Cuando en su frustrada incursión en la universidad de Harvard la presidenta por primera vez pudo ser inquirida sobre sus intenciones de buscar su tercera reelección en 2015, respondió con un lacónico "no está en mí resolverlo". No lo admitía claramente, pero quedó bien claro que no negaba esa posibilidad. Es decir, dejaba la puerta abierta. Ahora, esta semana nomás, directamente acaba de cruzar el umbral y avanzar hacia esa búsqueda, ya sin los clásicos subterfugios que llevan a descifrar sus propias palabras. Fue durante el acto por la Vuelta de Obligado en la bonaerense San Pedro, donde con su clásico estilo autorreferencial y cargado de elogios a su gestión, describiendo un país de maravillas, dejó bastante firme la intención de ir por más en 2015. Fue en realidad, más que un discurso descalificatorio para quienes llevaron adelante el paro del 20N, un cuasi lanzamiento.Y por si hubiese quedado alguna duda, al día siguiente el ministro Julio De Vido -que viene acompañando a los Kirchner, antes Néstor ahora Cristina, desde sus orígenes en Santa Cruz-, salió a decirlo con todas las letras "se debe lograr la re-reelección de Cristina", como para que no haya dudas y que toda la tropa se prepare para la lucha que viene. ¿Alguien puede suponer que el polémico ministro haya dicho eso sin el consentimiento de la Presidenta?
En realidad, se esperaba que esta arremetida en búsqueda del objetivo reeleccionista, tal como lo había dicho días atrás otro ultra K como Carlos Kunkel, sería recién en 2014, pero sin dudas hubo cambio de planes. Con cierta lógica se suponía que primero se aguardaría el desenlace del 7D, fecha en la cual el propio gobierno le puso plazo final para el desguace del Grupo Clarín, según sus interpretaciones sobre una resolución de la Corte Suprema.
De Vido dijo "tenemos todo el derecho de plantear la reforma de la Constitución", ya que "nuestra Presidenta es la única garante de que este proceso continúe y se profundice". Y es cierto les asiste el derecho, pero al menos en este momento las instancias legales resultan sumamente complicadas para lograr ese objetivo, ya que no dan los números en el Congreso -para declarar la necesidad de la reforma se requieren las dos terceras partes de los integrantes de Diputados y del Senado, donde actualmente el oficialismo y sus aliados tiene 145 y 40 respectivamente, cuando se necesitan 172 y 48-, ni tampoco existe consenso en la gente, con algunas encuestas que son lapidarias. Según la consultora Management & Fit el 82,6% está en desacuerdo y apenas el 9,9% aceptaría que Cristina pueda volver a postularse.
Esas razones son aparentemente las que apresuraron los tiempos reeleccionistas, ya que debe remontarse una situación muy adversa. Aunque para el kirchnerismo nada parece ser imposible, habiéndose recompuesto de momentos muy difíciles, como aquél revés en la disputa con el campo -recordemos que la movilización en Rosario había reunido a unas 300.000 personas- por el voto no positivo de Julio Cobos, y más aún de la derrota electoral de 2009 con el propio Néstor Kirchner encabezando la lista de candidatos en la provincia de Buenos Aires, y además secundado por la testimonial de Daniel Scioli. Aún así, con semejantes mazazos, aunque con una oposición que se despedazó por las ambiciones personales y facilitó la tarea, el kirchnerismo resurgió catapultado con el 54% que obtuvo Cristina para un segundo mandato. Un capital que, al juzgar por las recientes expresiones de disconformidad y reclamo, individualizadas como 13S, 8N y 20N, además de lo que revelan casi todos los sondeos, se redujo notablemente. Lo cual, corresponde decirlo, no significa de ninguna manera una deslegitimación, sino una expresión de disconformidad con ciertos aspectos que son bastante claros: inseguridad, inflación, corrupción, como principales estandartes. Hacer oídos sordos, o interpretar que son los que quieren comprar dólares y los ricos que viajan a Miami, no le ha dado buenos resultados al gobierno, teniendo incluso un efecto contrario, fogoneando más la masividad de la protesta. Es que cuando hablan Aníbal Fernández o Abal Medina con sus curiosas interpretaciones, enardecen en lugar de calmar; al igual que Diana Conti, o cuando Nilda Garré insiste en que la inseguridad es una sensación creada en forma mediática, si bien en lo que va del año asesinaron a 30 policías en Buenos Aires. Ni hablemos de D´Elía, Hebe de Bonafini o el Cuervo Larroque con sus acusaciones narcosocialistas. Escuderos que dan la sensación de estar enfrascados sólo en el objetivo de quien agrada más a Cristina para avanzar algunos lugares en el ranking de su estima, aunque en realidad se transforman en piedras que la Presidenta debe cargar en sus espaldas. Aunque tal vez debería convenirse, que este es el estilo que parece agradarle a la Presidenta, ya que muy seguido lo hace suyo.