Los residuos del desarrollo
El interés por el medio ambiente crece conforme se incrementa el bienestar en la sociedad postindustrial; primero como fruto de demandas por un ambiente más sano —una tierra incontaminada, agua cristalina o un aire puro—, para luego quedar catalizado por las frecuentes agresiones a ese ambiente. Desarrollo y residuos parecen ser cara y cruz de una misma moneda. Queremos puestos de trabajo, pero el desarrollo económico e industrial tiene algunas servidumbres: generación de residuos, polución o contaminación.
La aceleración de la degradación medioambiental en las últimas décadas; la escasa atención de muchos gobiernos, preocupados por el desarrollo, pero sin prestar atención a la forma en que se lleva a cabo; el incremento de los medios de locomoción, el consumo de carburantes y el efecto invernadero; los daños en la capa de ozono; los millones de toneladas de residuos tóxicos; la acción de los fertilizantes en los productos agrícolas y su filtración en el subsuelo; la falta de inversión en el mantenimiento de instalaciones previsiblemente contaminantes; los vertederos que «adornan» tantos rincones; el cambio climático, o los incendios y destrucción de las selvas ecuatoriales, nos hacen estar no en los inicios de un problema, sino plenamente sumergidos en él.
En general, no está claro que las empresas potencialmente contaminantes hayan asumido su total responsabilidad social. La contaminación de hoy no se sabe durante cuánto tiempo causará efectos, ni cómo reaccionará asociada a otros elementos. Claro que ello no debe impedir el crecimiento económico; pero sin comprometer el futuro y tomando precauciones para evitar daños que pueden ser irreparables. La legislación puede ir a rémora de los acontecimientos catastróficos, dejando vacíos legales.
La contaminación, que sin duda afecta a todos los países industrializados, tiene también su geografía en los países menos desarrollados. La legislación ecológica del primer mundo ―quien contamina paga―, lleva a sus multinacionales, sobre todo en sectores relacionados con la minería y la química, a montar instalaciones o depositar los residuos en países del segundo o tercer mundo, donde la reparación de daños, si se producen, pueda tener menor costo o puedan eludir con más facilidad su responsabilidad.
Calidad de producto, seguridad en el trabajo y medio ambiente debieran ser valores generalmente aceptados. Claro que conseguirlos tiene un costo económico, pero también lo tiene su falta, además del costo social, aun cuando esos costes no se sepa quién los soporta. En este final de siglo, la conciencia medioambiental ha arraigado entre los ciudadanos, los poderes públicos y las empresas. Es cada vez mayor el número de empresas que aceptan los desafíos éticos que les presenta su actividad y hacen de la responsabilidad social un elemento más de la competitividad y de la ética empresarial. Pero, cuando ocurren catástrofes y los daños originados por vertidos son tan frecuentes, no dejan de parecer insuficientes los esfuerzos puestos, y más si esa carencia procede de quien puede más. Entonces se llega a la conclusión de que es necesario aportar soluciones más imaginativas y eficaces para preservar el medio ambiente que legaremos a las generaciones futuras.
(*) Foro Independiente de Opinión. (España).
Datos personales:
Agustín Pérez Cerrada. DNI: 17 072 131 J. Administrativo..-