Por Hugo Borgna
Allá por mis 18 años -que tan cercanos parecen ahora- los pasos y el trabajo necesario me depositaron en la oficina contable que entonces estaba en Moreno al 200.
Estaba la oficina y estaba trabajando Alcides Castagno, que lucía con su brillo hasta en los comentarios más simples (en su formulación. También estaba mi decisión (más bien coraje y valentía, todo junto) para elaborar escritos soñando con una eventual publicación.
(En este punto del escrito es necesario aclarar que cumplíamos primero con la tarea impuesta y remunerada y solo después, cuando se hacía la pausa para el café, abordábamos otros temas más personales o no de profesión.)
O sea que me animé y le mostré a Alcides, quien publicaba en el Diario, un largo y pretencioso relato, que paseaba por las cosas que no se deben hacer (los pecados capitales). El comentario de Alcides fue, después de algunas cuestiones técnicas, que se debe “buscar obstinadamente la síntesis”.
Después de todos estos años, yo desarrollé lo mío en forma de cuentos y libros. En cada momento en que la extensión larga era una promesa de frase brillante, antes de concretarla, se me aparecía, admonitoria, la severa expresión “buscar obstinadamente la síntesis”. Y la transmití entonces, durante mi gestión, en las sesiones del taller literario de los sábados de Escritores Rafaelinos Agrupados (ERA) Como un dogma, trasmitía conscientemente la expresión “buscar…” seguro de dar el mejor método para escribir cabalmente y sin exageraciones ni palabras sobrantes.
Era muy fácil y hasta natural coincidir en algún emprendimiento (muchas veces como cliente de servicio de medios -radio o televisión-) con Alcides. Así de natural era el trato con él. Recuerdo que utilizaba el seudónimo transparente de ALCE, y lo explicaba con las iniciales de su nombre.
Siempre la síntesis. Fiel a su modo de transmitir la idea, concreto, sencillo y eficaz, nos encontrábamos en los actos de presentación de libros sintiendo que su presencia engalanaba con prestigio ese acto de presentar en sociedad la obra.
Después admiré ese longilíneo estilo editorialista, cuando atendía con preciso interés. Alcides Castagno, vestido de gala como colaborador de primera línea, hablaba de hechos y fundamentos con la soltura de quien está debidamente habilitado. Y me pareció percibirle una sonrisa de comprensión, como diciendo: en esto también busco obstinadamente la síntesis.
Y un día apareció yéndose.
Con toda su obra a cuestas y la imagen amable y sabia que desarrolló en todos sus actos.
Una personalidad mesurada, profunda, abarcadora. Alcides Castagno fue ALCE, Alcides Castagno o solo Alcides desde un momento determinado para todos.
Un verdadero y sencillo acto en que se había encontrado con la síntesis perfecta.