Notas de Opinión

Peras al olmo

Justo en medio del debate por la propuesta del gobierno de bajar la edad de imputabilidad a 14 años, habiendo generado una encendida polémica, se produce la decisión del juez de minoridad Enrique Velázquez de dejar en libertad al menor de 15 años que junto a otro motochorro asesinó de un disparo al joven Brian Aguinaco, de 14 años, el pasado 24 de diciembre en el barrio porteño de Flores, un caso realmente resonante que agitó -y con sobrada razón- la indignación que existe con la justicia, aunque en este caso, habría que decir con las leyes. Es que el juez no hizo otra cosa que respetar la inimputabilidad que tienen los menores de 16 años, que recuperan inmediatamente la libertad tras cometer cualquier delito, por más aberrante que sea. A veces, casi sonando como burla a la sociedad, se los reintegra a los padres dejándolos bajo su custodia, cuando en realidad fueron ellos mismos quienes lo enviaron a la calle a delinquir.

El asesino, pues aunque sea menor no es otra cosa que eso, ya voló hacia Perú, donde reside parte de su familia. Los padres de Brian, una sociedad entera, se quedaron con la angustia y una carga que llevarán de por vida.

Que nunca más vuelvan a ocurrir esta clase de muertes, que sea el último, que haya servido para algo, frases resonantes del momento, que promueven movilizaciones más que justas, donde todos tienen razón. Sin embargo, en muy pocos días la resonancia se irá apagando, hasta que un nuevo caso parecido vuelva a agitar conciencias.

Toda esta historia es tan vieja, tan repetida, tan llena de fracasos y frustraciones que parece inútil continuar insistiendo, pero sin embargo no queda otro camino, tal vez llegue el día que los legisladores entiendan, que los jueces se pongan las pilas en serio -aunque este caso concretamente quede al margen-, pero en tantísimos otros donde frente a igualdad de condiciones un juez condena a perpetua y otro otorga la libertad, como sucedió hace unos días con el caso Carrascosa.

¿Cuántos criminales están sueltos? Montones, aprovechando flaquezas de una justicia que muchas veces parece estar más interesada en defender a los delincuentes que a la gente honesta que son sus víctimas. El garantismo introducido por las teorías del ex cortesano Zaffaroni han hecho un daño tremendo, y está a la vista de todos. Violadores, asesinos, feroces individuos que andan por la calle por "buena conducta". ¿De qué estamos hablando?

Que se entienda, no estamos por la pena de muerte, por el endurecimiento de sanciones, ni por el látigo, pero si por una administración de justicia que sea realmente eso que lleva implícito y que es su esencia: justa. 

Tal vez, si miramos hacia atrás y no muy lejos, sea una pretensión exagerada. Es que repasando lo sucedido con la muerte del fiscal Alberto Nisman, del mismísimo corazón del poder judicial, cometiéndose las irregularidades más tremendas que puedan imaginarse para entorpecer la investigación y con jueces que mandaron la causa al archivo como por un tubo sin tomar una sola prueba, es muy probable que esa ilusión de justicia justa sea muy parecido a pedirle peras al olmo.

Quizás llegue a mejorar la economía, ¿quién le dice?, aún con sus déficit el Congreso está dando algunas señales positivas, pero mientras que no tengamos una justicia acorde, prevalecerá la resignación de un futuro muy complicado.

Autor: Roberto Actis

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