Cuando recapacito, entonces se me viene a la mente otra vez que en los tiempos de la escuela siempre que no recibiera algo que me había deseado mucho tuve en la mente la frase “Una vez seré rica, entonces me puedo comprar lo que quiero”. De algún modo para mí estaba claro, quien tiene dinero se puede comprar todo, lo que quiere, todo, lo que le hace luego feliz. Cómo envidié a todas las personas que podían comprarse todo sin tener que fijarse en el peso. Y en los tiempos de mi adolescencia todavía no había este tráfago en torno al celular, portátil y la publicidad todavía fue fijada en una columna de anuncios, no como hoy en día donde se coloca una pantalla LED con imágenes corrientes en la pared de una casa. Todo ha sido de cualquier manera más lento y tranquilo. Con los años entonces vino la ganancia que a decir verdad no fue ninguna riqueza, pero me posibilitaba muchas cosas, que ya me había deseado desde mucho tiempo. Un coche descapotable como coronamiento de mis anhelos tuvo que aparecer un día. Ya desde siempre había soñado con conducir arriba abierto por el paisaje soleado, pudiendo disfrutar el sentimiento de libertad, amplitud y vida. Ahora había llegado el día de cumplirme este deseo costoso. Luego cuando el coche por fin había llegado estuve malditamente orgullosa y sentí realmente un sentimiento de felicidad en mi interior. Lo había logrado, por fin había obtenido lo que quería. No duraba mucho tiempo y el conducir abierto se hizo rutina, cotidiano y poco a poco ya no me lo di cuenta en mi estresante vida diaria hasta que un día notaba que la insatisfacción interior había vuelto. Y esto a pesar de que estuviera viviendo mi sueño! En este momento me percataba de que mi felicidad no podía tener que ver nada con las cosas de propiedad. Pero qué fue entonces felicidad? Andaba en busca de mi propio sentimiento de felicidad. Miraba por todas las partes, buscaba la felicidad pero no la encontré. Entonces, en una mañana de verano pacífica al lado del mar, sucedió. Me había levantado muy temprano y había ido a la playa a hacer footing para dar la bienvenida al día en la tranquilidad de la mañana. Cuando corriera así en la playa a lo largo del borde del agua hacia el día mirando ensimismadamente el sol naciente, nada más me rodeara que la naturaleza y pudiera sentir el viento sobre mi piel y oler el agua salado en el aire, entonces subió en mi interior un sentimiento de felicidad tan enorme como antes nunca lo había sentido en mi vida. Y en este momento lo sabía. Justamente la vida me había dado una lección: La felicidad está en las cosas pequeñas. Sólo hace falta aprender verlas de nuevo.