Por Guillermo Briggiler
Mientras el Senado aprobaba una serie de leyes que comprometen el equilibrio fiscal, Javier Milei parecía impasible. Sin estridencias, sin gestos de desesperación. ¿Cómo puede un presidente que construyó su poder sobre la promesa del déficit cero, mostrarse tranquilo cuando el Congreso le aprueba el aumento a los jubilados, la emergencia en discapacidad, la coparticipación de los ATN y el cumplimiento del impuesto a los combustibles?
La respuesta no está en el Congreso, sino en el diseño institucional argentino y en la estrategia política del propio Milei. Estamos presenciando una ofensiva legislativa con impacto fiscal. Lo que sucedió en el Senado no es menor.
• Se aprobó una nueva fórmula jubilatoria que garantiza aumentos reales por inflación, con un costo estimado de entre 0,4 y 0,6 puntos del PBI.
• Se declaró la emergencia en discapacidad, abriendo la puerta a mayores partidas presupuestarias en salud, transporte y asistencia.
• Se votó la coparticipación automática de los fondos de ATN, quitándole discrecionalidad al Ejecutivo.
• Y se avanzó con el cumplimiento estricto del impuesto a los combustibles, que puede acelerar precios en surtidores y disparar una nueva ola inflacionaria.
Son todas medidas que, por separado, implican más gasto o menor control del gobierno central. Pero juntas, parecen desafiar el corazón del modelo mileísta: disciplina fiscal, motosierra al gasto y conducción centralizada.
Entonces, ¿por qué Milei no enciende alarmas? Por varias razones, primero tiene el poder del veto. Lo anticipó con la ley previsional y puede repetirlo con el resto. Sin mayorías de dos tercios en ambas cámaras, el Congreso no puede imponerle nada. Además, si lo estira hasta diciembre cambia la composición tanto en Diputados como en el Senado.
Por otro lado, tiene los tiempos bajo control, muchas de estas leyes necesitan reglamentación o decisiones administrativas que pueden dilatar su aplicación o incluso condicionar su ejecución. Y como si lo expuesto fuera poco, sigue ganando en el relato. Cada ley que se aprueba contra sus deseos refuerza su narrativa de “la casta quiere voltear el superávit, pero yo la enfrento”. Su electorado compra ese mensaje, y los mercados, por ahora, también.
Mientras tanto, la economía argentina sigue en recesión, aunque con signos de estabilidad en las variables nominales. El dólar oficial está contenido, a pesar de algunos movimientos en estos días, todos fueron dentro de la banda de flotación establecida. El riesgo país bajó, y los bonos suben. Mientras que se mantiene el superávit fiscal primario, clave para la sostenibilidad del plan.
Eso le da aire a Milei. Pero también plantea un dilema: ¿puede seguir ajustando sin costos políticos crecientes? ¿Podrá sostener el superávit sin negociar con un Congreso que empieza a mostrar los dientes? Más que una pelea por partidas presupuestarias, lo que se discute es el modelo de poder en la Argentina. El Congreso busca recuperar capacidad de decisión sobre el reparto del ingreso. Los gobernadores, empoderados y con escaso diálogo con Casa Rosada, salieron a escena con sus reclamos. Milei, en cambio, quiere blindar su hoja de ruta con el menor nivel de intermediación posible.
La tranquilidad del presidente no es desinterés ni resignación. Es cálculo. Sabe que el poder real no siempre está donde se hacen las leyes, sino donde se aplican. Y en eso, hoy por hoy, el tablero todavía le pertenece.
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