Este aforismo latino, conocido gracias a las sátiras de Juvenal, pero atribuido a Platón, es mucho más que el lema de algunas instituciones deportivas, importando un ideal en la forma de vida, que implica un equilibrio o balance entre las virtudes morales y la salud física, el que parece haberse abandonado en los tiempos actuales y sobre todo en la alta competencia-espectáculo, donde el objetivo es ganar a cualquier costo, más cercano a gladiadores que a deportistas.
Este concepto, perseguía el logro del gentilhombre, uniendo a la salud corporal, virtudes como la bondad y la cultura.
Lamentablemente, la realidad nos muestra que nos hemos alejado de ese ideal, aceptando y adhiriendo a modelos de deportistas, que son verdaderas máquinas de rendimientos superlativos en sus respectivas disciplinas, pero que dejan mucho que desear en otras facetas humanas, como periódicamente se refleja en los distintos medios de comunicación, sobre todo en páginas policiales, lo que me exige de mayores comentarios.
No se asuste con el cariz de lo expuesto, ya que el presente no pretende ser un manual de moral deportiva, ni mucho menos.
Simplemente pretendo abarcar o reseñar una experiencia que muchos de nosotros hemos observado o padecido en nuestras actividades cotidianas, que si bien tienen su ubicación espacial en la ciudad de Santa Fe, seguramente serán comunes a otras zonas o lugares.
El Parque Sur o del Sud, hoy bastante deteriorado por el vandalismo ciudadano, pero también por la falta de atención y vigilancia del Estado, (basta ver la ausencia de baños, olores nauseabundos en la cabecera sur o destrucción de los bebederos y luminarias), con su circuito aeróbico, es el lugar elegido por miles de santafesinos para la práctica de actividades al aire libre o deportivas, con la finalidad de disfrutar de la belleza del paisaje, mantenerse en forma o bajar los niveles de estrés propios de la vida moderna.
En el lugar se dan cita todas las franjas etarias representativas de la ciudad en forma individual, pero también es un ámbito elegido por distintas asociaciones o clubes dedicados a la práctica deportiva de competencia, entre ellos los de rugby o fútbol, entre otros.
Estos últimos, producto de la potencia de la juventud y el entrenamiento desarrollado, son “fortalezas trotantes”, que agrupados por decenas constituyen una verdadera y temible falange romana, dispuesta a arrollar todo lo que aparece a su paso.
Lamentablemente, si uno no tiene la fortuna o rapidez para apartarse a tiempo del camino de ese tsunami humano, puede pasarla muy mal, ya que casi nunca el mismo, tiene la delicadeza o respeto de correrse de la senda peatonal del circuito aeróbico.
Ante esa blitzkrieg deportiva, poco importa el sexo, edad o estado de la persona que osa enfrentarse a la misma.
Esa prepotencia que los prepara para ganar en las justas deportivas y en los campos de juego, si no se les pone límites, les impide en muchos casos distinguir o diferenciar entre la vida en lugares comunes y la disputa en los respectivos estadios o lugares de competencia, visualizando a los otros (ciudadano común) como rivales o enemigos a los que hay que derrotar.
Los actuales paradigmas deportivos, pensados para la competencia espectáculo, donde sólo importa un resultado, ganar, es generadora de violencia. Violencia que desde los campos de juego, se traslada a la vida social, con los lamentables resultados por todos conocidos, que muestran enfrentamientos de jugadores de distintas disciplinas en la vía pública, boliches y confiterías.
La culpa no es exclusiva de quienes desarrollan esas conductas, sino que la responsabilidad mayor, es de parte de quienes tienen a su cargo el entrenamiento o preparación de esos grupos o equipos.
Me consta que distintas personas han efectuado reclamos a directores técnicos o entrenadores por esta situación, sin que se tomen con la seriedad debida los mismos, cuando no han sido motivo de pullas por parte del conjunto.
Me parece prudente que antes que apuntar a mejorar los rendimientos deportivos, se debería enseñar respeto y tolerancia por el otro, en definitiva a ser buenas personas.
Ello nos dará más y mejores resultados en el camino de pergeñar una sociedad para todos.
Lo dejo para que lo piense y no tengo dudas que compartirá conmigo estas preocupaciones.