La muerte violenta e inesperada del fiscal federal Alberto Nisman ha conmovido al país, al extremo que nos ha dejado mucho más que perplejos. Estamos con ‘el Jesús en la boca’, es decir la invocación superlativa cuando nos invade el temor.
Ahora, además de que todos somos Nisman, todos estamos en situación de vulnerabilidad. En el derecho decimos que lo más incluye lo menos. Si al más custodiado le pasó que desapareció físicamente de la noche a la mañana - literalmente -, ¿qué nos podría acaecer a cualquiera del resto de los argentinos? ¿Qué autoridad nos protege?
Ahora también sentimos humillación y mucha vergüenza sobre todo porque demostramos todos estos días ulteriores a la muerte del fiscal que no somos capaces de realizar una investigación criminal confiable. Mínimamente segura. Esto coadyuva inenarrablemente al agobio colectivo.
En un complejo privado presuntamente blindado cual fortaleza, ubicado en el barrio más moderno de la urbe, resulta que cualquiera entraba y salía sin ni siquiera ser anotado su nombre, no disponía de cámaras en las escaleras y un sinfín de asombrosas fallas. Diez custodios que el día de la muerte tardaron casi doce horas en ingresar al departamento del cuidado, a pesar de que desde antes del mediodía de la jornada fatídica la persona que debían resguardar no les contestaba a ninguno de los llamados. Un juez que se niega a ingresar al baño donde yacía Nisman a la espera de otra autoridad ¿Tan devaluada está la judicatura…? Un altísimo funcionario de Seguridad – médico y militar – que arriba antes que nadie y que todos testimonian que se fue portando dos pequeñas valijas. Un gran y antiguo espía, a quien apodan ‘Jaime’, que es llamado como testigo muy perezosa y tardíamente. Una denuncia que el muerto venía preparando desde hace más de un año que post mortem les quema las manos a los magistrados, quienes, cual cadena de irresponsabilidad, se declaran ‘incompetentes’ ante la mirada entre incrédula y avergonzada – vergüenza ajena, claro – del pueblo todo.
La sensación generalizada es que esta muerte no será aclarada y que las dudas e incertidumbres convivirán con nosotros de por vida ¿Por qué el atentado de Charlie Hebdo pudo ser esclarecido en 24 horas y el atentado de la AMIA lleva casi 21 años de sucesivos encubrimientos? ¿Por qué, si bien todos los servicios secretos del mundo son tenebrosos, el nuestro es especialmente cloacal? ¿Por qué todos tenemos la impresión de que nuestro espionaje no es un sistema, sino una estructura cuasi mafiosa?
Todos los gobiernos, aquí y en el orbe, cometieron y cometen yerros, pero ¿por qué el nuestro llega al extremo de que el primer día dice “esto es un suicidio” y 72 horas después dice que fue un homicidio? ¿No es consciente el gobierno que está para orientar y guiar a la ciudadanía y no para sembrar cavilaciones, dudas e incertezas? Ya no les pedimos capacidad de gestión; sólo reclamamos prudencia ¿Es mucho pedir?
Si nos rige el artículo 109 de la Constitución, ¿por qué la presidenta no se esmera en no interferir en la causa judicial en la que se investiga el gravísimo caso? ¿No se percata que su opinión conmueve la independencia de la fiscal actuante?
De este hecho impactante, bisagra entre un ciclo decadente y otro que aún no sabemos si será resurgente para el país, se extrae algo fructífero: hoy creo que la Argentina ha caído en la cuenta de que la ‘independencia judicial’ es algo más que una frase. Ahora parece que nos estamos convenciendo de que es vital, no sólo para el porvenir de nuestra Nación, sino hasta para la seguridad personal y de nuestras familias.
¡Ojalá esta muerte y toda la tragedia que implica nos ayude a darle un poco de luz a las tinieblas que envuelven a nuestra Argentina!
Siquiera un rayo iluminador, aun tenue, empezará aliviarnos y a alumbrar otro rumbo.
* El autor es diputado nacional por UNIR- Frente Renovador