La situación no es nueva, viene prácticamente desde el mismo momento en que Mauricio Macri asumió la presidencia, pero en lugar de irse distendiendo con el correr de los 16 meses transcurridos, por el contrario fue agudizándose, llegándose a un nivel de confrontación dura, irreductible, de esas en las que no están siquiera las ideas en juego, sino los posicionamientos personales y muy posiblemente, también los intereses. Ni siquiera el más distraído, o tal vez el más optimista y esperanzado, puede dejar de advertir que el país se encuentra convulsionado, y que la grieta es cada vez más profunda y divisoria. Cómo será la cosa que la franja que más se achica es la de los que bien podríamos definir como neutrales, es decir, aquellos que sin demasiado entusiasmo o quizás manejando muy bien la simulación, permanecían a la expectativa. Ni de uno, ni de otro lado. El margen, es hoy menor para todos, lo cual va generando un clima enrarecido, espeso, tensado por las cada vez más cercanas elecciones, a las que con marcada exageración -al menos para nuestro gusto- se las trata de considerar poco menos que como una cuestión de vida o muerte.
Para colmo de males la economía no arranca, existen algunos índices recientes que dan cuenta de una incipiente recuperación del empleo y de reducción de la pobreza, pero no son suficientes para marcar tendencia, menos para que se note en el bolsillo de la gente, que es donde realmente impacta fuerte. Además, la inflación está siempre mostrando los dientes. El resto, las palabras lindas, las promesas, entran por una oreja y salen rápidamente por la otra. Siempre ha sido de esa manera y la gente no tiene por qué cambiar ahora, además de estar permanentemente fogoneada por una agitación social que no necesita de mucho esfuerzo ni ingenio para exponerla en plenitud. El paro interminable de los maestros, las multitudinarias movilizaciones, los piquetes de pequeños grupúsculos que se forman hasta para pedir que le instalen un foco en la esquina, la cada vez más grande legión de los que no llegan a fin de mes, las cuestiones de corrupción que siguen entrecruzándose hasta el acostumbramiento, el narcotráfico que abruma, y por sobre todo, como un manto en el que todos estamos debajo, la inseguridad cada vez más instalada, más violenta, llevando la vida a un valor mínimo, casi despreciable. Cuestión en la que asoman tanto jueces como policías integrando bandas delictivas. País difícil y complicado sin dudas, si dentro de esta melange incluimos también a políticos y sindicalistas enriquecidos, dueños de fortunas cuyos ceros a la derecha son difíciles de contar.
El foco de muchas conversaciones de este tiempo gira sobre el interrogante ¿qué nos espera? Argumentos hay de sobra de ambos lados de la grieta, aunque siempre lo más oportuno, y aún más que eso aconsejable, sea rescatar lo positivo e ir eliminando lo negativo, un objetivo nada sencillo, pero continuando en este altísimo nivel de confrontación es seguir en dirección hacia un destino que perjudica a todos por igual. Casi, como el abismo que tenemos enfrente. ¿Hasta cuándo?, pues hasta que empiece a prevalecer el cada vez más escaso sentido en esta época, el común. Lo comentamos el domingo anterior en este espacio y bien vale la pena reiterarlo, hasta el cansancio si es necesario.
Se dicen cosas tremendas, y se actúa de la misma manera en muchos casos, quedando la sensación que se ha perdido la poca compostura que quedaba en ciertos personajes que lamentablemente dominan el escenario, o bien tienen un protagonismo que ganan a costa del mal de muchos. Deberíamos mirar hacia Venezuela, sin que sirva de consuelo, pero para tenerlo muy en cuenta. La permanente agitación de fantasmas suele terminar instalándolos, una historia que ya hemos vivido otras veces, y que siempre terminó muy mal.
El derecho de huelga, el reclamo, el disenso en definitiva, no solo es un bien de los trabajadores sino indiscutidamente legítimo, demás está decirlo. Pero la manipulación, el exceso y la intransigencia -de ambas partes, por supuesto- terminan desvirtuando los objetivos comunes, como la pérdida de clases de los chicos y la calidad educativa, ejemplo más que ajustado a esta realidad que abruma.
Vivimos dentro de un clima de confrontación permanente, mucho de eso ya lo hemos pasado y los resultados están a la vista. Una historia repetida, pero siempre seguimos tropezando con las mismas piedras.
Parafraseando a Ortega y Gasset "¡argentinos, a las cosas!". Ya es hora que así suceda.