Cuando se parte de nuestra patria, hacia la patria de nuestros ancestros, la vieja y la nueva Europa, una sensación de nostalgia embarga mi mente.
Mi herencia familiar tiene sus orígenes en España e Italia.
Historias vividas después de las dos guerras mundiales, impulsaron a que cada uno sea obligado por su propia supervivencia a una nueva vida, a un nuevo destino.
América era el lugar más seguro y de mayores posibilidades de lograr paz y progreso. Ellos como tantos desembarcaron en el puerto de Buenos Aires.
El Nápoli, que partió del puerto de Génova trajo a mi abuela con tan sólo 15 años, un viaje en barco donde llegar, era toda una odisea para todos aquellos que cruzaron el gran charco por primera vez. Con más de un mes de travesía, llegó el 13 de noviembre de 1922.
El Airbus 340 de Aerolíneas Argentinas, me llevaba a Europa, con destino a España e Italia, luego de doce horas de confortable viaje, arribo al aeropuerto de El Prat, de Barcelona.
Una ciudad con deseos independentistas y junto a toda Catalunya, el motor económico de España. Casi con dos millones de habitantes y un promedio en temporada de casi cuatro millones de turistas de todo el mundo, la transforma en una torre de Babel, lo que no deja ver la crisis económica del resto del país.
Los diarios y la televisión buscan y muestran la verdad de esta crisis y los gobernantes hacen todo lo que pueden para delinear soluciones. La burbuja inmobiliaria y el gobierno del Ex Presidente José María Aznar, fueron los mayores responsables del dolor de muchos españoles.
Barcelona es arte por doquier, los grandes maestros Dalí, Picasso, Gaudí, Miró y tantos otros dejan su impronta de surrealismo y arquitectura.
La Sagrada Familia, icono y belleza creativa, obra del Arq. Antonio Gaudí, iniciada en el año 1882, hoy continua su construcción con sus torres que penetran en el cielo imaginario de su realizador, La Casa de Milá, conocida por “La pedrera” (1906), también obra de Gaudí, la antigua Villa de Gracia, anexada a Barcelona en el 1897, la plaza de Catalunya que une la antigua ciudad con la nueva, anexada en el siglo XIX, después de derrumbar las murallas medievales. Todo es arte y vida.
Una ciudad del primer mundo, organizada, limpia y exigente en las obligaciones cívicas, respetuosa hacia los errores del turista, que aprende rápidamente sus falencias.
En toda ciudad de cualquier lugar del mundo, encontraremos grandezas y miserias y esta conjunción de situaciones marcan la idiosincrasia de cada pueblo, la realidad del día a día.
La historia y cultura greco- romana siempre me apasionaron. Todo occidente se encuentra enmarcado en estos pueblos y mi camino más cercano era Roma, la ciudad eterna.
Recorrer las calles, es tropezar con la historia a cada paso. Desde la Plaza de Venecia, surgen las vías del conocimiento, “la vía dei fiori”, nos lleva al Coliseo. Caminar por su interior nos remonta a la majestuosidad de la obra, iniciada por Flavio Vespeciano e inaugurada en el año 80 d.C, por el emperador Tito y luego culminada por Dominiciano, el último emperador Romano.
Un gran incendio y un terremoto perjudicaron sus estructuras. Recorrerlo y pisar sus piedras originales que conforman los pasajes internos, tocar sus paredes, genera un sentimiento profundo e inimaginable.
Cercano a este monumento se encuentra el Arco de Tito, de Constantino, el Monte Palatino, el Foro Romano, esculturas por doquier.
Por la Vía dei Corso, llegamos a la Fontana de Trevi, donde los enamorados o los turistas arrojan sus monedas, pidiendo sus deseos. De día es bella y de noche es romántica, luego por la Vía Victorio Emanuele II, nos encontramos con El Panteón, construido por el emperador Adriano en el 128 d.C, arquitectura y arte conjugan su belleza. La plaza Navona, el campo “Dei fiori”, iglesias y esculturas de todo tipo y tamaño.
Cruzando por uno de los puentes, sobre el río Tiber, nos lleva al Vaticano, esplendor, arte, magnitud, historia, percibido por cada uno de mil formas y apreciaciones distintas.
Recorrer Roma, no produce cansancio, las largas caminatas por sus amplias y angostas calles, muestran ritmo de gran ciudad y a la vez se respira permanentemente historia y genialidad.
El italiano es lo más parecido al argentino, protesta, discute, habla con sus ademanes, temperamental, de poca paciencia, pero solidario. Lo que para nosotros es el asado, para ellos es la pizza, los espaguetis y el café corto.
La noche cae sobre Roma y las callecitas iluminadas, con balcones matizados de coloridas flores, marcan el romanticismo latino.