Me impresionó el texto de un cable proveniente de China. El gobierno adopta medidas para promover los valores y virtudes tradicionales ante signos inequívocos de alarmantes quebrantos en esa decisiva área. Se trata del factor intangible, pero esencial. Ese que no se ve, pero hace la diferencia. Es la moral y la cultura, los cimientos del edificio social.
Como símbolo de la decadencia espiritual – una inopinada rareza en un pueblo más que milenario, de riquísima cultura -, una muchacha china expresó, con tanta soltura como desembozo: -“prefiero llorar en un BMW que reír en una bicicleta”. Como decimos los abogados, sic.
¿Así que es mejor llorar que reír? Con tal de estar sustentado por bienes materiales, ¿no importa hallarse desestabilizado espiritualmente? ¿Basta una satisfacción material para compensar la adolescencia de felicidad?
Todo indica que estamos ante un literal trastrocamiento. Es que los desarreglos espirituales aparejan eso, conmociones y crisis, caracterizadas por los trastornos y dislocamientos. Hombres y cosas están buscando ubicación. Cuanto más se dilata el encuentro, más se agudiza la situación. Interín, todo está fuera de su lugar. Gana el desorden.
Me atrevo a mentar el vocablo hoy maldecido – "desorden" – porque al toro del trastrocamiento hay que asirlo por sus astas ¡Basta de circunloquios! Como decía Discépolo hace noventa años, vivimos revolcados, es decir la antítesis de ordenados.
Si en China se resquebrajan las tradiciones y el vendaval consumista amenaza los valores, ¿qué pasa en nuestro hogar nacional?
Somos incomparablemente menos tradicionalistas que ese y muchísimos otros pueblos. Por ende, el quebranto moral nos afecta más que nadie. Estamos menos protegidos. El sobresalto debe ser mayor.
En nuestro país de estos días me parece que se está presentando un fenómeno inquietante: consumimos – los que podemos – batiendo récords, pero la confianza en el futuro, en las instituciones, en el porvenir de la economía y en tantísimos otros planos de la vida colectiva se encuentra envuelta en una nebulosa, con tendencia sombría.
Una de las señales de la crisis moral es el vivir al día. ¡quiérese más carente de valores el ser indiferente acerca de qué país legaremos a nuestra descendencia! Algo así, vivo y me desintereso de lo que vendrá. No existe peor displicencia.
Se ha expresado, pero vale ser recurrente: nos estamos vandalizando, dicho con una palabra erudita, desocializando. Aumenta el presupuesto educativo, tal como lo enfatiza el relato oficial, pero nos estamos deseducando. Somos más, incluidos más vehículos y más amontonamiento de habitantes, disfrazado de urbano, pero cada día nos faltamos, también más, al respeto que nos debemos mutuamente. En este contexto, el mañana está mucho peor que amenazado. Si a ese cuadro le agregamos la caída vertical de los valores – algo que en mayor o menos medida acaece en todo el planeta – prospectivamente sólo cabe la preocupación.
Se pueden encarar soluciones. Una, la más efectiva, es el pacto moral de los responsables políticos y sociales. Algo así como llegó la hora de tener y exhibir buena conducta, dando ejemplo. Si de la cumbre social desciende buen comportamiento, en el valle de la sociedad inexorablemente se adopta esa actitud.
La ejemplaridad vale por mil leyes. Es, junto con la Constitución, la ley primera, como diría Martín Fierro.
Algo efectivo tenemos que hacer. La decadencia no se revierte espontáneamente. Necesita de la entereza y sabiduría de buenos dirigentes.
(*) Diputado nacional por Compromiso Federal-Unir de la provincia de Buenos Aires.