Nos engaña invitándonos a proceder con acciones razonables, correctas. Las que creemos que corresponden.
No hablar, no denunciar, no contar los hechos tal cual se introdujeron en nuestra mente para siempre. Es lo mejor.
Olvidar, ignorar, dejar correr con la naturalidad de una suave cascada, y alejarnos rápidamente para que ni siquiera nos salpique.
Los que se mojan, los que se inundan, siempre son los otros. Ni siquiera vale la pena humedecerse.
Total ¿para qué? No lograríamos nada con decir que nuestro antinatural movimiento es él, que nuestro entorpecimiento es él, que nuestra inacción es él.
El miedo.
Solapadamente va logrando que dejemos de ser nosotros.
Nosotros, aquel que soñamos diferente, altivo, con una maravillosa carga de ideales en la mochila, al que pudimos llegar a través de años, experiencias, conclusiones. De puro soñadores nomás.
Aquél, atrevido que pretendía abandonar la mediocridad y entregarse a la vida con mayúsculas.
Enfrentarlo con sabiduría y salud mental fue imposible en un principio. No lo reconocimos, a muchos de nosotros ni siquiera nos había sido presentado.
Por lo que penetró tranquilamente atravesando nuestra piel cual fantasma las paredes de cemento, e introduciéndose en nuestras venas, llegó a la garganta apretándola hasta lograr poner en escena el silencio acobardado.
Y lo desdibujamos. ¡Si hasta nos hizo olvidar nuestros derechos! Lo llamamos coherencia, picardía, razón, solución inteligente.
Nos corrimos a un costado permitiendo que la barbarie continuara su camino. Fue lo mejor. ¿Qué podíamos hacer? Una sola golondrina no hacía verano.
Y nos fuimos introduciendo poco a poco en el invierno de nieves eternas, cubriéndonos con más y más abrigo.
Hasta que alguien nos arrancó la tibieza en un instante. Y nuestra piel en contacto con el hielo se paralizó.
La entrega fue con la cabeza gacha. La toma de conciencia también.
Y entonces aprendimos que:
No podemos pensar con claridad porque tenemos miedo, no podemos denunciar el abuso de poder porque tenemos miedo, casi no podemos respirar porque tenemos miedo.
No sobreviviremos con tanto miedo durante mucho tiempo.
Por lo que creo que debemos conocerlo, valorarlo en su intensidad, y llevarlo a cuesta si no podemos desterrarlo, sin permitirle que nos paralice la acción inteligente, cortándole las alas para que su vuelo se interrumpa por un fuerte soplo de coraje que le impida seguir siendo cómplice de quienes lo fomentan. Solo así podremos seguir aquél sendero que un día, no hace mucho, transitábamos seguros.