La Argentina vive momentos de gran tristeza, por la incertidumbre de su futuro, por la espantosa realidad de su presente. No nos hace falta ver televisión oficialista que pone fútbol cuando en la ciudad de San Lorenzo se conmemoran los 200 años de la única batalla que el General San Martín libró en territorio argentino, u otros, anti oficialistas que reiteran las noticias hasta el hartazgo. Hace mucho que sabemos que la única verdad es la realidad. Miramos por encima de las estadísticas, no necesitamos números. Los precios suben y el dinero no alcanza. De manera que si falsean información nos da igual. En la Argentina nos han robado la dignidad. A los jubilados con la mínima, a los desocupados, a los jóvenes desempleados sin perspectivas, a los ciudadanos que transitamos calles inseguras, a los que sólo encuentran su destino en las drogas, a las madres que perdieron a sus hijos, a los enfermos que no les proveen tratamientos, a los que ni trabajando una vida pueden comprarse su vivienda, les digo: estamos de duelo, el País llora. 

Vemos el regocijo de los que no recuerdan que también son argentinos y desprecian el momentáneo dolor de sus hermanos, olvidando que la vida es una calesita y vaya a saber dónde los encuentra el próximo giro. No guardemos rencor argentinos, intentemos dialogar con el que opina distinto, descubramos cuál de los dos está equivocado. Seguramente encontraremos puntos comunes. Rompamos el tirano juego del gobierno. Esta vez, contémosle a nuestros hijos, a nuestros nietos, la relevancia que tiene el Senado de la Nación, y que hoy, en general, no lo conforman las personas apropiadas. Debe volver a ser el de antes. Debemos desempañar el cristal y dejar su transparencia al alcance de todos. Es difícil. ¡Ya lo creo! Quizás sea este el mayor desafío del histórico momento.

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