“Porque si la locura humana no encuentra una píldora que la pueda curar, y si esa píldora no la prohíben los locos que nos quieren ver multiplicándonos incesantemente, el ‘reino del hombre’ llegará a duras penas al 2100. A este paso, en un siglo, el planeta Tierra estará medio muerto y los seres humanos también”.
Giovanni Sartori, recientemente fallecido, escribió el texto anterior en su libro “La Tierra explota” en los inicios del 2000. Básicamente, apuntaba al tema de la superpoblación y el desarrollo. En relación con ello incluía cuestiones diversas que convergen en un punto crucial: el que plantea el futuro de la raza humana en un planeta de leyes propias y límites precisos, ineludibles si de considerarlos desde la lógica y el realismo se trate. Advertía sobre la existencia de un “punto de no retorno ambiental, más allá del cual el exceso de población destruye las propias condiciones de vida”.
Remitiéndose a los niveles de consumo de entonces, afirmaba que 6.000 millones de almas “ya son excesivas para nuestro ecosistema, ya que no permite su regeneración”. Tomando en cuenta esto, cuánto más comprometida estaría la cuestión considerando que hoy la población mundial se acerca a los 7.500 millones. Ampliando la mirada, aparecen en el cuadro otros factores agravantes: el cambio climático, la contaminación, las reservas de agua dulce, el hambre, el agotamiento de recursos naturales no renovables, etc. Y en paralelo, la falta de preocupación por parte de gobiernos e intereses en juego acerca de lo que por esos años revelaban ya evidencias e investigaciones científicas cualitativamente avaladas.
Con Sartori, el politólogo italiano mundialmente reconocido y respetado, desaparece un estudioso y crítico implacable de problemas de rigurosa actualidad de las democracias de Occidente. Entre ellos, los mencionados. Dejó en claro que sin buenas instituciones no hay nada, ni buena política, ni cultura, ni civilización. Ni tampoco, puede pensarse, futuro digno por el camino actual.
EL DESARROLLO
SOCIOECONOMICO
Existe una estrecha conexión de sus definiciones y lo que representa el término desarrollo socioeconómico. Sostenible o sustentable, según se interpreten. La única diferencia reconocida entre ambos radica en que el sustentable es el proceso que preserva y protege solo los recursos naturales para beneficio de las generaciones actuales y futuras, prescindiendo de las necesidades sociales, políticas y culturales del ser humano, cosa que sí tiene en cuenta el sostenible. Por él se satisfacen tales necesidades y las que aseguren un ambiente sano a la actual generación sin poner en riesgo la satisfacción de las mismas a las generaciones futuras.
En 1987, el denominado Informe Bruntland, preparado por la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas definía así el propósito perseguido: “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”.
El desarrollo sostenible comprende tres aspectos centrales: ecológico, económico y social. Este último considera la relación entre el bienestar social, el medio ambiente y la bonanza económica, expresado en cuatro dimensiones: Conservación – Desarrollo (no afecta de manera sustantiva los ecosistemas) – Paz, igualdad y respeto de los derechos humanos – Democracia.
Es sabido que las advertencias y denuncias sobre los abusos que, a nivel mundial, se perpetran diariamente contra el medio ambiente y la biodiversidad¸ así como en perjuicio de poblaciones alcanzadas, permanecen incontestadas en general. Cuentan, en ese sentido, por su enorme gravitación en el abierto escenario, dos cuestiones fundamentales: el crecimiento demográfico y la contaminación.
EL CLUB DE ROMA
Y EL MIT
Creado en 1968 por un industrial italiano y un científico escocés, el objetivo del Club se centraba en el estudio y análisis sobre el concepto imperante por entonces del crecimiento económico como panacea de los males sociales. El interés despertado por la iniciativa en diversos sectores llevó a que, en 1970, se decidiera encargar a un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusset (MIT) un estudio sobre las tendencias y los problemas económicos de la sociedad, globalmente entendida.
Los resultados se conocieron en 1972 bajo una sugerente denominación: “Los límites del crecimiento”. Las conclusiones del estudio, conocido como el Informe Meadows, impactaron notablemente. A tal punto que muchos lo consideraron “el viraje conceptual” de la década de los ’70 y “un notable giro copernicano del pensamiento en materia ambiental”.
Sustancialmente, se trataba de un fenómeno de enorme trascendencia y alcances impensados. Esto era, y continúa siendo, el sobrepasamiento, proceso en el que la población humana y la economía extraen recursos de la tierra y emiten desperdicios contaminantes sin control. Las tasas de extracción y emisión crecieron hasta magnitudes insoportables. De tal modo esto que el medio ambiente “ya no las puede sostener. La sociedad humana ha sobrepasado sus límites”, afirman estudiosos.
Aurelio Peccei, fundador del Club de Roma, definió entonces, en estas palabras, lo que pensaba: “El futuro ya no es lo que se esperaba que fuera, o lo que podría haber sido si el género humano hubiese sabido usar su cerebro y sus oportunidades con más eficacia. Pero el futuro aún puede convertirse en lo que de forma razonable y realista deseamos”.
¿Estamos a tiempo? En Julio de 2016, la organización ecologista Earth Overshoot (sobrepasamiento de la Tierra) difundió un informe de la Red Global de la Huella Ecológica (Global Footprint Network), centro internacional de investigación sobre el modo en que el mundo gestiona sus recursos naturales y responde al cambio climático. Según el documento, a partir de Agosto del año pasado la demanda anual de la humanidad sobre la naturaleza habría superado lo que la Tierra podía regenerar en ese año. Cosa que ocurre porque la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera supera lo que océanos y bosques pueden absorber. Esto representa un sobregiro a futuro sobre disponibilidades que la falta de políticas y medidas en consonancia con la magnitud de la problemática termina agravándola.
Es claro que la cuestión está lejos de agotarse en estas líneas. El déficit consiguiente requiere de mayores aportes argumentales disponibles, pero, por sobre todo, demanda un debate en profundidad que la humanidad se está debiendo.