El sindicalismo, es parte de la historia nacional y formalmente nació con el auge del peronismo. A partir de ese momento los sindicatos, los gremios, los trabajadores comenzaron a sentirse protegidos ante el avasallamiento que por aquellos tiempos sufría la clase obrera en su continua explotación por parte de sus empleadores.
La lucha para la liberación y los cambios sociales para una sociedad más armónica, tuvo ribetes de todos los colores y formas. En los años que siguieron, muertes, persecuciones y atropellos desmedidos afectaron las intenciones de un gremialismo abierto y unido.
La CGT, unificada y tantas otras siglas y rupturas, motivadas por facciones, por partidos políticos, en mas de un caso orillaron el camino de la anarquía.
Sus continuas particiones y los fuertes intereses de clases debilitaban las conducciones, la unidad no tenía claridad, la injerencia de continuos golpes militares y las persecuciones a los dirigentes debilitaban más aún a los cuerpos orgánicos de las mismas, ya sea por temor u obsecuencia hacia el poder de los régimenes.
En el retorno de la democracia fue sobresaliendo la figura del dirigente de camioneros Hugo Moyano, quién se proclamó por los votos de los afiliados en Secretario General de la CGT. Con una continuidad de más de 25 años, decide retirarse, dando lugar al surgimiento del actual triunvirato cegetista, con un poder relativo y con una fuerte debilidad operativa, impensada por los trabajadores.
Con el nuevo gobierno que conduce los destinos del país desde diciembre de 2015, se genera un desacople en la economía y duramente sufren las consecuencias los jubilados y los trabajadores, de las clases bajas y medias. En este sentido, la UCA, Universidad Católica Argentina, hace conocer en su último y reciente informe que la pobreza afecta a 13 millones de argentinos, lo que revela un nítido aumento en el último año y medio.
La inflación y la desocupación constante, generan mas recesión, lo que fue el fundamento para la multitudinaria marcha del 7 de marzo y el posterior paro del 6 de abril, que el gobierno tiene la obligación evaluar y prontamente generar cambios de rumbo, en lugar de considerar que estos fueron actos políticos para desestabilizarlo, en función del próximo desarrollo electoral.
Toda dinámica social es política, toda acción pública es política. El triunvirato, pasó de la alegría de la masiva convocatoria, a la incapacidad de poder evaluar la magnitud de la crítica recibida.
Las bases populares en su descontento, pedían a coro la fecha de un paro general, que no se anunciaba y la impotencia “de mirar hacia arriba”, generó un nueva crisis interna en al CGT. La culpa la tienen los otros, los que fueron y el palco principal era invadido y los dirigentes desconcertados buscaban refugio.
¿Hacia donde vamos? Por un lado el gobierno hace aguas en muchos aspectos de la propia conducción y se mantiene en el proyecto de “prueba y acierto”, tratando de volver a cero en cada desacierto, sin medir las necesarias consecuencias.
Por otro lado la CGT, si bien concretó el paro de principios de abril, exhibe cierta carencia de presencia y personalidad, siente la presión de sus bases y solo le resta actuar aceptando la realidad o perecer en el intento de la obsecuencia, dado que será llevada al ostracismo por su propia inoperancia en la defensa de los trabajadores.
Los años 90 han dejado un ingrato recuerdo, triste y lamentable sería volver a vivir la misma experiencia. Siempre se está a tiempo de volver a un orden social, que permita vivir con equilibrio a una sociedad que espera y no confía más en falsas promesas, sin rumbo cierto. Tras el paro del 6 de abril, se abrió una tregua pero nadie asegura hasta cuándo se extenderá.