El 17 de octubre de 1945 marcó el ingreso masivo de los trabajadores al escenario político argentino. El proceso de industrialización que había comenzado lentamente en el país a partir de la primera guerra mundial y que se había acelerado en el curso de la segunda dio origen a un joven proletariado que hasta ese momento carecía de representación política y resultaba invisible para la mayoría de la sociedad argentina. El nombre del por entonces Coronel Perón ya era conocido por muchos de estos trabajadores que lo habían visto actuar en defensa de sus intereses desde la Secretaría de Trabajo, pero fue su detención y confinamiento en Martín García el catalizador que movilizó a la gente hacia Plaza de Mayo marcando con este acto un punto de inflexión en la historia argentina. Hay un antes y un después del 17 de octubre porque es precisamente ese acontecimiento de nuestra historia el que se convierte en acto fundacional del peronismo.
Esos miles que ocuparon la plaza y que tuvieron la osadía de “meter las patas en la fuente” para espanto de la sociedad bien pensante que hasta el momento los había ignorado, estaban creando sin saberlo el movimiento político que produjo las mayores transformaciones de nuestra historia y el único con capacidad real, aún con sus errores y equivocaciones, para darle a los más necesitados la posibilidad de una vida mejor.
Por eso decidieron con esa creatividad inigualable que suele tener el pueblo, que ese día sea recordado como el Día de la Lealtad. Es decir el día en que se reafirma la constancia de los afectos, de las convicciones y de las ideas puestas en una persona y en un proyecto político.
Resulta extraño hablar hoy de lealtad en un mundo donde predominan los vínculos débiles, las inconsistencias, las adhesiones fluidas que cambian permanentemente. Sin embargo el movimiento nacido aquel 17 de octubre todavía moviliza y enciende voluntades. Hoy por hoy el mayor encuadramiento de jóvenes con vocación política de nuestro país se sigue sintiendo leal a aquellas viejas banderas y vuelve a florecer a su modo, con sus rituales, con sus diferencias, con su propia cultura, renovando un compromiso con esa historia que empezó un 17 de octubre hace más de 60 años.
En los viejos tiempos del peronismo naciente el 17 de octubre era una fiesta. Una reunión que convocaba masivamente al pueblo que en ese acto renovaba su lealtad al líder.
Después vinieron los años oscuros.
La revolución fusiladora del 55 desplazó violentamente con las armas a un gobierno democráticamente elegido por el pueblo. Paradójicamente lo hicieron en nombre de la democracia. También en nombre de la democracia le negaron todos los derechos políticos a miles de ciudadanos identificados con el peronismo, llegando al absurdo de prohibir que se mencione el nombre de Perón. Así el líder de la mayoría de los argentinos -único caso en nuestra historia-, pasó a ser innombrable por decreto.
A partir de ese momento el 17 de octubre dejó de ser una fiesta. Se había terminado la alegría y el festejo se convirtió en jornada de lucha. Durante 18 años cada 17 de octubre los silenciados por el poder de turno -a veces civil, a veces militar, porque en eso no hubo diferencias-, hicieron oír su voz de protesta reclamando cosas tan elementales como poder votar a quien seguía siendo su líder, poder ejercer los derechos que la constitución le concede a todos los argentinos.
El retorno del general Perón al país demostró con absoluta contundencia cuál era el sentir de las mayorías. Después de años de difamaciones, de mentiras y escarnio, lo votó el 60 por ciento del electorado.
La dictadura militar que se instauró en 1976, la más siniestra de nuestra historia, convirtió el 17 de octubre en jornada de silencio. La brutalidad de los genocidas no admitía voces disidentes de ningún argentino.
El retorno de la democracia en 1983 inició una nueva etapa que afortunadamente seguimos sosteniendo. Se han sucedido desde entonces gobiernos de distinto signo político que, más allá de las diferencias ideológicas, han sabido respetar el derecho y la independencia de todos a pensar distinto y a expresar sus ideas con absoluta libertad. En ese marco el 17 de octubre vuelve a ser un día memorable para una buena parte del pueblo argentino.
Pero lo que hoy recordamos no es sólo la historia de aquellas luchas, ni el sacrificio de los que sufrieron represión, cárcel o muerte por sus ideas. Hoy recordamos el espíritu profundo que tuvo el 17 de octubre de 1945: la esperanza de que una vida mejor es posible. Que tenemos el derecho y la posibilidad de construir una patria justa, libre y soberana como la que soñaron los que hicieron el primer 17. Que somos capaces de reivindicar para nosotros una manera propia de situarnos frente al mundo y de dirigir nuestros destinos sin la tutela de nadie.
Raúl Scalabrini Ortiz, mezclado con la muchedumbre de aquel día, escribió que en un momento intenso y profundo pudo sentir “que la historia lo acariciaba como la brisa fresca del río”. No se equivocaba. Como tampoco nos equivocaremos nosotros si volvemos a sentir, aquí y ahora, lo mismo.