Notas de Opinión

Reforma o cuento de la buena pipa

Por Miguel Kilibarda (*) 


 Otra

vez estamos discutiendo sobre la “necesidad” de la reforma de la

Constitución. Bueno es recordar algunos conceptos básicos.

“El

principal medio de afianzar el respeto de la Constitución es el de

evitar en todo lo posible sus reformas”

nos enseña Alberdi en sus “Bases”. Porque “a la ley la hace el

tiempo”, afirma Portalis uno de los autores del Código Napoleón.

Pareciera

que la Constitución tiene la culpa de nuestra demostrada incapacidad

para gobernar, cuando la verdad está en otra parte. ¿Acaso la

Constitución es la responsable de los índices sin precedentes de

inseguridad; del crecimiento geométrico de la burocracia política;

del aumento desmesurado de las tarifas de los servicios públicos,

así como de contribuciones, impuestos, tasas y gravámenes de todo

tipo?

¿Qué

se argumenta para “apurar” la reforma, a tambor batiente e

“invirtiendo” tiempo y muchos recursos? Se dice que el texto

actual resulta anticuado y que hay que incorporar institutos,

derechos y garantías de la Constitución reformada en 1994.

Este

argumento es falso, o por lo menos no es verdadero. No se han leído

las normas vigentes desde hace 165 años en la C.N. y desde hace 56

años en la C.P., que en sus arts. 31 y 33 y 6 respectivamente

disponen que todos los habitantes de la Provincia gocen de “todos

los derechos y garantías que le reconoce la C.N. y la presente,

inclusive de aquellos no prescriptos en ambas y que nacen de los

principios que las inspiran”.

Si se hubiese leído la Constitución habrían evitado afirmar tamaño

disparate.

Los Tratados Internacionales están constitucionalizados

(C.N. art. 75 inc. 22). Y lo que está en la Constitución Nacional

está para todos los habitantes de la Provincia, que es fundadora

de la Nación.

Además

la variedad de institutos y derechos que se proponen pueden ser

establecidos por Ley. En la Legislatura existen numerosos proyectos

sobre estas materias que han ido perdiendo “estado parlamentario”

por falta de tratamiento. Por ejemplo: iniciativa popular, consulta

popular, autonomía municipal, equivalencia de género, ley de

educación incluida la reclamada educación sexual, institutos de

democracia semidirecta en municipios, cooperativismo, mutualismo y

economía social, deportes, minoridad e infancia, derechos de

usuarios y consumidores, de medio ambiente y hábitat, etc. Nada

existe en la Constitución que impida legislar y reglamentar el

“Consejo de la Magistratura” para un adecuado proceso de

selección de magistrados y funcionarios que actualmente se hace a

través de un Decreto del P.E. que ha desmejorado notoriamente el que

estaba vigente hasta el año 2003.

Lo mismo podría decirse respecto

de la selección de los miembros del Tribunal de Cuentas, para que

funcione como tal, y no como un “Tribunal de Cuentos”.

Todo

lo que puede hacerse por Ley debe hacerse por ese medio sin

“encriptarlo” en la Constitución. La Ley es un instrumento más

ágil, más idóneo para adecuarlo a las necesidades de cada época.

La Constitución es un instrumento más pétreo y menos modificable.

Por Ley podría establecerse que el Defensor del Pueblo fuera

propuesto por los sectores de la oposición, para que el “Poder”

no terminara controlándose por él mismo.

“El

hombre es bueno, pero si lo controlamos es mejor”,

solía repetir un conocido estadista argentino. Que el Jefe de

Policía cuente con “acuerdo legislativo” también puede tener

vigencia mediante una simple reforma a la Ley Orgánica Policial.

Pero bueno sería que primero acertaran a proponer a un candidato que

no esté vinculado al narcotráfico o a la corrupción.

Eso

sí, lo que no se

podría hacer por Ley es asegurar la “Reelección inmediata”

del Gobernador, que

¡loado sea Dios!, nuestra sabia Constitución

veda.

Tampoco podría el Poder Ejecutivo endeudarse

sin autorización o referendúm legislativo, comprometiendo los

destinos de la Provincia (C.P. arts. 55 inc. 12 y 73 inc. 11).

En

definitiva: la necesidad de la reforma es un argumento no válido

para mejorar el destino de los santafesinos y solo aparece como

excusa para procurar la permanencia en el poder de algún

funcionario. Bielsa recuerda la anécdota de un destacado

constitucionalista brasileño -Capistrano de Abreu- que consultado

sobre la necesidad de reformar la Constitución de su país dijo:

“Yo solo pondría un artículo: Todo brasileño está obligado a

sentir vergüenza”.

Me

temo que la clase política de nuestra época -no nos excluimos- ha

perdido la capacidad ética de sentir vergüenza; pero lo que es más

grave aún es que hemos perdido la capacidad biológica de

sonrojarnos. Nada nos hace poner colorados.



(*) Presidente del MID Santa Fe.

Autor: REDACCION

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