No es cuestión de caer en extremos, pues cuando se habla de reprimir y sancionar a la delincuencia como corresponde, simplemente para que no queden igualados quienes viven con el esfuerzo de su trabajo y los que simplemente delinquen, es tentador por parte de quienes se alinean dentro de la línea de pensamiento garantista, el terminar calificando las iniciativas de represoras, promovedoras de la mano dura, e incluso con inclinaciones hacia la pena de muerte, como camino más corto para la descalificación. Absolutamente nada de eso, simplemente vivir dentro de un ámbito de justicia en el cual prevalezcan bien diferenciados los premios y castigos. No sería necesario aclararlo, pero por las dudas la previsión nunca está demás.
Es que al extremo que ha llegado hoy la inseguridad, con una delincuencia que avanza desde los cuatro flancos, frente a la sensación de desconcierto que dejan quienes tienen la mayor obligación de buscar soluciones, el tema se encuentra mucho más allá de ideologías, posturas elegantes o declaraciones que pueden sonar atractivas pero carentes de contenido. Es tiempo del sentido común, algo que no suele abundar en la época que vivimos.
La falta de sanciones es la madre de la delincuencia, tal como alguna vez sostuvimos que la inflación es la madre de todos los problemas de la economía. Un parecido que no merece siquiera demasiadas argumentaciones, surge en evidencia.
Sin pretensiones de arrogarnos la representatividad de nadie, simplemente escuchando lo que se comenta en la calle, en el barrio o en el bar de la esquina, bien puede decirse que la gente está cansada de escuchar soluciones teóricas, si las sanciones deben ser más o menos contundentes, razonamientos de contenido ideológico y toda esa terminología que suele escudarse en cuestiones éticas. Se traza la línea y el resultado es simple: se dice mucho y se hace poco.
El ciudadano común, que trabaja, se esfuerza y debe cumplir con todo el pago de impuestos, que no son pocos, debe vivir con resguardos y precauciones especiales para no ser víctima de asaltos, robos, arrebatos, cuando no quedar envuelto en alguna balacera. No reclama nada extraordinario, simplemente seguridad.
Esta proliferación de la delincuencia es verdad que es un tema de altísima complejidad y que se deben modificar las estructuras sociales para resolverlo de manera sustentable y con visión de futuro. "Reforzar los lazos sociales y las relaciones interpersonales". Pero, ¿y mientras tanto? no es posible esperar de brazos cruzados convertirse en víctima, algo debe hacerse y de manera inmediata.
No se pretende que el futuro sea construir cárceles en lugar de escuelas. Educar es la consigna, también ofrecer la posibilidad de desarrollo digno con trabajo en lugar del subsidio, eso está muy bien y no hay argumentos para contradecirlo.
Uno de los interrogantes que siempre sobrevuela cuando se habla de inseguridad es el referido a las razones por las cuales ha aumentado tanto la cantidad de delincuentes. Entre muchas otras, algunas ya puntualizadas, la impunidad es otra de ellas. La sensación que se tiene es que no existe casi castigo para el transgresor, aunque las prisiones desborden y las comisarías estén siempre llenas. Aquello de entrar por una puerta y salir por la otra sigue estando en vigencia, y no sólo en caso de menores que los justifica la ley. Esa misma que, entre tanta demostración para eludir responsabilidades, casi siempre termina teniendo la culpa.
Es verdad que es un error la generalización cuando se trata de la aplicación de penas o sanciones, aunque es bastante frecuente cuando ante casos similares se aplican distintas sanciones. Muchos hechos realmente aberrantes, como violaciones de niños seguida de muerte cometidos por reincidentes. ¿Cómo podía estar libre? Se ensayan argumentaciones de todo calibre, incluso la buena conducta. El perdón y la tolerancia son una cosa, la falta de castigo e impunidad otra muy distinta.
Es necesario un reordenamiento amplio, en el cual confluyan todos los actores, autoridades de gobierno, legislativas, uniformados de todos los niveles, justicia, organizaciones no gubernamentales, fijando objetivos claros y cumplirlos a rajatabla. Es lo que exige la urgencia, ya que de prolongarse las actuales condiciones en que el delito resulta más atractivo que el trabajo, al menos para muchos, es bastante parecido a la promoción de la delincuencia.