavía despejar los nubarrones que oscurecen el horizonte.
El segundo semestre está ahí nomás, a la vuelta de la esquina, y difícil que haya la prometida mejoría, por ahora se trata más de deseos que de concreciones. La inflación, el tumor del cual surgen casi todos los males, sigue como siempre, corcoveando de lo lindo. Es probable que se haya detenido un poco, pero más por efecto de la retracción del consumo -en mayo hubo una espectacular caída de casi 10 puntos-, que por lo que se hizo para frenarla, que es bastante poco.
El impacto que tiene la economía en la gente es prácticamente absoluto, y muchas veces no importan otras cosas. Panza llena, corazón contento, es para tener en cuenta, y aún más que eso, para comprenderlo. Cuando hay necesidad de comida, de un techo, de resguardarse del frío, entre lo más básico e indispensable, todo lo demás no existe. Vaya usted a hablarle de institucionalidad, República, división de poderes, autoritarismo, y hasta corrupción, a quien padece necesidades elementales. Retrocedamos un poco y veamos lo sucedido durante el kirchnerismo: se derramaron hacia abajo una parte de los enormes recursos y fue suficiente para ganar con el 54% que trajo el "vamos por todo". No importó el despilfarro, ni la corrupción sistemática, ni menos haber dejado un país postrado, que pasó de autoabastecido en energía a ser uno de los mayores importadores de la región. Como ejemplo, basta y sobra. Todo lo que ahora debe solucionarse, pero claro, debe hacerse con el bisturí, no con la motosierra (sic Massa).
Las mieses prometidas del segundo semestre están todavía tan verdes como la esperanza, un plazo que está ampliándose hasta el año que viene. El macrismo erró algunas cuestiones de entrada, como por ejemplo no haber divulgado la "herencia" ni bien asumido, al parecer por haber seguido el consejo del gurú Durán Barba. Hacerlo ahora comienza a sonar como excusa, cuando en realidad no lo es, ¿quién puede pretender arreglar en 6 meses los descalabros de una docena de años? Pero lo dijeron ellos mismos, cobrando valor aquello de ser dueños de los silencios y esclavos de las palabras. Igual vale por el anuncio de arreglar todo en un semestre y mejorar al siguiente, ahora el plazo está por vencerse y no se vislumbra mejoría, podría decirse que algunas cuestiones empeoraron, aunque sean la consecuencia del reordenamiento en marcha.
Aunque prematuro, es probable que el presidente Macri deba introducir algunos cambios en la estructura de conducción que tiene hoy la economía. La centralización no es buena, lo hemos visto y sufrido en las últimas décadas, no hay salvadores ni providenciales. El trabajo en equipo resulta más convincente, pero pierde fuerza y posibilidades cuando deja de serlo, como parece está sucediendo. Tal vez culpa del mismo Macri por haber puesto en práctica una idea pero sin fiscalizarla tal vez con la energía que corresponde. Es que hoy Prat Gay, Sturzenegger, Aranguren, Cabrera, Quintana, son algunas de las piezas del rompecabezas que no siempre encajan en los lugares debidos. Sin olvidar que también participan, y tomando decisiones, Peña, Frigerio, Dietrich, Melconián y la lista sigue.
La radiografía del gasto público es una muestra que no todo anda como estaba previsto, o al menos pensado. El año pasado el kirchnerismo llegó al récord de 400.000 millones de déficit en el gasto. Se lo mostró como una elocuente imagen del desmanejo. Los controles fallaron, o bien se hizo un falso diagnóstico, pues este año se concluirá cerca de los 600.000 millones de rojo en las cuentas públicas.
No queda otra que esperar, confiar y quizás rezar un poco.