Notas de Opinión

Para pensar

U Thant, que fuera secretario general de Naciones Unidas entre 1961 y 1971, instaba por entonces a los países miembros a “deponer viejas rencillas y crear una asociación mundial global para reducir la carrera armamentista, mejorar el medio ambiente, frenar la explosión demográfica y dar el necesario empuje a los esfuerzos de desarrollo”. Más aún, advertía que sin una asociación como la que proponía, “dentro de la próxima década, mucho me temo que los problemas que he mencionado -afirmaba- puedan haber alcanzado tales proporciones que no esté a nuestro alcance ya controlarlos”.

En aquellos años, caracterizados por conflictos armados localizados, enmarcados en el escenario general creado por la Guerra Fría, la iniciativa del recordado y valorado dirigente birmano pasó por alto. Las estrategias que ocupaban a las potencias dominantes en el Este y el Oeste no contemplaban cuestiones tales como el crecimiento poblacional y el cuidado del medio natural, ni, de hecho, el desarrollo extendido y equitativo en términos de justicia y respeto a la vida y derechos fundamentales de individuos y pueblos. Otro era el objetivo: el control de la globalidad de los procesos humanos, política y económicamente instrumentados a la medida de las apetencias en juego. Todo ello, es claro, prescindiendo de consensos y compromisos compartidos.

Los años transcurridos desde entonces no trajeron, efectivamente, cambios de alguna cuantía respecto de los puntos enunciados por U Thant. Hubo corrimientos de poder, nuevos contextos políticos y actores, y en lo relativo a las problemáticas mencionadas solo reconocimientos formales expresos en declaraciones de encuentros de la comunidad de naciones para debatirlas con supuesto ánimo constructivo. Se produjo, sí, por acción de organizaciones civiles y estudiosos de las temáticas el conocimiento extensivo de la situación de la esfera que compartimos los humanos, tan diversa como amenazada.


EL FUTURO NO LEJANO

En apariencia, el diplomático desaparecido en 1974 se equivocó en el plazo de 10 años; o no, quizás, si se toma en cuenta lo que ha venido sucediendo desde aquellos días a nivel mundial respecto de lo que planteara.

“El futuro ya no es lo que se esperaba que fuera, o lo que podría haber sido si el género humano hubiese sabido usar su cerebro y sus oportunidades con más eficacia”. Más de cuatro décadas atrás, así se expresaba Aurelio Peccei, fundador e impulsor decidido del Club de Roma, creado en 1968. El futuro de la humanidad a largo plazo, considerando las consecuencias constatables ya del desarrollo sobre el medio ambiente y sus implicancias sociales, culturales y políticas, era presupuesto medular de la entidad. Apuntaba a lo que el informe Brundtland precisaba en estos términos: “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”.

“¿Qué le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de autos por familia que tienen los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría para respirar? ¿El mundo tiene hoy los elementos materiales como para hacer posible que 7.000, 8.000 millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen hoy las más opulentas sociedades occidentales?”.

José Mujica, ex- presidente de Uruguay planteó estos interrogantes ante los representantes de 139 países reunidos en la Cumbre de Desarrollo Sustentable de Río de Janeiro, en 2012. Nada indica que se estudie alguna respuesta en la actual coyuntura planetaria. No las hay, no por desconocimiento de la realidad sino porque el reconocimiento de los hechos impondría cambios que, comprensiblemente, por precisas razones, no se desean.

Cabe entonces preguntarse: ¿Es posible sostener, indefinidamente, el crecimiento en los términos de la dinámica económica de un mundo plagado de conflictos en tantos frentes, sin comprometer el futuro de las generaciones en tránsito y las que sucederán?

En la consecución de sus fines el Club de Roma encargó al Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) un informe sobre la sostenibilidad del modelo de crecimiento en el largo plazo, tomando en cuenta cinco variables fundamentales: población, capital industrial, producción de alimentos, consumo de recursos y contaminación.

En 1972 se conocieron los resultados de los estudios de un calificado grupo de científicos e investigadores, contenidos en el informe denominado “Los límites del crecimiento”. En él se concluía que “siguiendo la misma tendencia de crecimiento demográfico y económico, y conservando las mismas pautas de impacto ambiental y explotación de recursos naturales, especialmente los no renovables, esto supondría una extralimitación (o sobrepasamiento) en el uso de los recursos naturales y su progresivo agotamiento, seguido de un colapso en la producción agrícola e industrial”.

Causal de controversias en su momento, el informe fue objeto de seguimiento y revisión analítica de las conclusiones en relación con la realidad de las variables puestas en cuestionamiento. Es así que en 1992, coincidiendo con la Cumbre Mundial de Río sobre medio ambiente y desarrollo, los autores del informe Meadows publicaron una revisión del trabajo de 1972, que se llamó “Más allá de los límites del crecimiento”. Afirmaban que había sido sobrepasada la capacidad de carga del planeta, y lo hacían de modo terminante:

“La forma actual de hacer las cosas es insostenible. Un futuro digno de ser vivido debe convertirse en una época de retirada, en la que se desande lo andado y se reparen los daños. Hemos visto que no se puede poner fin a la pobreza mediante el crecimiento material indefinido; ahora tenemos que hacerle frente mientras la actividad económica se retrae”.

A su vez, Jay Forrester, miembro fundador del Club de Roma, reconocido como el padre de la dinámica de sistemas, planteaba “que un equilibrio global es algo conceptualmente posible” en relación con las rectificaciones y cambios que estimaba imprescindibles a los fines de evitar las consecuencias de un colapso. Al respecto, decía que “las actuaciones que serían necesarias para ello no se aceptarían fácilmente. Probablemente se requeriría más presión sobre la humanidad por parte del medio ambiente, antes que se tomen en cuenta tales cuestiones con suficiente preocupación y seriedad”. “Para entonces el plazo de tiempo disponible para actuar será todavía más breve”, afirmaba.

Ciertamente, se trata de una cuestión harto compleja que lo que antecede no alcanza, por lejos, a reflejar acabadamente. Por supuesto, existe enfrente otra vereda, reacia, cuando no indiferente, a aceptar el virtual ultimátum. Un encuentro entre ambas posiciones no parece ser posible. Las estructuras ideológico - político y económicas sobre las que se asienta el sistema en que nos desenvolvemos apuestan al crecimiento como valor absoluto y al consumismo enardecido como indispensable complemento. Confían en la ciencia y la tecnología para hacer frente a los problemas en cuestión. Pero, colapso al margen, es de preguntarnos si los sistemas, y el planeta es uno de ellos, comprensible de todos lo que en él existen, pueden recargarse más allá de sus límites sin perjuicio del indispensable equilibrio que demanden sus partes para la subsistencia del modelo de que se trate. Por ejemplo, la naturaleza, nuestra madre.

¿No es algo para pensar?

Autor: Vicente R. Ceballos

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