Es un clásico por estos días de septiembre el evocar a Sarmiento; uno de los integrantes del limbo de los patriotas. Pero también forma parte de un más selecto grupo; el de los más controvertidos.
Que agregar, para el caso de una rememoración a lo tanto escrito. Biógrafos, totales o parciales, se cuentan por decenas y solamente traigo del recuerdo las obras de Aníbal Ponce, Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, Alberto Palcos, Ezequiel Martínez Estrada, José Guillermo Guerra, José Campobassi. El trabajo de Paul Verdevoye, “Sarmiento, éducateur et publiciste”, de 1964, recopila 552 libros y 1007 artículos.
Dentro del fasto, sería redundante volver con el “Sarmiento educador” del que tanto escuchamos en los discursos escolares.
En tal sentido entiendo que sería un aporte referirme a una visión extranjera que para el caso aporta una mirada desapasionada –sería imposible objetiva- y nutrida de fuentes de primera mano. Me refiero a la obra de Allison Williams Bunkley, no desconocida, pero poco difundida.
Pero es preciso hacer un poco de historia.
Domingo Faustino, nacido el 15 de febrero de 1811, era hijo de José Clemente Sarmiento Funes y Paula Albarracín, matrimonio formalizado en 1801 y que tuvieron como descendencia a Paula, Bienvenida, Faustino, Procesa y Honorio, en ese orden. Su padre era hijo de José Ignacio de Quiroga Sarmiento y de Juana María Isabel de Funes Morales de Albornoz, esta, tía del deán Gregorio Funes, otro de los personajes no menos polémicos de nuestra historia.
De joven frecuentó la trastienda de la librería de Marcos Sastre y por lo tanto compartió varios ideales que se conocen como la “Generación del 37”, una reacción a la “ilustración” por medio del “iluminismo”.
El grupo tuvo vida efímera y sus integrantes buscaron un ambiente más propicio para las ideas, o lo que es el revés de la situación; debieron emigrar ante el acoso de Rosas. Sarmiento estaba ya radicado en Chile y desde el otro lado de la cordillera lanzaba sus dardos al “restaurador” con la misma pasión que encaró todos los actos de su vida y con particular encono. Sabido es que embebía su pluma en vitriolo. Llegó el punto que Rosas le reclama a Manuel Montt, el ministro con más poder de la presidencia de Manuel Bulnes, que de alguna forma acalle al extranjero alborotador. Como el sanjuanino tenía muy buena relaciones con el gobierno chileno, Montt le encarga la misión de recorrer algunos países de Europa y Estados Unidos para que releve el estado de la educación.
Puerta de entrada al viejo continente era España y a poco de andar el embajador puede reconocer el origen de muchos de nuestras penas; la herencia colonial. Cuando cruza a Marruecos y Argel, profundiza más su justificación encontrando que la barbarie española provenía de la cruza con el musulmán, rescatando los beneficios de la política francesa para sustraer del estado primario a los pobladores del norte de Africa. Más aún, parte de esas políticas entiende se podrían implementar en nuestra desolada pampa.
Pone rumbo hacia del norte de América, territorio que se debatía entre el sur esclavista y el norte pujante y moderno, donde se vivía una etapa preindustrial y la gran mayoría de la población se radicaba en las zonas rurales. Desembarca en Nueva York el 14 de septiembre de 1847 y recorrió varias ciudades hasta llegar a Québec. Bajó buscando Boston, el centro cultural y educativo más importante y el símbolo del gobierno representativo. Al final de su recorrido escribió: “es el único pueblo del mundo que lee en masa, que usa la escritura para todas sus necesidades .. y en donde la educación como el bienestar están en todas partes difundidos y al alcance de los que quieran obtenerlo”.
En su acción de gobierno, tempranamente siendo gobernador -1862-y definitivamente como presidente -1868-, supo aplicar sus principios y experiencias.
Bunkley, previo gestionar una beca en el Departamento de Estado y otra en la Universidad de Princeton, dedicó cinco largos años de su vida a la investigación y exhumación de documentos, visitando los lugares por donde actuó el prócer; San Juan, Buenos Aires, Montevideo, Santiago, Asunción. Luego de tanto trabajo, fallece repentinamente en 1949 no pudiendo ver su obra en letras de molde, cosa que ocurre algunos meses después (“The life of Sarmiento”, Princeton University Pres). Debieron pasar otros años para que se conozca la versión castellana a cargo de Eudeba con la traducción de Luis Echávarri.
El autor no se ocupa de la prosa, tal vez como otras semejantes y se abstrae de las pasiones; lejos está de los escritos de Rojas o Lugones, del detractor o del apologista. Se muestra como un historiador de la más pura cepa.
En el prólogo, se apura en analizar la historia de nuestra América del sur, y destaca la herencia del personalismo español encarnado en los caudillos nativos. Entiende que el propio Sarmiento genéticamente es un caudillo, aún siendo más voluntarista que intelectual evita caer en la tentación de ponerse el atuendo de caudillo; como siendo estructuralmente un romántico reniega de ello.
Ceñido a los documentos recopilados, algunos desconocidos por los biógrafos vernáculos, en ningún párrafo se puede encontrar la prosa inflamada que atrapa al lector. Pero la personalidad del historiado en la péñola del americano lo hace por momentos casi un personaje de novela, llegando a la reproducción de partes de autobiografía.
Algunos pasajes de relatos heroicos parecen faltos de fogosidad, o al menos de la pasión a la que acostumbramos los latinos.
Avanzar en la lectura requiere sortear una profunda documental que deposita al actor en el altar de los escogidos, al punto que el autor por momentos pareciera que se refiere a un personaje de novela, superando en muchos su deseo confeso en el prólogo de “medir esta persona excepcional”.
A lo largo de las páginas se advierte una pugna entre su naturaleza y su espíritu, entre sus vivencias y su erudición; entre su veta romántica y su perfil ilustrado. Todas estas tensiones se expresan a lo largo de su existencia, sea en el manejo de la cosa pública como en aspectos de su vida personal.
Sarmiento, “profeta de la pampa” según Rojas, “constructor de la nueva Argentina” según Ponce, “testigo de la patria” al decir de Borges, tiene otra perspectiva, pero nunca dejará de ser ese combatiente, no importa en que terreno ni bajo que pendón, que es una forma de vivir después de muerto.
(*) El autor es abogado, profesor titular ordinario de la Universidad Nacional del Litoral.