Pensadores
como Kant, Einstein y entre nosotros Alberdi, habían alertado sobre
la insensatez de las guerras, cualesquiera fueran sus motivaciones.
En toda guerra son inevitables las injusticias, las muertes sin
sentido, los daños colaterales, las matanzas colectivas, el
inconmensurable dolor de las víctimas, el efecto dominó, la
irresistible tentación por la destrucción del otro, los límites
difusos, las explicaciones vanas, la ausencia de misericordia. La
sinrazón, en síntesis.
Desde
una postura pacifista, y sin tapujos, Alberdi definía a la guerra
como “ el crimen como medio legal de discusión, y sobre todo de
engrandecimiento”. Einstein, que amén de científico tenía mucho
de filósofo, también desde el pacifismo, y aterrado por el posible
holocausto nuclear, pero quizá sin tener en cuenta la naturaleza
humana, decía en su imperdible intercambio epistolar con Freud que
“La guerra no puede ser humanizada. Sólo puede ser abolida”. En
postura intermedia, Kant, sin caer en el fatalismo belicista ni en el
pacifismo radical, sostuvo que la guerra es una realidad humana
innegable, y como tal hay que abordarla, pero asumiendo que puede ser
evitable a largo plazo y que mientras seguimos haciendo la guerra
podemos preguntarnos por la clase de guerra que realizamos, en
referencia a su eventual “humanización”.
Si a
partir de Naciones Unidas se evitó una tercera guerra mundial, no
por ello subsisten las guerras regionales, en distintas zonas del
planeta. Siria y Afganistán son las más visibles, pero no las
únicas. Existen no menos de veinte conflictos territoriales con
esporádicos hechos de violencia y la perspectiva de convertirse
también en guerras regionales (India y Paquistán, todo el Oriente
Medio, la península de Corea, entre otras).
A eso le
sumamos, desde hace un tiempo, la irrefrenable violencia ejercida por
los grupos extremistas, cada vez más cerca de contar, también
ellos, con armas nucleares; para muchos, el principal peligro, por lo
indiscriminado y fanático y no responder a la lógica tradicional de
aniquilar al enemigo: no se atacan objetivos militares, sino civiles.
El terrorismo es otra forma que asume la guerra moderna: más
puntual, quirúrgica, ocasional pero repetitiva, igualmente
devastadora. No hay lugar seguro en todo el planeta, y todo parece
prever que el fenómeno irá in crescendo.
La
solución a la violencia nunca parece tener como respuesta el uso de
las armas. Admitamos algunas excepciones: la locura hitleriana no
luce que hubiera podido ser solucionada de modo distinto a lo que
constituyó la alianza para derrotar su genocidio y demás locuras
pseudo mesiánicas. Pero convengamos que la solución de los
conflictos, para que sea duradera, pasa por la adopción de
políticas adecuadas, tanto en lo político como en lo económico.
Cuando se creó como organismo de Naciones Unidas el Consejo
Económico y Social, lo fue con la convicción de que, a menudo, el
origen de los conflictos estaba en lo económico, en las injusticias
sociales, en la inequidad, en la explotación del hombre por el
hombre. Por eso no bastaba un Consejo de Seguridad, sino la creación
de un organismo que coadyuvara a los pueblos a salir de la pobreza y
el subdesarrollo. Es mucho lo que se ha hecho al respecto, y los
detractores de Naciones Unidas deberían tenerlo en cuenta, pero los
hechos demuestran que no se está haciendo lo necesario y suficiente.
Convengamos
también en que la violencia está en la raíz de la naturaleza
humana, herida por el pecado de origen. El ser humano es de una
naturaleza proclive al egoísmo, a la soberbia, a la avaricia, a la
agresividad, a la obtención de fines sin importar los medios. Es por
eso que el estado idílico de finalización de los conflictos
mediante el triunfo del capitalismo y del liberalismo político y de
la democracia, por sobre los totalitarismos de derecha y de
izquierda, resultó ser mera ilusión al no tener en cuenta esta
concepción antropológica.
Trump
entiende que la única forma de eliminar a ISIS es por la fuerza de
las armas. Sin perjuicio de que la defensa propia adquiere
legitimidad en algunos casos, y de que las atrocidades de la guerra
química deben de alguna manera cesar, no menos cierto es que la
solución de fondo pasa por otros parámetros. De poco sirve aplacar
con bombas las guaridas armadas, si el terrorista puede ser nuestro
vecino, nuestro connacional, que convive con nosotros y oculta su
fanatismo (religioso, étnico, o el que fuere) desarrollando, a
nuestro lado, una vida aparentemente normal. El terrorista
fundamentalista no está allá lejos: está aquí y ahora.
Arduos
tiempos los que estamos viviendo, de sombrío pronóstico y difícil
solución. La carrera armamentista no se detiene y el tráfico ilegal
de armas mueve miles de millones de dólares anuales: la llevan a
cabo las potencias de Occidente, pero también Rusia, India,
Paquistán, Irán, Israel, y entre nosotros Brasil, Colombia, Perú,
Chile. Pacíficos pero armados, parece ser la consigna. Pacíficos y
absolutamente desarmados, es la de Argentina (de discutida
racionalidad, pues entonces dónde queda el derecho y el deber a la
legítima defensa, en un mundo cada vez más violento y conflictivo).
El uso
de las armas tiene su lógica, y el tráfico de armas también:
dinero, pingüe negocio para muchos, acumulación de poder de fuego,
improbabilidad de respetar límites, y tarde o temprano su
utilización: nadie se compra decenas de trajes nuevos para tenerlos
colgados en el ropero.
El
objetivo de Corea del Norte, y sus bravuconadas, no son los Estados
Unidos, inalcanzables (por ahora). Es Corea del Sur, próxima
(demasiado próxima), vulnerable, a pesar del apoyo bélico al que
está comprometido Estados Unidos; teniendo China la clave para la
solución del conflicto, en tanto acepte quitar su apoyo o limitarlo
de tal manera que, algún día, el régimen despótico y militarista
llegue a su fin.
La posibilidad de una guerra nuclear en la región
es remota, por los efectos colaterales: la contaminación radiactiva
que sufriría toda la península coreana; pero sí es factible el
encontronazo -muy destructivo también- con armas convencionales. El
objetivo de Irán, al apoyar al dictador sirio Assad, no es sino
discutirle a Israel el rol de principal potencia de Medio Oriente.
El objetivo de Rusia, al apoyar a Assad, converge con el de Irán,
por dicho motivo, y para contrarrestar la influencia de Estados
Unidos en su apoyo irrestricto a Israel. La cuestión palestina sigue
sin resolverse, y es un constante polvorín. El mundo es un tablero
de ajedrez donde cada pieza se mueve en función del objetivo de
preservar sus propios intereses.
No cabe,
por tanto, hacerse ilusiones. Nadie puede prever nada, en un mundo
posmoderno que se caracteriza, entre otras cosas, por la
imprevisibilidad. La respuesta sobre la violencia, la guerra y las
armas, al decir de Dylan “…está soplando en el viento”.
(*) Profesor
de Derecho Internacional Público. Miembro de la Asociación
Argentina de Derecho Internacional y del CARI (Consejo Argentino
para las Relaciones Internacionales).