Notas de Opinión

Oportunidad para una profunda refundación

Entre los Panamá Papers y los despabilados tribunales federales de

Comodoro Py, la Argentina está ante la oportunidad de establecer

nuevos cimientos contra la corrupción, pero la propia experiencia

indica que puede ser solo otra cruzada fugaz.


Una ofensiva judicial avanzó hacia el corazón del kirchnerismo

en la última semana, con las detenciones Ricardo Jaime y Lázaro

Báez, el "arrepentimiento" de Leonardo Fariña y la posibilidad de

que las principales causas contra la administración pública trepen

hasta la propia ex presidenta Cristina Kirchner.


Esa embestida tomó al actual gobierno, que había llegado al

poder pretendiendo ser la antítesis de esas prácticas, en plena

aparición del presidente Macri en el escándalo internacional de

sociedades offshore conocido como Papeles de Panamá.


Antes de avanzar en el análisis, vale decir que ambas

situaciones no son equiparables. Por un lado se trata de casos de

corrupción múltiples y expuestos. Por el otro, por ahora son

manchas al puritanismo pretendido de Cambiemos.

Ocurre que esas sociedades en paraísos fiscales no suelen tener

fines filantrópicos. Además, salvando las distancias con el

exhibicionismo kirchnerista, los ocho años gobernados por Macri en

la Ciudad de Buenos Aires tampoco estuvieron marcados por la

castidad en la administración pública.


Y no está mal que un fiscal federal, Federico Delgado, abra una

investigación para ver si hubo omisión maliciosa de Macri en sus

declaraciones juradas de las sociedades comerciales Fleg Trading y

Kagemusha, creadas por su padre y surgidas de la filtración de los

documentos del estudio pañameno Mossack Fonseca.


¿ESCONDEDOR O

TRANSPARENTE? 

Para el Gobierno de Cambiemos el caso resultó un aprendizaje.

Primero buscó minimizarlo, luego debatió cómo enfrentarlo -si

proteger o exponer al Presidente ante la opinión pública-, hasta

que trató de pasar a la ofensiva con una batería de medidas. Para

ello tuvo el invalorable aporte de Báez yendo y viniendo de

Tribunales esposado, con chaleco y rodeado de policías.


Macri recurrió a la Justicia en lo civil para que determine si

obró mal, lo cual no invalida el trabajo de la justicia penal;

anunció la apertura de un fideicomiso ciego para que administre

sus bienes sin su conocimiento; y anunció el envío al congreso de

una Ley de Acceso a la Información Pública.

Este último punto no es menor. Las ONG que se ocupan de la

transparencia dogmatizan que a mayor opacidad en el Estado hay

mayores posibilidades de que haya hechos de corrupción.

La Ley

FOIA (Freedom of Information Act) es un emblema de la

transparencia porque implica que la obligación del Estado de

responder pedidos de información de cualquier ciudadano.

Al asumir el Gobierno en 2003 Néstor Kirchner dictó el decreto

1172/03 de Acceso a la Información para el ámbito del Poder

Ejecutivo. Esa herramienta funcionó, hasta que el camporista

Andrés "Cuervo" Larroque copó el organismo encargado de elaborar

las respuestas y ese proceso se frustró.


Paralelamente, el kirchnerismo frenó varias veces los proyectos

para que haya una ley del parlamento. La diferencia entre aquel

decreto y una ley como la que se va a debatir ahora es que también

obliga a responder pedidos de información a la Justicia, el

Congreso y al Ministerio Público Fiscal.

El kirchnerismo también se encargó de desmantelar a los

organismos de control, a excepción de la Auditoría General de la

Nación (AGN), que por ley depende del Congreso y debe estar

conducida por la oposición. Pero vació la Oficina Anticorrupción

(OA), la Sindicatura General de la Nación (Sigen), la Defensoría

del Pueblo y la Fiscalía de Investigaciones Administrativas (FIA).

Macri quiere mostrar contraste, pero la designación de Laura

Alonso en la OA pareció un contrasentido. La ex directora de Poder

Ciudadano y ex diputada del PRO es idónea para dar marco a la

cristalinidad del Estado, pero su identificación partidaria le

restó credibilidad en sus intervenciones respecto al contrato de

YPF-Chevron y ahora en Panama Papers.

Otro hecho que opaca este virtual "mani pulite" local fue la

renuncia del juez Norberto Oyarbide. Es el mismo que acumuló 43

pedidos de juicio político en 21 años, que zafó en 2001 en una

causa por prestar cobertura a prostíbulos, el que usaba un anillo

de 250 mil dólares, que renovaba todos su muebles cada cuatro años

y el que sobreseyó en tiempo récord por enriquecimiento ilícito a

los Kirchner. El mismo que ahora era investigado por frenar un

allanamiento por pedido del Gobierno anterior.

Lo que causa ruido no es la renuncia sino su anunciada

aceptación.

Elisa Carrió había puesto sobre aviso que Daniel

Angelici había negociado esa jubilación del juez. Por esos

servicios de "gestor" hay una causa abierta.

El caso Oyarbide podría haber sido un ejemplo para el "Nunca

más" contra la impunidad del que habló Ricardo Lorenzetti.

El

presidente de la Corte Suprema lo dijo ahora con todas las letras

luego de años de referencias ambiguas y solo sugerentes.

Según datos del Ministerio Público Fiscal de 2010 y del Centro

de Estudios de Justicia para las Américas (CEJA) de 2008 la tasa

de condenas por delitos de corrupción es menor al 3% en la

Argentina y los procesos duran 12 años en promedio, con condenas

que en su mayoría no son de cumplimiento efectivo.

Esa falta de resultados obedece al desgano de los mismos jueces

federales que ahora están energizados; y también por la

indiferencia de una sociedad que -con absoluta lógica- tuvo como

prioridades el bolsillo y su seguridad.


En ese contexto, es justo plantear el interrogante sobre si

esta embestida judicial y esta refundación de la transparencia

será profunda o pasajera. El Gobierno de la Alianza nació bajo la

misma atmósfera, pero ese vigor duró hasta que la Banelco y una

economía sin tregua condujeron al estallido.


 

Autor: Gabriel Profiti

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