El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) declaraba hace dos años que en la medida que el mundo continuara creciendo en número de habitantes al ritmo exponencial evidenciado, “cada vez más seremos incapaces de sostener a esa población”. Por entonces estábamos al filo de los 7.000 millones de seres dispersos, con suerte diversa, en los cinco continentes. Hoy, superada esa marca, marcharíamos hacia los 9.000 millones que, de acuerdo con la proyección del índice de natalidad actual, se alcanzaría en el 2050. Cabe agregar que entre 1950 y 2000 el crecimiento poblacional fue de aproximadamente el 141% (1,78% en tasa anual acumulativa), en tanto que en el período 1900 – 1950 fue de 53% (0,85% en tasa anual acumulativa).
Las dirigencias del mundo conocen cabalmente la magnitud del problema que plantea el crecimiento demográfico en los términos en que se muestra. Como saben que el fenómeno incorpora diariamente miles de nuevos comensales a una mesa de por sí raquítica, o literalmente vacía. Tampoco ignoran las causas que explican el crecimiento sistemático de la pobreza y la exclusión social, proceso que el hambre corona como descalificador signo de un tiempo del mundo regido por frías leyes económicas de mercado, cuya variable excluyente expresan las prácticas de acumulación de riqueza por cualquier medio o método.
Esa realidad que conjuga miseria y muerte como destino inapelable de millones de seres no es prioridad, evidentemente, en las agendas oficiales de los países centrales, sólo interesados en rentas y bienes ajenos; ni constituye objetivo de preocupación mayor para gobiernos de naciones en desarrollo. Richard Dawkins, etólogo y zoólogo británico, autor del libro “El gen egoísta”, plantea la cuestión demográfica y el hambre consecuente en términos concluyentes. “Si los gobiernos mundiales -afirma- no se animan a establecer métodos de control sobre la natalidad, la naturaleza misma acabará por imponerlos por sí sola, bajo la forma de lo que se llama muerte por inanición”.
¿No es esto lo que está ocurriendo en diversas latitudes? ¿Ante qué perspectiva coloca a la humanidad la indiferencia reinante respecto de las tragedias de una contemporaneidad cegada por el egoísmo y las ambiciones del individualismo extremo prevalente? ¿Qué esperar de ello sino la negación del otro y la pérdida de la conciencia social como caracterizaciones del quiebre moral imperante?
PLANIFICACIÓN Y OTRAS COSAS…
En un planeta finito, limitado, la centralidad que por su peso y alcances reviste la cuestión demográfica es indiscutible, y sin duda sería de singular trascendencia superar la neutralidad mundial existente respecto de las injusticias y violencias que les son comunes. Sucede que el crecimiento poblacional se da en el marco del proceso global de desigualdades, atrasos y exclusión que agrava las condiciones de vida de los seres hoy condenados a una existencia miserable. Ante la realidad planteada, hablar de planificación de la familia como un derecho humano es vano alegato.
El informe de 2012 de Naciones Unidas sobre población sostiene, precisamente, que el acceso a la planificación de la familia impone la adopción simultánea de “medidas en diversos frentes”. Entre ellas, el fortalecimiento de los sistemas de salud, la reducción de la pobreza, la educación, la observancia de las leyes de protección de los derechos de las personas, la lucha contra la discriminación y la provisión asegurada de una amplia gama de suministros indispensables (información, servicios, recursos financieros). La planificación, afirma, no es sólo un derecho humano sino, también, “cuestión de desarrollo económico y social”, cosa que, de hecho, exige un compromiso político en consonancia. En cuanto a la interrupción forzada de los embarazos no deseados, la publicación indica que la prevención basada en la información y el apoyo logístico necesario han demostrado ser eficaces instrumentos para impedir el aborto que, en muchos casos, suele realizarse sin resguardo sanitario alguno con el riesgo consiguiente. Como lo demuestran estadísticas de muertes producidas por esa causa. No llegar a tal extremo implicaría educar para evitar la concepción, demanda que está en la base de la problemática objeto de conflictos inconducentes.
El periodista Carlos Vasile escribió que planificar la reproducción humana es, para muchos, “un acto de arbitrariedad fascista”. “Parece preferible, en nombre de la hipocresía más obscena, que se engendren todos cuanto puedan para pudrirse después en la miseria y en el hambre”, afirma. La FAO advirtió que se marcha hacia una grave crisis alimentaria que atribuye al aumento constante de la población en muchas zonas del mundo y a la caída de la producción agrícola en esas regiones. “El crecimiento demográfico se concentra en el mundo en desarrollo, donde tienen lugar el 90% de todos los nacimientos”, expresa. En diez años, agrega, “la población del mundo desarrollado crecerá en 56 millones de personas, mientras que la de los países en desarrollo aumentará en más de 900 millones”.
El organismo de la ONU para la alimentación y la agricultura afirma que “sea cual fuere el tipo de tecnología, el nivel de consumo o desperdicio, el nivel de pobreza o desigualdad, cuantas más personas haya, mayores serán los efectos en el medio ambiente y, a su vez, en la producción de alimentos”. ¿Sobra gente en el planeta? Es un interrogante, no el único.
UN DATO MAS
La población que habita en ciudades pasará de 3,2 billones actuales a cerca de 5 billones en 2030; es decir, 3 de cada 5 habitantes vivirán en centros urbanos. Se estima que existirán 600 megaciudades que concentrarán el 65% de la población mundial. Para pensar, sin duda.