Notas de Opinión

Libertad vs. soltura



Ejercer la libertad no consiste en “hacer lo que me place” sino en “hacer lo que sé que debo hacer”. Así manifiesto mi racionalidad que creo nos adorna. El código del que “hace lo que le place” es el código de la violencia cuyos ingredientes básicos son el desorden, la indisciplina, la falta de conductas constructivas, la imprevisibilidad… el caos!

El código del que “hace lo que sabe que debe hacer” es el código de la paz, a la que se llega con conductas ordenadas, disciplinadas, constructivas y previsibles.

Si la Humanidad pudiera sustituir la actual imprevisibilidad individual por previsibilidad, adquiriría las características de especie que le deberían ser propias y de las que hoy carece (no así el resto del reino animal). El hombre es animal racional! Nuestra parte animal es evidente ya que disponemos de un cuerpo gracias al cual estaríamos en condiciones de manifestar nuestro cuerpo racional. ¿Damos muestras de racionalidad? Diría que no, ya que el que empieza por arruinar al yo, para continuar con el tú, el nos, la sociedad, al planeta Tierra, fauna, flora, ozono, aire, agua, tierra… la verdad, careced de los debidos pergaminos para poder ser considerado racional como sello distintivo.

Deberíamos aprender de la naturaleza, que sin razonar, es superordenada, inteligente, cíclica y previsible. ¿Por qué? ¡Piense y lo descubrirá!

Curiosamente, el que “hace lo que sabe que debe hacer”, es siempre un integrado universal ya que la racionalidad señala, que como tal, no debe dañar-destrozar al entorno ni a las diversidades que lo colman. Ese entorno, si bien me pertenece, también pertenece a los demás racionales. De esta manera, se vive en función de una saludable integridad del mundo que me rodea. Soy libre porque decido, opto por vivir y convivir así, como parte integrante de “el todo” (= Uno). De este modo, nace la unicidad como propiedad dinámica: ser Uno. Desde que nazco, mi primera opción consiste en la elección del vivir a favor o en contra de la dinámica y de las leyes generales emergentes que orientan la ordenada y armónica convivencia de las diversidades, tan variadas, existentes. Esta determinación mía y la consecuente conducta integrada a favor de “el todo”, me señalan como libre y a la vez, integrado universal.

Por ello, un libre jamás es un desintegrado anticuerpo cósmico; nunca pierde su condición de ser y formar parte de “el todo” (universo).

Para redondear el concepto pensemos, que nuestro cuerpo físico es un regalo de la creación; sólo debemos aportar nuestros desvelos para conservarlo sano y equilibrado para que sea el trampolín adecuado para manifestar las dinámicas que ordene nuestro cuerpo energético-mental. Este segundo cuerpo no nos viene servido en bandeja… debemos darle forma en base a conductas que determinen si somos o no racionales, humanos o inhumanos.

La persona que considera que la libertad consiste en “hacer lo que me place”, da una clara señal de que no es muy propensa a orientar la voluntad que todos tenemos (pero ignoramos mayoritariamente), para que desarrolle nuestras capacidades (que también poseemos, pero sin desarrollar), para ubicarnos correctamente en el mundo que nos rodea, lo que debería ser lógico como punto de partida. Al privilegiar nuestro ego damos la primera señal de enfrentamiento entre el yo y el Universo; damos la primera señal de actitudes divisoras en un mundo unionista (el uni-verso).

Al transitar el sendero de nuestra vida, constantemente enfrentamos bifurcaciones que nos obligan a optar y decidir; una es la del “placer”, la otra, la del “deber”. Evidentemente la bifurcación del placer aparece como mucho más atractiva que la del deber; una representa la dinámica “mediante la cual ´logramos´ resultados sin esfuerzos ni rigor”; mientras que en la otra, “para lograr algo se requieren esfuerzos, códigos, disciplina, lógica y convicciones”. Estos criterios primeros vienen reforzados por dos pensadores del siglo XX que afirman que “el hombre teme a la muerte, que la vida es corta, que hay que disfrutarla al máximo, ya que después de la muerte nos espera la nada”. Es evidente que estos dos pensadores han mirado el universo, pero sin verlo (reconocerlo), y tampoco se vieron a sí mismos (salvo en el espejo) mediante la instrospección.

El sendero del placer empieza y aparenta “mucha inocencia”. Desgraciadamente para la razón, el cuerpo pide mayor volumen de placer, que ella sin mayores convicciones racionales, concede. Cuando el placer adquiere dimensiones importantes, se lo considera “vicio” que al pedir más y más, se transforma en dictador y dominador de la voluntad del Yo. Es allí cuando empieza el drama humano ya que no hay peor esclavitud que aquella que el Yo se impone a sí mismo. Muy pocos son los victoriosos que pueden emerger de este infierno por sus propios medios; casi todos requieren ayuda urgente, tratamientos largos, a veces desesperados.

Tal persona, esclava de sí mismo, de libre no tiene ni vestigios; los de por sí débiles valores humanos generales se esfumaron por falta de leyes que proveen a nuestra racionalidad de un natural rigor y orientación afín con el universo, que siempre debería ser nuestra raíz referencial.

El que hace lo que le place, al gobernarse exclusivamente por sus leyes privadas, sin considerar a otras, se transforma en un anticuerpo universal solitario que siempre y en todo momento va de contramano con la dinámica general, a la que desconoce por completo. Al no pertenecer a ningún orden universal, me transmuto dinámicamente en anticuerpo enquistado que al aislarse ni formar parte de nada, me transformo en un suelto, en un grave enfermo racional que únicamente aporta a la convivencia desórdenes, desequilibrios y caos conceptual. Contribuyo con la sociedad con dinámicas (conductas) fuera de todo punto. Soy un violento. Con este aporte personal ¿de qué me quejo? ¡Hay que cambiar!

Autor: gotthard zugel

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