Por Néstor Clivati
El fútbol como todo hecho cultural, que al menos en nuestro país supera lo de una mera disciplina deportiva, requiere de una pedagogía que prevalezca por sobre todos los otros intereses que a su alrededor se acomodan y refugian. Sucede que no es común encontrar esos formadores comprometidos e incansables que divulguen valores y se apasionen con sus consecuencias.
Rubén Rossi es uno de esos casos que merecen ser subrayados e imitados, si es que pretendemos una evolución ética también en una actividad que solo distingue resultados e intereses (negocios) que estrujan la condición humana.
Además de sus compromisos en todos los niveles como educador -hoy día es instructor de FIFA y Conmebol-, hace mucho que está ligado a Rafaela a través de Ben Hur, todo un privilegio que invita a seguir por esa huella.
A continuación, su historia, un viaje de las mil y una noches…
“Mi llegada a la Selección argentina recién la comprendí hace algunos años atrás, en su Escuela de Entrenadores, hablando con el Flaco Menotti, ahí se me ocurrió preguntarle: César ¿por qué me eligió para aquella Selección juvenil?, él me miró con cariño y me dijo: “porque vos eras un “10” que jugaba de “6”, y sin dejarme pensar en lo que me había dicho me interrogó como para aclarar un poco más sus dichos; ¿Y en qué se basa mi idea de juego?, a lo que sin dudar le respondí; “En la tenencia de la pelota”, entonces sonrió de forma paternal y me dijo: “Ahí tenés bien en claro la respuesta…
Pero vayamos por parte, me inicié en Colón de Santa Fe a los 17 años, nunca jugué en divisiones del ámbito del fútbol infanto juvenil, aunque me habían querido llevar varios clubes, entre ellos intentó hacerlo tres veces el Newell´s de Rosario, pero la verdad me gustaba poco el entrenamiento físico… lo que sí me apasionaba, me ilusionaba, me enamoraba, era jugar…
Debuté antes en la Selección Argentina que en Primera División, y cuando fui convocado fue la primera vez que iría el técnico Campeón del Mundo, César Luis Menotti, para hacerse cargo de la Selección Juvenil. Recuerdo muy bien ese día porque fue justo un año antes que nos consagráramos campeones del mundo en Japón, 7 de septiembre de 1978.
Me habían visto sus colaboradores jugando mi segundo partido en tercera división, fíjense que paradoja, con los años me enteré que no sería titular en ninguno de los equipos, que sólo me habían convocado por que les gustó como había jugado en aquel partido, nada más, pero justo uno de los cuatro marcadores centrales, que serían titulares, se lesionó jugando en cuarta división el fin de semana y no les quedaba otro defensor más que yo para conformar la dupla central de uno de los equipos. Y no podían improvisar, porque Menotti, como ya expresé, estaría presente para hacerse cargo de esa Selección juvenil.
Tuve la enorme fortuna de cruzarme con el Flaco, quien con el tiempo se convertiría en mi mentor, mi exclusivo referente futbolístico y sobre todo y lo más importante, mi amigo. Pero además jugué en esa mítica Selección con jugadores extraordinarios y entre ellos el maravilloso, y para mí el más grande futbolista de todos los tiempos, Diego Armando Maradona.
Con ese equipo fuimos subcampeones juveniles en la clasificación en Uruguay y Campeones del Mundo en Japón en 1979 (victoria sobre la Unión Soviética por 3 a 1 en la final). Para el Flaco Menotti ese fue el equipo que más representó fielmente su idea futbolística, y parafraseando la cita inicial de este escrito, todos los integrantes de aquel equipo tuvimos bien en claro que nuestra obligación era saber muy bien cuál era la idea de juego que deberíamos defender. Precisamente por eso siempre digo que la Selección juvenil, campeona del Mundo en Japón en 1979, no ganó como pudo, ganó como quiso, y en esto hay toda una declaración cultural.
Posteriormente tuve la suerte de integrar la Selección Pre Olímpica en Colombia 1980, también conocida como la “Selección del interior”, con la cual obtuvimos el campeonato y con esto el pasaporte a los Juegos Olímpicos del Moscú en 1980, juegos en los que no participamos porque Argentina se plegó a un boicot que le hizo EE. UU. a la Unión Soviética por la invasión a Afganistán.
Haber jugado en la Selección argentina por aquellos tristes años de nuestra historia política, donde una dictadura salvaje gobernó nuestro pueblo, me hace recapacitar que en definitiva sólo fuimos un rayito de luz de alegría en la noche más oscura que cubrió por aquellos años nuestro bendito país.
Hoy, que han pasado tantos años, veo con orgullo aquellos logros en los que tuve la suerte de participar, pero no por vanidad o soberbia, sino por haber sido parte de un grupo de jugadores que nunca negoció “la nuestra”, que siempre expusimos una cultura futbolística y que por sobre todo nunca traicionamos la memoria, que en definitiva es la peor de las traiciones.
Cuando en ocasiones escucho hablar con desdén y hasta con desprecio sobre aquellos años, me viene a la memoria la genial frase de Atahualpa Yupanqui, quien dijo “no es necesario degollar a los abuelos para elogiar a los nietos”. No me cabe duda de que “nuestros nietos” son los maravillosos y geniales actuales Campeones del Mundo, quienes siguen custodiando y engrandeciendo, día a día, los valores, principios e ideales del viejo, glorioso y querido Fútbol Argentino.”
Una biografía que se devora con fruición, tal la riqueza de formación y anécdotas que, en esa línea de tiempo, Rossi ha incorporado, encontrando en esta etapa de su vida, un rincón de sabiduría que invita a seguir explorando con respecto y admiración.