El cruce de las rutas 34 y 70 es un tema que día a día se agrava y –como generalmente ocurre- quién pone la cara frente a la sociedad es la Municipalidad de turno, pues la Provincia y la Nación se conforman con poco: o un control esporádico o bien hacer la obra.
No hay dudas que en este sitio hay un triple poder de contralor: nacional, provincial y municipal y lo “normal” es que se coordine dicha competencia, que se denomina concurrente. Hasta el día de hoy todo indica que no hay coordinación alguna, pues ahora gendarmería controla cuando el municipio lo solicita institucionalmente.
Sin dudas que el control debería venir después y lo primero es la obra civil en sí: una obra que costo más de 50 millones de pesos en su tramo cercano a la ciudad no tuvo ni antes ni después una sola rotonda. ¿Algún ingeniero civil o especialista en obras públicas puede explicar porque en Argentina casi no hay rotondas a la entrada salida de las ciudades y pueblos?
Ahora se propone la solución “típica argentina”: el lomo de burro, que es un símbolo del fracaso de cualquier política de tránsito. Es difícil en una situación caótica como la que hay ahora aceptar que mejor que no hacer nada es hacer algo. Y ese algo hoy es un lomo de burro. De mal que estamos en estos temas nos acostumbramos con poco y nada.
El tema es muy grave ya que nuestras conductas viales son casi suicidas –en algunos casos- y abiertamente criminales en muchísimas situaciones que todos padecemos. Lo más grave es que como que nos vamos acostumbrando. Las reacciones son espasmódicas, sobre todo las del Estado.
Parece que todas las barreras que sostienen el tránsito se han roto: primero las de infraestructura vial, pues así como no hay rotondas tampoco barreras de tren en perfecto estado (de lo que nos enteramos quienes no vivimos en Capital Federal por el reciente desastre) y un cúmulo de deudas que se acumulan, sea el gobierno que sea.
Luego están las barreras del control estatal, que son las del ejercicio de la policía vial, insisto, que es en este tema nacional, provincial y municipal. Aquí la regla es la de la confusión, la superposición, la del juego del gran bonete: coordinación cero. Pregunten a un especialista de tránsito si puede decirle como está hoy la normativa de tránsito en la Provincia de Santa Fe y le dirá que “no lo sabe”. Desde ya tampoco lo saben los agentes de control que brindan un servicio con los pobres medios que el Estado les otorga, empezando por el más elemental que es la transparencia normativa.
En tercer lugar está entonces el derecho como regulador de conductas. Y lo grave aquí es que aun cuando se hagan las mejores leyes y reglamentos si no hay control idóneo y no hay un “mínimo de cumplimiento social” el derecho no existe. El derecho no puede resolver todas las situaciones las 24 hs. del día, para ello hay otros reguladores de la conducta.
Y allí está la última de las barreras: la moral social. No hay justificativo de ningún tipo para soportar lo que hay que soportar cada día en las calles de nuestro país. ¿Cómo se explica que un padre lleve en brazos a un bebé y maneje con la otra mano? ¿Cómo se justifica que un automóvil cruce en rojo o a más de 40 km. por hora una calle común? La lista es tan larga como la falta de vergüenza que ya tenemos en nuestra conducta vial.
La falta de educación, la impunidad de muchas inconductas, el escaso amor al prójimo y el sin sentido que gobiernan nuestras calles es tal vez una de las peores fotos de lo que somos “también” como sociedad. Digo también porque no todo en el país es un desastre como el tránsito vial, ni todos los argentinos vivimos en la calle pisándole la cabeza –ya ni siquiera el pie- a quién tenemos al lado.
Una especie de ley de la selva es la que regula nuestro tránsito vial. Y como en la selva misma ganan los más fuertes, hasta que se matan entre sí. El resto sobrevive como puede, sufriendo lo menos que pueda, con la esperanza de que cambie algo en el futuro.
No alcanzarán mil lomos de burro, mil gendarmes, guardas municipales o policía provincial, decenas de códigos de faltas y aún el Penal. El fracaso ya no es de los gobiernos ni de los sistemas de control sino de todos nosotros como sociedad.