Fue la noticia que paralizó a la Argentina, aunque sea por un instante, con un efecto conmocionante que se prolongará en el tiempo. Es que por primera vez, en una historia que arranca en el año 33 y tras haberse sucedido 226 jefes de la Iglesia Católica, la designación recayó en un americano, y para más argentino. Jorge Mario Bergoglio, uno de los dos cardenales argentinos que participaron del cónclave, aún con los 76 años que se mencionaban como una dificultad, fue quien finalmente y luego de varios intentos, posibilitó la humareda blanca desde la Capilla Sixtina del Vaticano.
En realidad, aunque sorpresiva, la designación no lo fue tanto. Es verdad que la edad aparecía como un obstáculo importante, pero si se leía entrelíneas algunos de los comentarios previos al analizarse posibilidades de los candidateables, el nombre de Bergoglio era tenido en cuenta. Un antecedente de significación era que en ocasión de la elección de Benedicto XVI, el argentino había sido el segundo más votado, pero seguramente lo más valioso lo concentran sus antecedentes personales, justo en un momento en que la Iglesia puso al descubierto muchas de sus intrigas, de sus rencillas y de comportamientos inadecuados, y que por lo tanto imponen un cambio. Un reordenamiento de imagen y costumbres.
Justamente por esas razones, es que Bergoglio era tenido en cuenta. Como imagen, la mejor; austero al extremo, humilde y sin las ostentaciones que generan tantos rechazos. Unos pocos datos difundidos ayer lo describieron sobradamente, alejado de lujos, comodidades y riquezas. Es decir, dando con sus acciones un absoluto respaldo a los postulados de la palabra, como corresponde a la gente de bien.
Pero además, Bergoglio dio acabadas muestras de una personalidad fuerte, de convicciones inamovibles, tal como lo requiere la Iglesia en este presente de tantas incertidumbres, donde la renuncia del papa Ratzinger dejó al descubierto falencias muy importantes, que el religioso argentino deberá enmendar. Una labor complicada, incierta, pero seguramente a la medida de Bergoglio.
Sus referencias aquí son por demás conocidas. Un luchador incansable en la defensa de los más desprotegidos, a los que defendió no sólo con la palabra sino también con su ejemplo.
Desde el Episcopado, al que renunció a los 75 años siendo sucedido por monseñor Arancedo, se mostró como un filoso y punzante opositor de las políticas del gobierno de los Kirchner -a extremo tal que desde 2004 dejaron de asistir al tradicional Te Deum que se oficia en la Catedral metropolitana-, lo cual lo ubicó en la vereda del frente durante todos estos años, en los que se mostró exacerbadamente crítico de la inequidad, reclamando una mejor distribución de la riqueza y llegando a decir que la gran deuda social de la Argentina era moral. La corrupción, la droga, la soberbia, la falta de diálogo, fueron algunas de sus puntualizaciones, en tanto que con las políticas de la administración kirchnerista mostró fuertes discrepancias respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto.
La presidenta Cristina Fernández inmediatamente tuvo un envío epistolar de congratulación y anticipó su presencia en el acto de asunción. Las circunstancias son hoy muy diferentes y de tal modo lo imponen, ya que todo el pueblo recibió esta distinción con desbordante y emocionante alegría. Es para disfrutarlo y vivirlo con el fervor que así lo justifica.
Seguramente Francisco I será un muy buen Papa, pues reúne las condiciones para transitar el difícil camino que tiene por delante. Es que quien puede respaldarse y mostrarse con su propio ejemplo, tiene gran parte de la batalla ganada desde el mismo comienzo.
Seguramente, desde la Argentina, todos lo estaremos acompañando. Y además, con Rafaela tendrá una conexión mayor con un dato relevante, pues será quien deberá designar al nuevo Obispo de nuestra Diócesis.