Poder o no poder prestar atención sigue siendo hoy, la perturbación más generalizada que denuncian maestros y profesores en cuanto al rendimiento de sus alumnos.
El ya vapuleado “Déficit de atención” se utiliza como moneda corriente para justificar retrasos, para exigir ayuda externa, para solicitar estudios, medicación etc.
Corriéndome un poco de este común camino transitado, es que apuesto a valorar las capacidades del niño distraído en cuestión, más que seguir acentuando su déficit.
En este proceso de prestar atención, participan otros, tales como; mirar, escuchar, tocar , agarrar, jugar etc. Cuando se atiende a un niño, debemos ofrecer un espacio para que, más allá del diagnóstico que soporta, pueda ir encontrándose a sí mismo, incluso llegando hasta donde nuestra primer mirada aun no llega. Ofrecer un tiempo para que nuestro “atendido”, descubra algo nuevo y posibilitador de sí mismo.
Porque aprendemos a mirar con el sello de los que nos miran. Se mira de muchas maneras, por eso los ciegos no ven pero aprenden a mirar: con sus manos y con todo su cuerpo y sentidos.
La experiencia nos demuestra que los procesos atencionales que permiten aprender, se relacionan más con la curiosidad activa que con la pasividad en la recepción de contenidos a imitar.
En investigaciones recientes, se ha encontrado que la mayoría de los niños y adolescentes escolarizados asocian el acto de prestar atención con Mirar/Contemplar, dirigiendo la mirada a un objeto portado por otro (por ejemplo, al saber escrito o hablado de un docente).
En cambio, en la población que no asiste a la escuela, se despliegan otros sentidos posibles del prestar atención, asociando Mirar y Escuchar a la sorpresa, el descubrimiento, la admiración, el interés…es decir, en relación a la amplitud y al aspecto activo y subjetivante que desde un principio tenía el verbo Mirar.
Los alumnos, aun los de buen rendimiento , admiten que para ellos, prestar atención debiera ser: dirigir la vista unidireccionalmente a un objeto(pizarrón,libro,docente).Sin embargo, sus maneras de prestar atención, no se corresponden exactamente con esa representación, pues ellos, para aprender necesitan poner en juego un mirar-escuchar fluctuante, que incluye también momentos de distracción….momentos que la institución educativa suele sancionar!.
Esta disparidad entre la representación y el quehacer cotidiano se ve acentuado, por un lado, por el saber psiquiátrico que sostiene un criterio para diagnosticar “Déficit atencional” que refuerza con rigidez dicha representación. Por otro lado, los avances tecnológicos, en todas sus versiones (TV, audio, tecnología etc) aceleran y modifican los modos de atender. Así, entre lo que se exige a un alumno y lo que el alumno propone como modo de atender (en función del mundo en el que vive) hay una brecha cada vez mayor.
Hoy se privilegia lo visual y se exigen y favorecen la fluctuación y amplitud de la mirada para poder aprender. Pero el criterio médico no acompaña estos cambios y los “parámetros de normalidad” que imponen inciden en las prácticas educativas, en las evaluaciones pedagógicas y en los diagnósticos psicológicos, yendo a contramano de lo que la postmodernidad le propone a nuestros niños.
Atendemos para que nos atiendan, conocemos porque nos re-conozcan. Todos estamos implicados en las transformaciones que le exigimos a esta generación.
Fernández, Alicia
“La atencionalidad atrapada”.