Vivir en la anormalidad permanente es estresante para personas y sociedades, pero lo más grave es que perdemos las referencias. Así, cada semana que pasa no sabemos si algunos hechos son o no más graves que otros.
Claro que la mayor responsabilidad le cabe a la dirigencia, tanto pública como privada, si bien el peso recae sin duda en quién mayor poder tiene, que es el oficialismo nacional, que ha concentrado un cúmulo de poderes de derecho y de hecho que pocas veces se dio en la historia reciente.
Prueba de ello es que desde el año 2002 vivimos en “emergencia permanente”, aun cuando en este ciclo se dio una recuperación económica muy importante, lo que contradice en si mismo la emergencia económica, que como institución solo existe si hay una crisis económica de tal magnitud que pone en riesgo las instituciones.
¿Somos tan excepcionales como país que no podemos compararnos con otros? Ya no con la vieja Europa, a pesar de sus crisis, ni siquiera con nuestros países vecinos, donde difícilmente se registren cada semana hechos como los que aquí.
Como corolario de una seguidilla de sucesos donde todos parecen tirar de la cuerda para sacar el máximo beneficio, tenemos ahora el grave conflicto con la gendarmería, que siendo básicamente un hecho salarial también es anómalo, porque la fuerza policial no puede protestar de este modo.
Pero el mal ejemplo cunde como una peste, pues si otros hacen lo mismo porque tampoco uno. Así no hay moderación alguna, no hay auto limitación en ningún sector. Casi parece que nos gusta jugar con fuego.
Hasta que se produce algún incendio, todos nos auto compadecemos y volvemos al poco tiempo a lo mismo. Y dudo si las quemaduras que como sociedad registramos nos educan o por el contrario nos endurecen.
Vivir así es muy difícil, porque las energías colectivas no son infinitas y si nos pasamos el tiempo apagando incendios no queda tiempo para construir. Porque aunque la responsable es una minoría muy potente que accede al poder y disfruta de este festín piromaníaco, luego hay que apagar el fuego porque la vida sino sería imposible. Aunque sea para volver a prender de nuevo otra fogata y bailar frenéticamente una música que, finalmente, el último que queda es el que paga las cuentas.
Luego de tantos años de ir y venir en este modo de tratarnos como argentinos, tal vez debamos convencernos que el problema no es tal o cual dirigente ocasional sino todos nosotros como sociedad.
Pues sólo nosotros encumbramos en el poder a este tipo de dirigencia de la que luego nos quejamos, del mismo modo que Discépolo en su Cambalache.