Por Marcos J. Delfabro*
“Crece la escasez y hasta la palabra vacío me llenó.” Así nos cantaba Gustavo Cerati y su talento hoy parece rebotar entre cubiertas desgastadas sin posibilidad de recambio a la vera de rutas y con sed de una gota de alimento con al menos aroma a petróleo. Nunca para los argentinos la “Vaca estuvo más Muerta” en un presente que repugna. Cansado el mundo está de refregarnos en las narices las verdades que ni nosotros sabemos asimilar. Las bendiciones con las que la natura y su celestialidad nos proveyeron no pueden calzar más atinadamente con el dicho “Dios le da pan al que no tiene dientes”, y en el caso argentino podríamos decir “… al que no sabe morder” salvo si de coimas y mezquindades se trata. Paradojas de foráneos que escupen carcajadas y de tierra adentro sequedad de garganta: Patria rica de gente pobre.
Una vez más “Argentina es el país más grande” pero ésta lo es de verdad. Vaca Muerta es el yacimiento de hidrocarburos shale con mayor potencial de desarrollo en el mundo, la segunda reserva global de gas no convencional y cuarta de petróleo de este tipo. Con epicentro en la tierra palíndromo argentina: por donde se la mire, de delante hacia atrás o de atrás hacia adelante, Neuquén y sus lindantes federadas son el brío que pueden mover al mundo. Sin embargo no así a la Argentum que de brillo ya nada tiene y menos aún a sus nunca mejor dicho “argentinos de a pie”, repelente recuerdo del eslogan de campaña ligeramente adaptado del matriarcado de poder que elegimos por gobernantes, donde la madre grita y el hijo putativo se resigna y su pueblo se ahoga en la acción destructiva de su inacción.
Sinvergüenzas, desvergonzados, caraduras, descarnados bribones e inverecundos. De cuántas calificaciones se puede valer nuestro diccionario para enriquecer el perfil de Wikipedia poniendo tan sólo dos apellidos y una misma sonrisa por delante que erizan la piel y envenenan el alma.
Desfachatados de ocasión que en solo un puñado de años ordeñaron todo lo que pudieron, dejando seca a la vaca mucho antes de siquiera poder ordeñarla. Sin el combustible ordinario, ese que sirve de motor a la economía que provee los cometas verdes sin piolín llamados “dólares”, y que paradójicamente más blue se ponen a medida que se elevan al sol. Las naftas premium en las estaciones Select de las ciudades sin tierra no pueden escasear, pero el gasoil mezclado a los que se acostumbraron las mulas de hierro que surcan caminos destruidos y los bueyes de garras afiladas que desgarran la tierra para hacerlas parir… eso sí que no hay. Desvergonzados y cuántas cosas más.
País de ineptos de firma débil y tinta seca, como sus ideas, que contentan a un dormido pueblo con dádivas vergonzantes y 3.300 miserables pesos sólo si se tuvo la gracia de superar 85 años de trabajo a destajo. Billetes sucios que queman sin colores y que de la esencia de los próceres nada tienen. Pobre Belgrano, San Martín y tantos a los que refrescan desde sus grafías porque no les da la altura moral para imitarlos desde sus ideales y luchas. Erogaciones de Estado para el diseño de formas pero no de contenidos. Conductores teñidos de falsas y aburridas ideologías sin pegamento ocupando nuestra atención con el espejito de cómo lucen los inqueribles pesos pero no para darle peso a sus usos.
Ni por asomo logran domar a la yegua bravía llamada “galopante inflación”, sin saberla montar ni siquiera intentar colgarse de las crines del lomo, menos aún clemencialmente rasgar su cola para frenar el polvo que día a día nos ahoga más.
Bestias son ellos, no las honorables especies autóctonas de las que tanto debieran aprender. El pueblo es la fauna y ellos los cazadores furtivos. Borraron de un plumazo de la moneda de curso legal, pero no real, al Cóndor andino, quien como el 40% de los argentinos vive carroñeando donde puede, buscando sus sueños hasta miles de metros de altura y volando por kilómetros. Tanto el pueblo como su ave insignia, persiguen sus ideales durante cada uno de sus 75 años de esperanza de vida. Y todo esto consumiendo muy poca energía. ¡Cuántas semejanzas! El pueblo es orgullosamente fauna. Como el Guanaco, borrado también de los billetes y nosotros de la vida. Uno de los pocos mamíferos que subsisten bebiendo agua salada, como nuestra cotidianidad, defendiéndose ante los depredadores con una vida grupal cohesionada, como nuestro campo y su gente. Ellos también marchan de a pie entre las piedras y con lo poco acumulado durante épocas de escases.
Habitantes sumergidos como la también cuereada Ballena franca austral, en peligro de extinción por su caza indiscriminada, al mejor estilo desangrado de los graneros para el diezmo hacia el Banco Central. Especie noble, como nuestro pueblo de inmigrantes. Madrazas que amamantan durante un año a sus crías y las cobijan durante tiempo más. Tal nuestras mujerazas en familia o en soledad. Especie valiente, como nuestro pueblo de patriotas que dejaron su pubertad en el sur. Las ballenas macho de aguas argentas poseen los órganos sexuales de mayor tamaño de todo el reino animal. Sus testículos pueden llegar a pesar hasta 525 kgs. Como los de nuestro pueblo, del género, color, letras inclusivas y siglas sin vocales pero con plena representatividad… todos ellos, todos nosotros que día a día ponemos lo que hay que poner para subsistir.
Pueblo trabajador como el hornero desplumado del devaluado billete de mil. Dedicación de familia para construir su nido a base de lo que cosecha durante largas jornadas clamando agua para su lodal. Aquerenciado en su tierra, como nuestro pueblo. De carácter manso, como lastimosamente parte de nuestro pueblo. Pudiendo criar incluso pichones de otras especies y rincones. Tal el caso de nuestra patria cobijando cultura e idiomas del viejo mundo y de un poco más allá. Declarada ave nacional en 1928, casualmente cuando el país de los de a pie elegía a un presidente que se plantó frente a los poderes para hacer respetar la dignidad de los pueblos. Cuánta diferencia. Cuánta igualdad envidiada.
Pero ojo señores de cuchillo fácil, dentro de la batería de destierros a nuestra fauna de papel osaron desangrar al Yaguareté, representación de un pueblo que cuenta con la potencia del rugido y mordisco más grande del mundo felino propio de los que saben defenderse. De notable visión y olfato muy bien desarrollados, como los nuestros, bien sabe dónde está el engaño y los peligros. Se extiende sobre un amplio territorio al que defiende sin persecuciones sino vigilando sigilosamente el camino, y preparando la emboscada para hacerse oír cuando la panza chille hasta sus límites, y la necesidad hipnótica peligrosamente invite a actuar.
Sin embargo e inexplicablemente, los señores de cumpleaños prohibidos tasados en un puñado de esos billetes con los que intentan tapar vergüenzas y descaros, fueron contra sus principios al eliminar del lastimoso ejemplar de 100 pesos, o cuarenta centavos de dólar (seguramente desactualizado al momento de esta lectura), a la pobre Taruca (venado andino o huemul). Sin dudas la ególatra “# ex-pero-más-actual-que-nunca” y su pupilo con ministra de salida de emergencia omitieron las cualidades de este noble “caballo camello”, tal su traducción científica, que no es ni lo uno ni lo otro. Como reza el diccionario que me dispensa de cualquier aclaración más que el de la ciencia y el del buen uso que la “lengüe”, perdón... que la lengua indican: “Las tacuras generalmente forman tropas familiares de hasta quince individuos, liderados por una hembra, que se reagrupan aleatoriamente y se redistribuyen por lo general dependiendo de la época del año (..) ariscas que no dudan en emprender la huida ante la presencia humana o alguna señal de peligro. Viven en estado silvestre alrededor de 10 años promedio”.
Argentina. Un país que huele mal, suda ácido, exhala sus últimas bocanadas, con sus tanques vacíos y a pura lastimosa tracción a sangre. A sangre de la misma fauna negada que a veces se pinta de billetes falsos y otras de humanidad devaluada.
(*) Licenciado en Publicidad y ex docente universitario en Rafaela.